Es Lunes 18 de Julio de 1994.
Tengo 37 años y soy Tesorero de la AMIA. Mi oficina particular queda en Larrea y Tucumán, a dos cuadras de Pasteur 633. Son las 9.53 de la mañana y estoy tomando un café. Tenía que pasar a buscar a alguien por la Mutual, pero la reunión se demoró.
Los cuatro nietos que tengo hoy, ni siquiera eran un sueño.
Y la pesadilla empezaba … Una bomba asesina voló la AMIA.
Dejé mis cosas tiradas en ese bar al que tardé días en volver. Corrí desaforado para llegar, quizás segundos después del estallido. Mi traje está lleno de tierra y polvo. Mi cara, repleta de lágrimas. Mi garganta, ahogando gritos. Mi mente, nublada. Mi alma, rota.
Han pasado casi 19 años.
Hubo ilusiones y casi todos fracasos.
La Justicia no llega.
Nunca ha llegado.
El 2005 me encontró como Presidente de la AMIA. Atravesé tres aniversarios, y en cada 18 de Julio me tocó estar al frente de la Institución. Tres discursos. Largas de reuniones con Familiares, abogados, la Fiscalía, viajes a la ONU y otros países. Tuvimos que contactarnos con representantes de sesenta naciones para explicarles qué significaban las Alertas Rojas y que voten por su aprobación en la Asamblea General de la Interpol.
¿Quién puso la bomba en la AMIA causando 85 muertos y decenas de heridos?
Todavía no lo sabemos.
¿Acaso lo que el Gobierno comunica hoy es el gran comienzo del fin de un dolor, que de todos modos nunca terminará?
Tampoco lo sabemos.
Estoy seguro que lo deseo con todo mi corazón, que los argentinos todos merecemos una respuesta, porque esa bomba asesinó a la Nación toda y no sólo a la comunidad judía. Porque sabemos lo que nos ha costado poner a la AMIA de nuevo en pie, sana, libre y en Pasteur 633 a pesar del miedo y de los prejuicios. Ahora queremos más que la verdad. Esperamos a la Señora Justicia.
Y exigimos que esta vez no sea otra trampa.
*Luis Grynwald, ex presidente de la AMIA