La injusta e increíble detención del capitán judío Alfred Dreyfus fue un parteaguas en la historia de Francia y de la modernidad. Sin haber cometido ningún delito, fue culpado con la complicidad de sus jefes, un acto de antisemitismo que anticipó lo que vendría en el siglo XX.
No importó que pronto se conociera la conspiración en su contra entre altos mandos del ejército franceses, la justicia militar lo declaró culpable. Esto llevó a un debate interminable entre la política nacional y la sociedad: los defensores contra los detractores de Dreyfus.
La pesadilla inició el 15 de octubre de 1894, cuando escribió una nota por expreso pedido del general Du Paty de Clam. Acto seguido, en plena reunión en el Ministerio de la Guerra de Francia, se lo señaló de traición a la patria y fue arrestado. Atónito, Dreyfus negó su culpabilidad y rechazó el arma que le entregó quien lo acusó para suicidarse.
La única “prueba” en su contra que existía era una hoja escrita con su letra, muy parecida a la de una breve anotación anónima recuperada de la embajada alemana en París. A su vez, su perfil encajaba perfecto con el de un oficial de artillería de Alsacia, provincia francesa de habla germana, que ambos países se disputaban durante siglos.
Pero fue su identidad judía la que condenó a Dreyfus. Mientras las autoridades lo incomunicaron mientras registraban su casa, la noticia se filtró en el diario La Libre Parole, que apuntó contra el militar por su origen judío.
Durante el juicio, iniciado el 22 de diciembre de 1894, el alto mando presentó otros documentos manipulados y falsos testimonios. Sin embargo, los jueces lo condenaron unánimemente por alta traición a la nación.
Degradado en una humillación pública, le arrebataron sus insignias militares y su espada. Además, lo llevaron a la cárcel en medio de una catarata de insultos de los presentes. Tras ello, partió con destino a la isla del Diablo, un islote de la Guyana francesa, donde pasó casi toda la condena.
Theodor Hertzl, en ese momento un joven periodista suizo, cubrió el juicio. La muestra de antisemitismo rampante fue el detonante para que Herzl se convenciera de que los judíos iban a ser perseguidos en Europa permanentemente y era necesario un estado: en ese momento nació el movimiento sionista.