Es difícil explicar por qué los acontecimientos en Irán, donde existe un importante movimiento de protesta que ha provocado un número no determinado de víctimas y detenidos, está teniendo una cobertura periodística profesional tan escasa. Circulan cientos de imágenes de jóvenes, chicos y chicas, que se suman a la campaña contra la ley que obliga a llevar el hiyab y que graban cómo quitan de un capirotazo el turbante a los mulás con que se tropiezan en las calles, o cientos de imágenes de mujeres de todas las edades que graban ellas mismas cómo se quitan el velo, se cortan el pelo o expresan públicamente, y con gran valor, su negativa a someterse a las leyes “de modestia” aprobadas por el régimen. Pero existen muy pocas crónicas sobre el terreno de periodistas de todo el mundo, enviados especiales, que puedan aportar su propio testimonio sobre los acontecimientos del día a día.
Son necesarias investigaciones profesionales sobre el número y destino de los detenidos, porque ni tan siquiera existe un recuento exacto y fiable del número de víctimas, muertos y heridos que se han producido hasta ahora en las manifestaciones. (Los datos que circulan —300 muertos y entre 14.000 y 18.000 detenidos— son producto de recuentos particulares y aproximados de ONG con contactos dentro del país). Se sabe poco de las mujeres (abogadas, periodistas, defensoras de los derechos humanos) que han sido detenidas, quizá como medida “preventiva”, y trasladadas sin publicidad alguna a lugares no conocidos: ha circulado una lista con 18 nombres, pero, al parecer, está en elaboración otra con 50 mujeres más. Entre las detenidas se encuentra la fotógrafa Yalda Moaiery, cuyas fotos acompañaron trabajos de la ex corresponsal de EL PAÍS Ángeles Espinosa y se publicaron en este mismo periódico.
Siempre ha sido difícil para los grandes medios internacionales mantener corresponsales fijos en Irán, pero desde hace unos años conseguir siquiera visados de entrada para cortas estancias se ha convertido en un objetivo casi imposible. Y esa debería ser una de las primeras exigencias de la comunidad internacional al régimen de Teherán: dejar que entren periodistas profesionales, acreditados, que realicen su trabajo libremente. Esa exigencia debería estar en un primer plano en todas las conversaciones que se mantengan con el régimen, incluidas las relacionadas con acuerdos para aliviar las sanciones de que son objeto por su política sobre energía nuclear.
Es inadmisible que, bien entrado el siglo XXI, conflictos civiles tan importantes como el que tiene lugar en Irán tengan menos cobertura de la que alcanzaron la inmensa mayoría de los conflictos del siglo XX. Por mucho que los ciudadanos iraníes intenten suplir esa carencia colgando en las redes, con un empuje formidable, las imágenes que ellos mismos graban, la falta de una cobertura profesional actúa como un verdadero muro, y la experiencia demuestra que no hay mayores horrores que los que se desarrollan sin el testimonio de periodistas y fotógrafos.
Por desgracia, los medios de comunicación profesionales no están siendo capaces de explicar a la opinión pública el peligro que supone que las autoridades de un país decreten el cierre de su territorio a la mirada de enviados especiales de otros lugares del mundo. La deslumbrante audacia de los jóvenes que suben fotos a TikTok o Instagram, por muy admirable que sea, no puede sustituir ese otro trabajo.
La protesta de las mujeres iraníes, apoyada ahora por multitud de hombres, sobre todo jóvenes, tiene raíces antiguas que deben ser recordadas. Desde antes de que se aprobara la ley que hace obligatorio el uso del hiyab (1983), centenares de mujeres reclamaron su derecho a elegir si se ponían el velo o no. En 2017, miles de mujeres participaron en las protestas de índole económica y con esa ocasión desafiaron de nuevo la ley del velo. Su campaña se conoció como Girls of Enghelab Street (Chicas de la Calle de la Revolución), y aun cuando empezó a decaer la protesta nacional, su lucha particular prosiguió viva y a principios de 2018 apareció en las redes sociales la campaña #WhiteWednesdays, por la que cada miércoles miles de mujeres cambiaban el hiyab negro por una gasa blanca. Ahora vuelven a salir a la calle a reclamar su derecho a decidir cómo se visten. Y es imprescindible conseguir contar su lucha, ejemplo para mujeres musulmanas de todo el mundo.