Generalmente se postula que conflictos como el último entre Israel y Hamas provocan antisemitismo mundial. Rápidamente comenzamos a ver críticas en la prensa, condenas en la ONU, urgentes reuniones diplomáticas, seguidas de manifestaciones callejeras masivas -algunas violentas, todas apasionadas- e iniciativas de boicots, académicos o económicos, contra Israel. En esta atmósfera agitada no tardan en surgir comentarios y actos decididamente antisemitas. En rigor, sin embargo, es al revés…
Es la judeofobia la que fomenta el conflicto árabe-israelí, y para comprobar ello basta leer la Carta de Hamas o Hizbullah, como anteriormente la de la OLP, o escuchar las diatribas feroces del presidente iraní Ahmadinejad, y ahora también del premier turco Erdogan, o ver prácticamente cualquier programa televisivo, árabe o palestino, y especialmente shows infantiles, donde típicamente hallaremos reprobaciones a los judíos, no solamente a los sionistas o a los israelíes.
A pesar de que los enemigos de Israel se declaran antisionistas y no antisemitas, sus actitudes los delatan. Tómese por caso España, donde una reciente encuesta de Pew Global Research detectó un 46% de opiniones desfavorables hacia los judíos. Allí se llevó a cabo meses atrás la más grande protesta popular anti-israelí de toda Europa, con cien mil manifestantes. En Bolivia, el gobierno del cocalero Evo Morales cortó lazos diplomáticos con Israel y al poco tiempo clausuró un Centro de Jabad Lubavitch sito en los montes so pretexto de venta de drogas. Aparentemente sería el único lugar en todo el territorio boliviano en el que circuló droga entre los mochileros extranjeros, principalmente israelíes, que lo visitaron.
Pero ha sido en Venezuela -el único país latinoamericano en expulsar al embajador israelí de su tierra (Bolivia también cortó lazos pero no había embajador allí)- donde el antiisraelismo más claramente se ha transformado en judeofobia. A pesar de los pronunciamientos pro-forma contrarios al antisemitismo (como ser la declaración conjunta firmada en diciembre último por Argentina, Brasil y Venezuela) lo cierto es que en Caracas una sinagoga fue blanco de un ataque de vandalismo y desde un sitio online oficial se instó a denunciar públicamente a los judíos pro-israelíes, boicotear sus negocios, confiscar sus propiedades para donarlas a los palestinos, y se refirió a Israel como “estado nazi” y “colonia eurogringa”. Grupos paraoficiales han distribuido públicamente ejemplares de Los Protocolos de los Sabios de Sión. Chávez, que ha sido distinguido por los gobiernos de Libia e Irán, ya había ordenado en el pasado allanamientos contra la más grande escuela y club judíos de Caracas y enviado a sus soldados a buscar armas ilegales allí en 2004 y 2007. En 2002, el presidente bolivariano atribuyó un golpe en su contra a “un complot sionista orquestado por el Mossad”, en 2005 en su mensaje de Navidad señaló que “algunas minorías, descendientes de los mismos que crucificaron a Cristo…tomaron todas las riquezas del mundo para ellos mismos”, y este año dijo por televisión: “El Holocausto, eso es lo que está pasando en estos momentos en Gaza”. Sus lamentaciones por la agresión a la sinagoga y su insinuación de que la “oligarquía” estaba detrás de ello no reaseguraron a muchos. Bajo su gobierno, Venezuela se está convirtiendo en un estado antisemita.
La Argentina ha presenciado un rebrote judeofobo. Movilizados por dirigentes islámicos, grupos de izquierda se han concentrado frente a la embajada de Israel en más de una ocasión, para arrojar zapatos y pronunciar epítetos maleducados. En un acontecimiento casi sin precedentes, una columna de militantes pretendió agredir a un destacado miembro de la colectividad judía. Posteriormente, en vivo por televisión, uno de los líderes de esa manifestación justificó el uso del término “rata” contra los judíos sionistas. Insólitamente, María José Lubertino, la oficial responsable del INADI (ente gubernamental contra la discriminación, que debe sancionar expresiones discriminatorias) pareció justificar la agresión al negarse a condenar el acto cuando afirmó que “el INADI no tiene nada que decir sobre los ataques antisemitas porque no es un organismo opinador” y al decir que “Israel violó reglas del derecho internacional y eso se le vino en contra”. El Ministro de Interior Aníbal Fernández inicialmente opinó que “no hay brote antisemita”. Singular inquietud provocó el hecho de que uno de los líderes de la protesta pública antiisraelí fuese el piquetero semioficial Luis D´Elía, quién contó hasta hace muy poco con apoyo de al menos algún sector del gobierno. Después de una protesta de la comunidad judía, el oficialismo modificó su postura. Libertino instó a D´Elía a que moderara sus expresiones y Fernández calificó de “locura” las declaraciones de la izquierda radical. Que la respuesta oficial ante los desmanes de los malvivientes fue insatisfactoria quedó demostrado unos meses mas tarde cuando integrantes del Frente de Acción Revolucionaria (FAR) agredieron con armas blancas y marciales en plena Plaza de Mayo a un aglomerado de judíos que celebraban el 61 Aniversario del Estado de Israel. Al allanar un local de este grupo -que posee una cooperativa que fabrica guardapolvos para el Estado Nacional- la policía federal halló bombas molotov, armas cortas y pancartas con el rostro de Hugo Chávez, quién, coincidentemente, acababa de visitar la Argentina. Desde la Casa Rosada una vez más negaron que hubiere un brote antisemita. Quizás creyeron en la acotación de un miembro de las FAR: “No somos antisemitas, somos antisionistas”…
En tanto esperamos quede develado a quién responden los fanáticos que accionaron con violencia, y en tanto nos reconfortamos con las denuncias y protestas plasmadas en los editoriales de los principales diarios argentinos, resultará pertinente advertir algo más. Durante la guerra de Hamas contra Israel el pasado enero, medios de prensa respetables han tergiversado los hechos alevosamente e incluso publicado caricaturas difamadoras; como ser una bota con una Estrella de David que aplastaba a una paloma en el diario Perfil, y un tanque israelí con una Cruz Gamada en Clarín. Estereotipos clásicos de la nueva judeofobia -los israelíes como enemigos de la paz, como genocidas nazis, o ambos- fueron de esta forma alentados por el periodismo establecido. Estas demonizaciones de Israel no crearon el accionar de las FAR o de Quebracho, pero sin dudas lo han facilitado, al dar una pátina de respetabilidad social a las opiniones más extremas denostadoras del estado judío. Este es un elemento insoslayable de cualquier evaluación social a propósito de como prevenir derroteros desafortunados que al menos cierta parte de la Argentina parece querer transitar.