El 16 de enero de 1979, Mohammad Reza Shah abandonó Teherán y se exilió en El Cairo. El 1º de febrero, el Ayatollah Khomeini llegó a Teherán procedente del exilio en París (donde, me siento obligado a decir, entre sus vecinos más deplorables se encontraba Brigitte Bardot). Así terminó la revolución política. Ahora comenzaba la revolución cultural. El gobierno provisional sufrió el sucesivo desgaste de los komitehs (milicias con sede en mezquitas, luego el Basij), de los guardias revolucionarios (después el Pasdaran, o ejército iraní) y de los tribunales revolucionarios (que administraban la justicia con gran dureza para los sobrevivientes del antiguo régimen y diversos otros indeseables). El 4 de noviembre, un grupo de estudiantes se infiltró en la embajada de EE.UU. y tomó 53 rehenes. Khomeini manipuló con tal efecto ese gesto dirigido al Gran Satán, que en el inminente referendo sobre la nueva constitución "el 99,5%" de 17 millones de votantes dio su bendición a la autocracia islámica.