La Varsovia Judía
Para mediados del sXX los judíos eran una fracción significativa de la población polaca (probablemente cercana al 10%). En las grandes ciudades, como Varsovia, esa proporción era significativamente mayor: quizás uno de cada cuatro habitantes fuera judío. Cuesta imaginarlo. Si Nueva York tiene una inconfundible marca de identidad aportada por los judíos sin recurrir a semejantes cifras, ¿cómo sería la capital polaca de preguerra? ¿qué tensiones habrá generado el crecimiento proporcionalmente enorme de esta comunidad en los dos siglos precedentes?
La Varsovia de posguerra nació amputada, y del muñón creció otra, “judenrein”.
Marcha por la Vida trae a la ciudad una pequeña y temporaria invasión judía. Las calles del centro rebosan de jóvenes de cabellos más oscuros que lo habitual, más ruidosos que lo habitual, de gente con kipá, de extraños descendientes de viejos vecinos. Los polacos parecen vivirlo con ambivalencia. Se esfuerzan por hacer saber que fueron víctimas –si no tanto, al menos también, y a la vez se los nota recelosos. Se trata de visitas incómodas, que recuerdan una mala época, que parecen esgrimir un acta acusatoria.
Polonia, como otros lugares de Europa, revive su pasado judío –ahora que los judíos prácticamente no están. Hay festivales de música Klezmer y de teatro Iddisch, con actores y músicos no judíos. Algo así como el coqueteo de nuestra propia sociedad, descendiente de la conquista y la colonización, con el –derrotado- pasado indígena. Un coqueteo, en general, bienintencionado, que también rinde a la hora de vender turismo. Las mesas de souvenirs abundan en muñecos de judíos jasídicos junto a los de campesinas polacas. Los hay que sostienen un violín, otros una Torá, y otros tienen en el pecho o en los brazos una gran moneda dorada… Cada cual sabrá interpretarlo.