Como todos los que vieron el film KILLING KASZTNER saben –o aquellos que sin haberlo visto leyeron su síntesis argumental en el catálogo del Festival- el documental se aboca a investigar el “caso Kasztner”.
Rezso (Israel) Kasztner fue un judío húngaro que durante la 2ª guerra mundial integró un grupo llamado Vaada, dedicado a hacer lo posible para proteger a los judíos de su país en peligro. Kasztner llegó a negociar cara a cara con Eichmann hacia finales de la guerra, cuando los alemanes (salvo Hitler) sabían que la misma estaba perdida para ellos, y trataban por todos los medios de salir indemnes de la situación, enriqueciéndose lo más posible. Es así como aceptaban sobornos de toda naturaleza: desde dinero y joyas hasta pertrechos para huir lo mas rápido y silenciosamente posible. Sin embargo, aun manejaban la potestad de enviar gente a las cámaras de gas.
Kasztner logró la autorización de Eichmann para subir a un tren a más de 1.600 judíos húngaros para llevarlos a salvo a Suiza. Hubo avatares en el viaje –el tren estuvo detenido durante un tiempo en Bergen-Belsen, mientras sus ocupantes se preguntaban si realmente irían a Suiza... o a Auschwitz. Finalmente “el tren de Kasztner” llegó a Suiza, y esos más de 1.600 judíos se esparcieron por el mundo.
El propio Kasztner emigró a Israel, donde trabajó como funcionario del gobierno durante algunos años, hasta que un grupo de ultra-derecha comenzó a acusarlo públicamente de colaboracionista. Surgieron las inevitables preguntas: ¿cómo se seleccionó a quiénes subían al tren? Si salvó a tantos judíos, ¿no pudo haber salvado a muchos más? ¿Qué obtuvo a cambio, para liberar el tren? Siendo un funcionario público, el gobierno demandó a estos acusadores y se estableció un juicio que resultó histórico en Israel, por dos motivos: 1) Fue el primer suceso que instaló el tema del Holocausto en el nuevo país, que prefería dejar atrás esa parte de la historia, y 2) los demandados pasaron a ser acusadores, y a través de una no muy clara situación política, Kasztner quedó expuesto tal como sus opositores deseaban. Tiempo después, el húngaro fue asesinado por este grupo extremista. Los ejecutores fueron aprehendidos (no así los autores intelectuales del hecho), pero no purgaron más que ocho años de cárcel.
En el film testimonia el propio autor de los disparos, el (presunto) asesino. Presunto, porque manifiesta que su accionar tenía un back-up, y que mientras él sólo llegó a herir a Kasztner, que intentó refugiarse penosamente y sangrando en su casa, sonaron otros disparos provenientes de otro sitio, que fueron los que terminaron con su vida.
Kasztner llegó a tener una única hija, que a su vez tuvo sus propias hijas. Un momento culminante del film, promovido por el deseo de Szuszi Kasztner y presenciado por las cámaras de la directora Gaylen Ross, es el encuentro entre el (presunto) asesino y Szuszi.
Pero lo que nos atañe en esta instancia son los pasajeros del tren de Kasztner. Vive en la Argentina uno de ellos, Esteban (Stefan) Bergner. Asistió junto a la directora Gaylen Ross a las tres proyecciones realizadas del film en el Cinemark Palermo, y a una –ya solo, Gaylen había partido de regreso a USA- en el Cinemark Caballito. En todos los casos estuvo sentado en la platea viendo una y otra vez el film de punta a punta. Y luego dialogó con el público.
Siempre conmueve pensar en aquellos que no tuvieron –por azar del destino- la suerte de sobrevivir, y también conmueven los propios sobrevivientes, quienes continuaron con su vida como pudieron, pero en muchos casos –como el de Stefan- construyendo una nutrida familia que, de no haber sido por Kasztner, no estarían con nosotros –no existirían.
Aquí verán una foto tomada en el hall del Cinemark Palermo. A vuestra extrema izquierda, la directora Gaylen Ross; en el medio, Stefan, con un brazo sobre su hija y con su esposa a su otro lado. El resto son sus otros descendientes (y no están todos), y atrás –de barba blanquecina- estoy yo. No, no soy tan alto –tuve que ponerme en puntas de pie.
Haber tenido esta experiencia en el Festival ha sido totalmente especial, emocionante y, nuevamente, conmovedor. De resultas, no puedo dejar de comentar que no son pocos los espectadores (y ciertas instituciones judías que organizan ciclos con nuestras películas) que me dicen que prefieren no vincularse con el tema de la Shoá. Yo los comprendo. Cada uno tendrá sus razones. Pero en el fondo, sé que saben que la única forma de impedir que esa parte de la historia se repita, es tenerla presente, seguir investigándola (como ha hecho Gaylen con su film), continuar recordándola y traspasar el legado a nuestros hijos y nietos, para que ellos hagan lo propio con los suyos. Nuestra protección es la memoria. Y cuanto más viva, mejor. Entonces, claro, ¡que viva el cine!
* Director del FICJA