Es significativo y perturbador que Israel todavía deba defender su derecho a existir. El Estado de Israel fue creado de conformidad con la Resolución de la ONU del 29 de noviembre de 1947. Ésta estipulaba que se debían establecer dos Estados, uno Judío y otro Árabe, para permitir a los dos pueblos el respectivo derecho a la determinación en Palestina. Más sorprendentemente aún, sesenta años después de su establecimiento, y a pesar del compromiso internacional persistente y consistente con la solución de dos Estados para dos pueblos, el Estado de Israel es el único país en el mundo confrontado con un debate ya no acerca de sus fronteras sino de su propia existencia. Hay países miembros de la ONU que, abiertamente, llaman a, aspiran y esperan la liquidación física del Estado de Israel. Más preocupante aún es que esto no obtenga una resonante respuesta de la comunidad internacional. Incluso los Estados que están dispuestos a aceptar la continuación de la existencia del Estado de Israel, a menudo niegan su derecho a seguir siendo un Estado-Nación donde el pueblo judío ejerza su derecho a la auto-determinación.
El rompecabezas se vuelve más grande por el hecho de que el deseo de Israel de existir, no en forma neutra sino como el país donde el pueblo judío se define por auto-determinación, es un derecho reconocido en la ley internacional. Es el mismo derecho acordado a los árabes por la Resolución de Partición del 29 de noviembre de 1947. Los que cuestionan este derecho a los judíos demuestran un alto grado de hipocresía. Los que quieren negar el derecho del pueblo judío a poseer un único país en el mundo en el que constituyan una mayoría, controlen su destino y tengan independencia política, son los mismos que llaman a la concreción inmediata del derecho palestino a su auto-determinación. El Estado Palestino no se supone un “Estado para todos sus ciudadanos,” sino un Estado-Nación que se define como árabe-parlante, musulmán, y parte de la considerable nación árabe. Lo que se niega a los judíos se demanda para los árabes palestinos. Más aún, en tanto se apoya el derecho a los palestinos para tener un Estado donde, aparentemente, no habría judíos, algunos de esos críticos también sostiene el derecho de la minoría palestina en Israel a deslegitimar la conexión especial entre Israel y el pueblo judío.
A esta situación, se debe sumar la constante demanda por concretar el “derecho” palestino al retorno. Es obvio para cualquiera que tenga cierta comprensión de la situación en la región, que la concreción de este “derecho” es equivalente a la liquidación del Estado judío, convirtiendo a los judíos en una minoría en la propia Israel.
Con este transforndo, la afirmación de que Israel acuerda con la “solución de dos Estados” es engañosa. No basta con aceptar dos Estados, sino que es necesario acordar con el principio de dos Estados para dos pueblos, con todas las implicancias que supone. Gran parte de la comunidad internacional es, o bien, renuente a aceptarlo o, si lo hace, no quiere permitir que Israel impulse las implicancias de este principio.
A este cuadro se debe sumar el aumento de popularidad de la afirmación de que el sionismo es una forma de racismo. Esta afirmación incluso recibió el sello de aprobación de la Asamblea Genral de la ONU por muchos y largos años. La marcha atrás en la posición de la ONU no ha conducido a una reducción en la popularidad de este reclamo en los foros internacionales. Es interesante notar que el 29 de noviembre, la fecha en que la Asamblea General de la ONU pasó con una mayoría de más de dos tercios la resolución concerniente al establecimiento de un Estado judío en parte de la tierra de Israel, es el día elegido por la ONU de hoy para marcar la solidaridad con el pueblo palestino! Para los judíos, este hecho despierta preguntas y aprensión. Para los enemigos de Israel, debe ser fuente de gran regocijo y satisfacción.
