En respuesta a “Israel, lo judío, los palestinos y los dilemas de la historia” del 23 de noviembre (Página 12)
Decepción; previsible quizás, pero no por eso menor. Elegiste profundizar un discurso sesgado en lugar de ayudar a equilibrar una balanza manca. Hay un colectivo que se engolosina demonizando a Israel, que cree que es de buen tono y progresista minimizar las atrocidades de dictadores y teócratas medievales siempre que puedan ser considerados ajenos al campo del Imperio, y que practica el viejo arte del antisemitismo con la conciencia tranquila porque ahora lo llama distinto. Hay, también, un colectivo más amplio de jóvenes que se sienten obligados a mostrar que cumplen con los códigos de su circunstancial tribu progre, y bebe con fruición las frases que debe repetir, de la misma forma que otros buscan las marcas que deben vestir. Una parte importante de esos colectivos se habrá encontrado con tu artículo porque lee el medio en que lo publicaste; podrías haber intentado hacerlos mirar menos dogmáticamente y con una complejidad más madura la realidad. Pero optaste por darles más de lo mismo, sólo que con argumentos más refinados. Qué decepción.
Hace poco escribías “Israel no es … ese monstruo en el que lo quieren convertir algunos de nuestros progresistas. (…) es un país complejo, abigarrado, pleno de contradicciones, sus calles han sido y siguen siendo escenarios de debates políticos, de manifestaciones de distinto tipo, de exigencias en nombre de la paz y de la guerra”. El resto del artículo no era halagüeño para Israel pero, aun así, ahora agregás a tu cita: “Hoy, cuando escribo estas otras líneas mi pesimismo ha crecido indignado y hondamente dolido ante lo que el ejército israelí, como fuerza de opresión, está haciendo con el pueblo palestino”. Quisiera empezar por aquí.
Creo entender el por qué de lo “hondamente dolido” y lo comparto. Pero ¿indignado? ¿qué es lo que te indigna, justamente ahora? ¿Qué después de meses en que los misiles de Hamás hostigaban incesantemente a las poblaciones del sur del país, Israel haya decidido actuar? ¿Qué antes de iniciar las acciones haya sembrado el cielo de Gaza de llamados a la población civil para que se aleje de las instalaciones de Hamás? ¿Qué haya extremado más que en la anterior ronda las precauciones para evitar bajas civiles? ¿Que no haya lanzado por ahora una incursión terrestre para dar una oportunidad a un cese del fuego, aunque Hamás declare que seguirá armándose para la próxima ronda? ¿Cómo es que tu indignación brota justamente ahora? ¿Es que las masacres del régimen Sirio, protector de Hamás, con sus 35.000 muertos, han contribuido justamente a indignarte con la contenida respuesta de Israel? ¿O te incomoda que haya menos muertos israelíes que palestinos? ¿Hubieras preferido menos esfuerzo israelí por derribar misiles y proteger a su población?
Hamás se merece algo más que el calificativo de “excusa” y el paréntesis posterior en que marcás la distancia entre ella y los “valores democrático-humanistas del pueblo palestino”. Hamás no es una elemento marginal en este conflicto y el lector de Página 12 merece que se le recuerden algunos hechos básicos: que fue la organización que lanzó la ola de atentados más feroz que se recuerde justamente cuando el proceso de paz de Oslo parecía estar progresando; que utilizó el martirio para sembrar de sangre el país con atentados suicidas; que se opone y combate cualquier tipo de acuerdo con Israel ; que su Carta Orgánica es un compendio de propuestas teocráticas y un antijudaísmo desnudo a la vieja usanza europea, que éste es el Hamas que gobierna en Gaza. El pueblo palestino, al menos esa parte que alberga los valores humanistas y democráticos de los que hablás, debería dedicarle algún tiempo a preguntarse si desde esos valores se puede votar masivamente a Hamas como lo hizo.
Nos das una explicación para esa omisión: “que otros se ocupen de analizar los males ajenos (que están allí y no pueden ni deben ser minimizados), a mí me preocupa y me ocupa cuestionar una violencia que no sólo le hace daño al pueblo palestino sino que termina por dañar profundamente al propio Israel.” Ésa es, qué duda cabe, una legítima fuente de dolor. Y agregaría: de preocupación, de búsqueda de alternativas. Los males ajenos no deben ser, acuerdo, una excusa para dejar de tratar los propios. Es meritorio que uno se juzgue a sí mismo –incluso- con una vara más rigurosa que la usada para el prójimo; pero no debe perder de vista que los propios actos se despliegan, necesariamente, en interacción con los de los demás y que mal podrían ser juzgados en abstracto. Imagino que, de la misma forma, te preocupa –por ejemplo- la presencia de un D´ Elía en tu propio campo y no intentarías acallarla señalando la de una Pando en la vereda de enfrente. Las fallas propias son más dolorosas que las ajenas. Quizás por esa misma razón, la emergencia de un antisemitismo reciclado en antisionismo me duele e indignan menos –para usar tus palabras-que el papel de los judíos que participan en la ordalía. Algunos lo hacen para ser aceptados como “judíos buenos”; otros sienten que verse asociado con Israel les implica una carga dura de sobrellevar –y sobreactúan la crítica para marcar su toma de distancia- y hay quienes, simplemente, dispara contra lo propio porque es más fácil que enfrentar al verdadero adversario.
