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PRIMER ARGENTINO Y MALENSEÑADO DE PRIMERA
Millones de personas, en nuestro país y en otros, conocieron, vieron y escucharon al humorista Tato Bores. Yo conocí personalmente a su padre, pero no guardo de él ningún recuerdo. Es lógico. El jazán (chantre) Pinjas Borenstein fue contratado por mi padre para que cantara en la fiesta de mi circuncisión.
A mis casi 85 años ya no tengo a quién preguntar, por lo que supongo que, para ganarse la vida, don Pinjas andaría haciendo una gira por las colonias y pueblos judíos de Entre Ríos y mi padre lo invitó a la ceremonia.
Heredé, sí, parte de la asombrosa memoria de mi madre y así puedo revivir situaciones que hubieran podido olvidarse. Recuerdo perfectamente al viejo criollo que había estado en el casamiento de mis padres: era un peón rural que fue invitado por mis abuelos colonos a la gran fiesta que sus modestos recursos les permitieron hacer para el casamiento de su hija menor. Fue en 1916—yo nací en 1927—y el viejo criollo, que venía poco al pueblo, cuando me encontraba – hace más de tres cuartos de siglo—repetía su cantilena:
--¡Qué fiesta hicieron pa’l casorio de tu madre. Lo mejor, por lo meno pa’mi gusto, era la pipa de güen vino que se acabó demasiau pronto…!
Como ya dije otras veces mi padre vino de su Ucrania natal a Buenos Aires a los 19 años—en 1910—y un par de años después fue entusiasmado por un paisano y se fueron a Asunción del Paraguay. Mi padre consiguió trabajo en un importante establecimiento de panadería, confitería y anexos, y trabajaba por las noches en la fábrica y a la mañana siguiente –casi sin descansar—lo hacía como repartidor.
Sano como era, comenzó a sentir dolores de estómago casi todos los días y fue a consultar a un viejo médico. Éste le hizo contar el problema, lo revisó concienzudamente, le preguntó cuánto trabajaba y si esos dolores venían siempre más o menos a la misma hora.
--Vamos a hacer una prueba, muchacho; -- le dijo --- mañana cuando te empiece a doler la panza comé aunque sea un par de galletas del reparto…
Inteligente el galeno: al día siguiente mi padre siguió el consejo y el dolor se retiró: era hambre nomás.
Estaba contento con su trabajo pero los obreros, bastante explotados, hicieron una huelga a la que mi padre adhirió inmediatamente. El paro continuaba y los patrones llamaron a algunos de los trabajadores a quienes más consideraban, entre ellos mi padre, y les dijeron que despedirían a todos menos a ese puñado que querían conservar.
Mi padre, solidario con los demás, renunció y se fue a Villarrica. Aquí consiguió un par de empleos, pero un día fue tentado a asociarse con un pintoresco comerciante que estaba casado con la hermana mayor de mi madre, a la que había conocido en las colonias entrerrianas. Su esposa esperaba un nuevo vástago (tuvo en total seis hijas mujeres) y pidió a mis abuelos que mandaran a mi madre, entonces de dieciocho años, al Paraguay para ayudar a su hermana. Se conoció con mi padre, se enamoraron y mi padre vino a Entre Ríos a casarse: era en 1916.
Se la llevó al Paraguay y desde 1917 a 1921 tuvieron sus cuatro hijos. Mi padre estaba muy bien en Villarrica, pero mi madre extrañaba a Entre Ríos y a su familia, así que en ese mismo año se vinieron para radicarse en General Campos, donde yo nací en 1927 por lo que soy el primer argentino de mi familia.
Fui un malenseñado o, como dicen los criollos, quizás “bien enseñado y mal aprendido”. Hubo una poderosa razón. Por una mala praxis, la nena menor falleció en 1924 y mis padres, que nunca se consolaron del golpe, encargaron otro hijo; vine yo, y me mimaron demasiado. Puedo decir con el tango: “Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba…”
Pero me autorreanimo diciéndome que de grande empecé a portarme bien y finalmente les di la mejor de las nueras. Y no es exageración. Más de una vez mi padre me dijo:
--Vos sí que tenés suerte, mijo, tu esposa parece una princesa…
(Del libro en preparación “Un terco muchacho judío”)
PABLO SCHVARTZMAN
C.del Uruguay, 6 de junio de 2011
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