¿Cómo se puede explicar que lo que parecía tan claro e irresistible en 1947 hoy sea tan profundamente cuestionado? Y ¿qué se puede hacer al respecto? Claramente, es necesario reafirmar algunos de los hechos fundamentales que eran auto-explicativos en 1917, 1937 con la Comisión Peel, en la Asamblea General de la ONU en 1947, y en 1948. Fueron estos hechos, junto con los eventos de esos años, incluido el Holocausto, los que indujeron al mundo a acordar con la idea de un Estado judío. Esos mismos hechos siguen explicando por qué la solución a la cuestión de la organización política del área entre el mar Mediterráneo y el río Jordán no puede tomar la forma de un Estado árabe único, como siempre arguyeron los árabes. Antes bien, los judíos (y los árabes, respectivamente), deberían tener un lugar en el que sean mayoría, puedan controlar la inmigración y la seguridad, y mantener una cultura pública que sea judía y hebrea. Será el único lugar en el mundo en donde puedan sentirse en casa, y no ser una minoría entusiastamente aceptada o perseguida y amenazada.
Para empezar a entender el grado de erosión a que ha sido sometida esta idea, es útil recordar una serie de razones y justificaciones que sirvieron de apoyo al reclamo judío por un Estado en el pasado, justificaciones que siguen siendo válidas hoy. Si este esfuerzo es exitoso, se podría reclamar al público israelí, en su totalidad, la aceptación de la legitimidad de Israel como Estado judío y se podría exigir a la comunidad internacional que se haga cargo de la obligación derivada de los principios de la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración de los Derechos Humanos y demás convenios; debería detener el apoyo a una erosión de legitimidad del derecho del pueblo judío a un Estado propio.
El principio de auto-determinación es un principio que ha sido largamente reconocido por la comunidad internacional. No fue inventado por los judíos. Tras la Primera Guerra Mundial, comenzó a emerger una comprensión más profunda del inmenso peligro político planteado por la diferenciación entre comunidades étnicas, nacionales y políticas. El principio de auto-determinación postulaba que un ingrediente importante de la estabilidad internacional lo constituirían Estados fuertes con una profundamente enraizada (aunque sea incompleta) convergencia entre la comunidad política de todos los ciudadanos y la comunidad cultural, étnica y nacional mayoritaria. Este principio se aplicó a Europa y, subsecuentemente, también a los movimientos post-coloniales y post-imperialistas, garantizando el derecho de naciones que previamente estaban bajo autoridades coloniales a redefinirse a sí mismas. El derecho judío a un Estado depende de este reclamo a favor de la auto-determinación nacional. Sin embargo, la negación de este derecho se basa, entre otras cosas, en los reclamos de los palestinos en el sentido de que son ellos –y no los judíos- los que deberían ser acreedores de este derecho en Palestina.
Un elemento importante en el reclamo judío es que los judíos constituyen un pueblo (y no sólo una religión, como afirman muchos adversarios). En efecto, en el judaísmo las relaciones entre religión y condición de pueblo son complejas y singulares. Si bien el judaísmo es claramente una religión, los judíos siempre se han visto a sí mismos, y siempre han sido vistos por los otros, como una nación. Como resultado de proceso natural de secularización, emergió una realidad en que los judíos que querían seguir siéndolo podían hacerlo sin mantener la observancia religiosa, un fenómeno relativamente nuevo en la historia de muchas religiones así como en la historia del pueblo judío. Por lo tanto, la pertenencia al pueblo judío se volvió diferenciable de la pertenencia a un grupo de observantes de la Ley. Persiste, no obstante, el debate interno entre los judíos acerca de la viabilidad a largo plazo de un judaísmo no observante.
El movimiento nacional judío, que estaba constituído mayormente por judíos no observantes, siguió los pasos de los movimientos nacionales en Europa y en el resto del mundo, buscando la posibilidad de una existencia nacional “completa”, una en la que no sea necesario privatizar ningún elemento de esta existencia nacional o forzar a nadie a ocultarse. De acuerdo con esta visión, los judíos deberían poder vivir como tales tanto en sus casas como en su vida cívica. Esta es una opción que los judíos no tenían en Europa. En realidad, los judíos en Europa sufrían dos tipos de amenazas: (a) físicas –la amenaza de exilio, pogroms y exterminio, y (b) culturales – la amenaza de asimilación (parcialmente bajo coacción y parcialmente como resultado de la emancipación) y la amenaza de negación, de decirle al judío que nunca podría pertenecer, que siempre sería un extraño. La combinación de estos elementos produjo una realidad en la que el movimiento nacional sionista, pese a su limitado poder y popularidad, creció y se fortaleció. Fue este movimiento el que por primera vez reclamó que, si los judíos habrían de poder disfrutar de una “existencia plena”, deberían tener un territorio donde constituyeran una mayoría; la mayoría judía en un territorio era vista como condición necesaria para el renacimiento nacional judío. Los sionistas pronto comprendieron que el único lugar que podría servir de hogar nacional judío era tu territorio histórico, Eretz Israel.
