La tormenta desatada por los comentarios del Ministro de Justicia de Israel, Yaakov Neeman, es en algunos aspectos una tormenta en un vaso de agua, un agua que ya desde hace mucho tiempo es más sagrada de lo que aparenta. Neeman quiere la ley de la Torá, o, en otras palabras, quiere al país –Israel- gobernado bajo la religión judía, la Halahá. De alguna manera, Israel ya es una semi teocracia. Los israelíes a quienes las palabras del ministro atemorizaron y que quieren ver a su país como liberal, occidental y ateo, olvidan que nuestra vida aquí es más religiosa, tradicional y halájica de lo que están dispuestos a admitir.
Entre Estocolmo y Teherán, el Israel de 2009 está mucho más próximo a Teherán. Desde el nacimiento hasta la muerte, desde la circuncisión hasta los funerales, desde el establecimiento del Estado y hasta el establecimiento del último puesto de avanzada en Cisjordania, funcionamos a la sombra de los preceptos religiosos. Debemos ser honestos con nosotros mismos y aceptar ya que este país es demasiado religioso. Neeman sólo quiso dar un paso más; podemos y debemos oponernos pero la campaña nacionalista religiosa ya comenzó hace mucho tiempo, y se fortalece cada día.
Comienza, por supuesto, con nuestra presencia aquí. Entre otras cosas, está basada en razones teológicas. El patriarca Abraham estuvo aquí, y, por lo tanto, nosotros también. Compró la cueva de los patriarcas en Hebrón, entonces nosotros estamos también en el Hebrón palestino. Personas que son absolutamente ateas, utilizan citas bíblicas religiosas para explicar y para hacer la conexión entre el pueblo judío y la tierra de Israel. Ni siquiera podemos definir si el judaísmo es una religión o una nacionalidad, y, en cualquier caso, no hay ningún otro país del mundo occidental en el cual la religión imprima con sello de hierro su vida como en Israel.
No necesitamos a Neeman. No existen el casamiento civil ni el divorcio, tampoco existen los funerales laicos. La ley del retorno y la definición de quién es judío –los preceptos fundamentales del estado israelí-, están basados en la Halahá, aún sin la necesidad de nuestro religioso ministro de Justicia.
Sólo un 44% de los israelíes se define laico, en contraposición a un 64% de los suecos que se declaran ateos; y esto se refleja en todos nuestros actos cotidianos. Una mezuzah en el frente de casi todas las casas, la pagana costumbre de besarla. El 85% de los israelíes festeja la tradicional pascua judía haciendo mención a las plagas: pestilencia, erupciones, la muerte de los primogénitos. El 77% ayuna en el día del perdón, fecha absolutamente extraña para el mundo occidental. La ausencia de transporte público los sábados, la observancia de la kashrut (las leyes judaicas de alimentación) en todas las instituciones públicas, los elevadores del sábado en cada hotel y hospital, tampoco son la exacta visión de un estado secular. El bar mitzvah –la ceremonia de entrada del joven a la vida comunitaria religiosa- que hacen casi todos los adolescentes; la matzá (pan sin levadura) en casi todas las casas para las pascuas, bendiciones para todo.
Entendidos religiosos de diferentes corrientes toman las decisiones en cuestiones políticas básicas, santones y magos que se transfieren amuletos frecuentados por muchos que se declaran fervientemente seculares. Se mienten a sí mismos y a los demás. Se pronuncian expresiones de racismo y de arrogancia también basadas en el concepto de “pueblo elegido”. Y, entre usted y yo, ¿quién no cree esto, aunque sea un poquito? No son necesarios los recuperados para la religión ni los recientes secularizados. También parte de los ateos son “tradicionalistas”, que significa religiosos, un poquito.
Cuando estudiábamos la Biblia, en nuestra juventud, llevábamos el solideo. Cuando, Dios no lo permita, caía al suelo ese texto, debíamos besarlo con grandes reverencias; ¡y éramos ateos! ¿Y qué pasaba por las mañanas? Los salmos del día de la Biblia. Ninguno de nosotros oyó hablar del Nuevo Testamento, y nadie se hubiera atrevido a enseñarlo como parte de la educación que glorificamos. Hasta tenemos miedo de entrar a una iglesia.
El Muro de los Lamentos es sagrado para todos, ¿quién no puso entre sus piedras una nota con sus deseos? Las razones de la mayoría de los israelíes para continuar la ocupación de la “sagrada” Jerusalén occidental también están basadas en la fe religiosa. No son sólo los “jóvenes de las laderas” de las colonias de Cisjordania quienes reverencian cada piedra. No es solamente Gush Emunim, el bloque político religioso, quien cree en la infundada conexión entre santidad y soberanía. Muchos de nosotros creemos en ella y la aceptamos.
Admitamos que vivimos en un país que tiene muchos componentes religiosos y procedentes de la Halahá. Removamos la investidura secular con la que nos envolvimos. ¿Los dichos de Neeman nos conmueven? No están tan lejanos de la realidad de nuestras vidas. Israel no es lo que pensaste. Definitivamente, no es lo que queremos presentarnos a nosotros mismos ni al resto del mundo.
Traducido para Rebelión por J.M. y revisado por Caty R.