El espíritu profético no ha quedado excluído de la “Plaza Fuerte”, como decís, ni ha abandonado Israel. Basta con observar los medios israelíes (incluso los públicos, que no son militantemente oficialistas) para encontrar las duras críticas y discusiones internas que se permite esa sociedad, o comprobar que los argumentos que utiliza el antisionismo europeo y árabe están tomados, con frecuencia, de fuentes israelíes. El pueblo judío e Israel no convierte a los críticos en “colaboracionistas” para ejecutarlos sumariamente en la calle o arrastrarlos atados a un automóvil hasta que mueran, algo que –por cierto- debería indignar a la parte humanista y democrática del campo palestino. El profeta tiene el deber de arengar a su pueblo, de enfrentarlo con sus lacras, de demandarle superarse, y para eso debe profetizar entre sus miembros, aunque le sea difícil. Imagino que estarás de acuerdo en que resultaría patético que fuera a sermonear cómodamente a su pueblo ante un público formado por sus acusadores, convirtiéndose así de profeta en instigador. Ése otro público necesita sus propios profetas que le recuerden, justamente, lo injusto de sus críticas desmedidas .
2-
En la historia judía encontrás que “En su seno convivieron el deseo tribal, ese que recogía los mitos y los símbolos de un pueblo único, fuerte, capaz de someter a otros pueblos y de erigirse en una nación poderosa, junto con la universalización de la promesa mesiánica”. El paralelo que ofrecés es el pueblo diaspórico convertido “en extranjero eterno, en paria, en labrador de palabras en el viento porque carecía de tierras para cultivar” por un lado y la “propia pesadilla nacionalista, capaz de ejercer formas brutales de violencia y sometimiento contra otro pueblo”.
El verdadero desafío moral del pueblo judío (como el de cualquier otro) consiste en actuar moralmente cuando puede elegir, no cuando su propia incapacidad material lo “protege” de cometer actos inmorales. ¿Acaso hay que sentir añoranza de los “buenos viejos tiempos” en que estábamos tan mal que sólo nos cabía el papel de víctima? ¿No es profundamente inmoral sugerir que la mejor forma de evitar caer en el delito es pedir que a uno lo encarcelen, preventivamente? Un filósofo que ha decidido actuar políticamente no puede haber dejado de aceptar que al salir del castillo de cristal se pierde la protección propia de los que no influyen en la realidad. ¿O acaso no debés enfrentar nuevos dilemas y conflictos éticos? ¿O es que todo lo que hace el gobierno que apoyás está bien hecho?
Si la búsqueda de una solución nacional para los judíos los conduce, necesariamente, a caer en una pesadilla nacionalista, ¿es por alguna característica intrínseca del pueblo judío? ¿por las particulares condiciones en que se desarrolla ese proyecto nacional y popular? ¿es porque todo proyecto de construcción de soberanía nacional corre ese riesgo? Comprendería este rechazo en un internacionalista consecuente que abogara por la disolución de todas las fronteras pero, ¿por qué lo que para otros pueblos es la autodeterminación debe ser una pesadilla en el caso del pueblo judío? Todo proyecto nacional corre el riesgo de tener manifestaciones negativas; basta con ver, por ejemplo, la forma en que el sentimiento de orgullo nacional llevó a nuestra sociedad a avalar la aventura de 1982, o la forma en que ese mismo sentimiento fue agitado y azuzado más recientemente volviendo a poner el tema sobre el tapete… No dudo que habrás atacado con toda energía esa manifestación de patrioterismo innecesario e injustificado, sin por eso temer ser confundido con un opositor.
El pueblo judío tiene ahora la oportunidad y el desafío de gobernarse a sí mismo, de hacerse responsable por sus actos. Lo debe hacer en condiciones extremadamente adversas, pero no deberían subestimarse sus logros. Que las bombas en Gaza no siempre logren eludir a los civiles es doloroso pero ¿cómo pasarían la misma prueba otros países? Í Sí, ya dejaste en claro que tu tema no son los males ajenos sino los propios. En nuestro caso son tan propios los judíos como los argentinos; afortunadamente, nuestro país no enfrenta desafíos comparables pero, haciendo un cambio drástico de escala, ahí está el caso de los Qom… ¿pasamos bien esa minúscula prueba? Quizás me haya perdido tu arenga…
La necesidad de que el pueblo judío pueda vivir gobernándose a sí mismo –aunque para eso cuente sólo con un pequeño trozo de tierra inhóspita- sigue vigente. También sigue vigente, claro está, la necesidad de que los árabes de Palestina puedan vivir en un país en que se autogobiernen soberanamente. ¿Estás o no de acuerdo con estas premisas? Tu artículo no lo responde, aunque claramente abre la puerta a renegar de la pretensión nacional del pueblo judío.
