La –imprescindible y urgente- tarea de construir un judaísmo plural y dinámico no es fácil ni está a salvo de amenazas. Algunas son claramente identificables en las voces de los que sostienen visiones estrechas y dogmáticas. Quisiera llamar la atención sobre otras que, paradójicamente, provienen de algunas de las formulaciones más abiertas.
“Soy judío porque me defino como tal”, o “porque me siento judío”, o “porque no podría dejar de serlo”, o “porque mi pasado me marcó”, o “porque es mi elección (ética, de pertenencia…)” etc.
Muchos nos identificaríamos con estas afirmaciones. ¿Son una buena base para construir un judaísmo plural?
Individualismo, libertad y transmisión
Las adscripciones basadas en la propia voluntad (“me defino como…”), la condición emocional (“me siento…”), una experiencia individual (“mi pasado me marca..”) o algún tipo de fatalidad (“no podría dejar de serlo…”), no dicen nada acerca de conductas, se esfuerzan por legitimar que se es judío pero carecen de programa para actuar como judío, y en este punto se parecen a la ley del vientre…
Estas afirmaciones individualistas (soy.., me.., mi…) son coherentes con los vientos posmodernos, pero no sólo son inconsistentes con algunas de las marcas identificatorias más profundas de lo judío sino que preparan el terreno a un judaísmo rígido.
Se ha dicho que no existe el judaísmo sino los judíos, lo que debería ayudarnos a despegarnos de dogmas rígidos y a enfocarnos en los procesos reales (sociales, culturales, políticos, religiosos, históricos). ¿Cómo fueron/son los judíos?¿cómo serán los judíos en el futuro?
Pocas cosas pueden afirmarse sobre la condición judía (pasada) con tanta certidumbre como su carácter no-individual. No se es judío en soledad; no se trata de creencias y convicciones íntimas sino de conductas en comunidad; no de una revelación hecha pública para que cada quien la tome o deje –como si eligiera en un mercado de ideas y valores- sino de una praxis que requiere de otros–tal como ocurre con el minián.
¿Y el futuro? Supongamos que la visión individualista resultara exitosa. Tendremos algunas generaciones de judíos que se sienten, se definen como tales, inevitablemente lo son, etc. etc., pero que no se proponen reproducir en sus hijos una situación similar –porque su judaísmo es cuestión de experiencia individual y no contenidos y conductas. Esta descendencia, legítimamente, tomará su legado judío como una más de sus fuentes nutrientes, enriqueciéndolo, haciéndolo interactuar, mestizándolo, transformándolo en combinación con otros –o transformando a los otros a partir de él, y a su vez influirá en alguna medida en la generaciones siguientes, aunque eso no implique que éstas vayan a creer relevante definirse como judías. Comer knishes puede llenar de sentimiento judío a un individuo que, hoy, recuerda a su abuela amasándolos, pero no se puede pretender que esto funde la identidad judía de sus propios nietos.
No hay por qué agitar el cuco de la asimilación, pero hay que ser consciente de su efecto: en pocas generaciones el éxito de una propuesta individualista se convertirá en su propia declinación dejando el campo libre para que quienes se llamen a sí mismos judíos sean –mayoritaria o exclusivamente- los que resultaron de una educación basada en otra concepción.
El judaísmo (o los judíos) ha existido durante siglos y algunos creen que fatalmente ha de seguir encontrando formas de subsistencia. Quizás no se equivoquen. Pero si las versiones flexibles eluden marcar y transmitir contenidos y conductas, sobrevevirá el otro judaísmo…
Universalidad y mestizaje
En un nivel individual, el desapego respecto a un idioma, a prácticas religiosas, a vida en comunidad o a la identificación nacional no tiene por qué mellar la condición personal de ser judío –y es eso lo que afirman quienes dicen que “se sienten”, “seguirán siendo” etc. El vacío generado augura que “lo judío” en el futuro será definido –tanto por una cuestión de residuo como de reacción- en forma dura. Por reacción: en la medida en que el vaciamiento de la identidad flexible impulsa a muchos a buscar el refugio de los formatos más claros (¿hace falta ejemplificar?). Por residuo: porque si nos conformamos con portar una etiqueta o con asignarle un contenido puramente universal, esa modalidad progresivamente perderá, con naturalidad, su título de judío. ¿No será este doble proceso, más que las rigideces institucionales, lo que explica el crecimiento del espacio religioso en el judaísmo argentino?
Muchos de quienes abogan por definiciones flexibles ponen su foco en aquello que tiene el judaísmo para aportar a través de de valores universales. ¿Se trata de un último aporte antes de dar por terminada la misión? ¿Por qué no darla por terminada ya, cuando buena parte de los valores e ideas judías son patrimonio de otras culturas. ¿Por qué no eliminar las etiquetas? ¿Para qué preocuparse del presunto sentimiento o identificación judía?
La formación de familias que no pretenden educar a sus hijos como judíos no requiere de un así llamado “matrimonio mixto”. Es más: este tipo de matrimonios puede ser, justamente, una ocasión para convertir la condición judía en un tema relevante, que se vuelve evidente, y que requiere una toma de posición. Lo que amenaza la continuidad no es la condición de los propios integrantes de la pareja -importante para ellos pero con poco efecto a largo plazo- sino el perfil que adopta la familia. Los reclamos de las familias que quieren que sus hijos puedan ser judíos más allá de la condición de sus padres son importantes para este perfil futuro. Los planteos individuales de quienes sienten que se los descalifica como judíos por haber elegido una pareja que no lo es, en cambio, no pasan de ser una anécdota.
Al judaísmo pluralista lo amenazan las ortodoxias excluyentes, porque obstaculizan la formación de nuevas familias judías (requiriendo al miembro no judío de la pareja una conversión costosa y estándares superiores a los portadores de “certificados” de nacimiento). Pero lo amenaza más la dilución de la identidad judía (con o sin “matrimonio mixto”). El mestizaje cultural ha sido, como bien se señala desde los mismos sectores que reclaman flexibilidad, una característica histórica de los judíos. Sólo míticamente podemos sostener que somos los mismos que siglos atrás: son claras las influencias babilonias y griegas, occidentales y orientales, tanto en el núcleo ideológico y de práctica como en los aspectos más superficiales (como la gastronomía). El judaísmo seguramente no se ha limitado a aportar ideas sino que las ha adaptado y adoptado, pero esos cambios pervivieron al interior del judaísmo en la medida en que se los hizo desde y hacia él, y no como resultado de una deriva.
Seguramente hemos tenido abundante oportunidad de escuchar gente a la que, sinceramente, le parece relevante que se acepte su condición de judío pero no le inquieta que tenga continuidad. Está en su derecho. Pero sepamos que se trata de un buen programa para la muerte sin dolor de su propia propuesta.