LOS JUDÍOS HACEN BARULLO
Hace cosa de setenta años – yo era un chiquilín entonces– leí algo que me impresionó, aunque en su momento menos que años después: un trabajo del poeta español antifranquista León Felipe y que se titulaba algo así como “¿Por qué habla tan alto el español?”
Y decía que era un viejo defecto de raza, una enfermedad crónica. Si alguien encuentra ese trabajo, lo recomiendo calurosamente.
Tres veces, dice León Felipe, tuvieron los españoles que desgañitarse en la historia: la primera cuando se descubrió el nuevo continente: – ¡Tierra! –¡Tierra!–¡Tierra!
La segunda cuando salió por el mundo aquel estrafalario fantasma de La Mancha, lanzando la palabra tan olvidada: –¡Justicia!–¡Justicia!–¡Justicia!
Y la tercera, el grito que dieron los españoles en Madrid en 1936: –¡Eh!¡Que viene el lobo!–¡Que viene el lobo! –¡Que viene el lobo!
Nadie oyó. Los viejos rabadanes, dice Felipe, cerraron los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento y no hicieron más que preguntar: “¿Por qué habla tan alto el español?”
Todo esto me viene a la mente hoy, cuando un amigo, seguramente bien intencionado, me dice que los judíos son muy barullentos, que ven fantasmas en todos lados.
Claro, las persecuciones de siglos y milenios, los pogromes, el Holocausto, no significan nada. Y tampoco las palabras del Chávez venezolano de hace unos cinco años, las bravatas de Ahmadinejad diciendo que Israel debe desaparecer, el viaje de estos días del piquetero K. D’Elía para abrazarse con Rabbani.
Pero, por supuesto, los rabadanes del mundo cierran los postigos, se hacen los sordos y dicen que los judíos hacen mucho barullo.
Y para los que no conocen la palabra que empleó León Felipe, les aclaro que yo tampoco la conocía y tuve que ir al Diccionario de la Academia para que me aclarara su origen: viene del árabe Rabb- Ad- Dan, el dueño de los carneros.
Pablo Schvartzman
Concepción del Uruguay, 9 de marzo de 2010.
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