Habiendo rozado el tema de la vigencia de los reclamos nacionales, no puedo evitar hacer mención a la posición oficial de nuestro país tal como se expresa en la carta de nuestra Presidente a los jefes y jefas de Estado del Unasur: “La histórica decisión de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947 dando lugar a la creación de dos Estados sigue siendo vigente y urge que finalmente sea cumplida.” Entiendo que no fue su intención proponer las fronteras de la Partición, y que se trató de una forma errónea de expresar la convicción de que debe haber dos Estados, uno judío y otro árabe, evitando –además- entrar en la espinosa cuestión de que fue el campo árabe –y no el judío- el que rechazó la resolución del 29 de noviembre y lanzó la guerra que terminó en el drama de los refugiados. Imagino también que la absoluta omisión de toda referencia a las acciones de Hamás que precedieron a esta escalada, o la insistencia en que la naturaleza geográfica y demográfica de Gaza es la verdadera responsable de que los objetivos militares de Hamás estén entreverados con la población civil, que todo este conjunto de expresiones es fruto de un error corregible; que el deseo de producir una comunicación rápida y las limitaciones de sus asesores conspiró contra la calidad del comunicado. Quisiera creer que gente crítica y preocupada por la calidad del proyecto político que defienden–especialmente quienes, como es tu caso, conocen el tema -, ha hecho notar estos errores y ponen su pluma al servicio de que sean enmendados. ¿Quiero demasiado?
3-
En contra de la solución de dos Estados, exhumás la propuesta de un Estado Binacional de Brit Shalom, la agrupación de Martín Buber. Los sueños de un hogar común para judíos y árabes pueden seguir siendo atractivos en el plano emocional pero, ¿merecen ser añorados, pese a que sus propios autores reconocieron en su momento su impracticabilidad? Ahí está el Líbano como muestra de lo que puede vivir un Estado multicultural (¡ni siquiera bi-nacional!) en Medio Oriente: guerras civiles desde 1858 (sí, 10000 maronitas masacrados en el sXIX) en adelante. Y todos sabemos que sobran los ejemplos adicionales.
Israel tiene un 20% a 25% de población árabe. ¿Por qué fustigar a Israel por no haber seguido el programa de Buber y Scholem? ¿Sólo para resolver imaginariamente el conflicto de una forma satisfactoria para los propios valores? Claro que ahí están los otros árabes de Palestina, los descendientes de los 750.000 que se refugiaron durante la guerra de 1948 –en la franja de Gaza, entre otros lugares-. El drama subsiste, y no ha sido Israel el único ni el principal factor que impidió su solución. Mientras tanto, los descendientes de otros 750.000 refugiados, los judíos expulsados en medio de pogroms de los países árabes, fueron integrados dificultosamente por el recién nacido Estado de Israel. Gaza es un drama, pero la solución no está en manos de Israel.
4-
La historia de este minúsculo territorio encerrado entre el mar Mediterráneo y el Jordán es trágica; es la historia de dos pretensiones nacionales superpuestas que no han llegado a aceptar una solución de compromiso, y ubica a ambas partes simultáneamente en el rol de víctima y victimario. La actual desproporción de fuerza militar y económica entre los palestinos e Israel ubica a ésta en un lugar que, coincido con vos, la desgasta moralmente. Pero esa desproporción no basta para que la solución esté exclusivamente en sus manos, ni puede abandonarse en aras de un mayor confort emocional.
Si Irán, con ayuda de Hamás y Hizballah, cumpliera su promesa de borrar a Israel del mapa, el pueblo judío recobraría su condición de “extranjero eterno, paria, labrador de palabras en el viento”. Algunos intelectuales se sentirían aliviados. Pobre recompensa para semejante desastre.
De los verdaderos intelectuales, de los comprometidos con la vida concreta, esperamos algo distinto. Ocupás una posición que te permite hacer oír tu voz entre quienes apoyan al gobierno democráctico argentino con el poder político más formidable que se recuerde desde los años ’40, un campo que está necesitado de contar con su propia voz profética que le marque los errores y los límites. Sería trágico que confundieras esa oportunidad –y la responsabilidad que conlleva- con la invitación a la autocomplacencia y la asunción de posiciones cómodas pero injustas.
Mientras tanto, ahí está nuestro dolor. Y nuestra indignación.