El proyecto sionista fue exitoso porque el movimiento nacional no sólo logró crear un anhelo continuo por Eretz Israel y obtener el reconocimiento de la Declaración Balfour y el Mandato, sino también una masa crítica de judíos que trabajaran la tierra y construyeran ciudades e industrias. A principios del siglo veinte los judíos no tenían el derecho a la auto-determinación en ninguna porción de Palestina. Esto no era porque les faltasen derechos históricos, sino porque carecían de una masa crítica viviendo allí. Los árabes en Palestina, como otras naciones liberadas del poder colonial, afirmaban que el país era suyo y exigían derechos de mayoría, un argumento realmente serio. En efecto, si los árabes hubiesen podido crear un Estado en Palestina o controlar la inmigración, es posible que los judíos no hubiesen sido capaces de establecer un Estado judío en ninguna parte del país. Sin embargo, los árabes no tuvieron éxito. Aunque los turcos y más tarde el gobierno mandatorio se opusieron y limitaron la inmigración, los judíos consiguieron crear una masa crítica en Palestina. Hacia mediados de 1930, el problema de la comunidad internacional ya no era aprobar la creación de un Estado Judío, sino qué hacer con el hecho de que existía en la Tierra de Israel un colectivo judío activo, hebreo-parlante, creativo y moderno.
Todas las comisiones que estudiaron esta cuestión (desde la comisión Peel de 1937 a la UNSCOP en 1947) establecieron que los árabes no estaban dispuestos a aceptar una existencia política judía en Palestina. Por lo tanto, era imposible preservar los derechos de los judíos a la auto-determinación y a la seguridad física y cultural sin otorgarles un Estado. Fue éste el argumento en apoyo de un Estado judío a mediados de los años 30, reforzado luego de la Segunda Guerra Mundial.
Se podría afirmar, posiblemente, que existía una justificación para un Estado judío cuando se tomó la decisión pero que hoy, sesenta años después, estas razones ya no son válidas. Esto podría ocurrir sea porque el Estado judío ya ha cumplido con sus objetivos y no es necesario, o porque no ha logrado alcanzar sus objetivos. Así, algunos sostienen que los judíos ahora están seguros en los lugares donde viven y que ya no hay necesidad de protegerlos; alternativamente, a veces se argumenta que el Estado de Israel es posiblemente el lugar menos seguro para los judíos hoy en día, que Israel desposeyó a los palestinos, y que el Estado es un foco de peligro constante para la paz mundial. Se deduce, de acuerdo con estos planteos, que la continuación de la existencia de un Estado judío es innecesaria y posiblemente indeseable.
Se debe rechazar estos argumentos. Las razones para establecer un Estado judío hace sesenta años siguen siendo válidas hoy. El pueblo judío además ha sido capaz de hacer de él un uso de primer nivel. Israel hoy es un Estado fuerte, desarrollado, con la comunidad judía más importante del mundo. Es cierto, todavía debe defenderse de sus enemigos, pero provee el único lugar en el mundo en donde los judíos son mayoría, donde la cultura pública es la suya y donde pueden vivir una vida nacional plena.
No obstante, el desafío existencial, tanto físico como cultural, al Estado de Israel no ha desaparecido. Por el contrario, se ha hecho aún mayor. En los años 30, la imagen de los judíos era la de víctima, una minoría perseguida, un pueblo que estaba ayudándose a sí mismo y quería construir una casa propia. Era fácil identificarse con esto, una identificación que no hizo más que reforzarse con el Holocausto. En años recientes se ha producido un proceso, parcialmente como resultado de acciones de Israel y parcialmente como resultado de un esfuerzo concertado de sus enemigos por demonizarla, que ha conducido a una representación del Estado de Israel (y de los judíos que buscan en él su auto-determinación) como algo totalmente diferente. Los judíos ya no son vistos como un pueblo sin otro lugar a donde ir, sino más bien como un conquistador, desposeedor, militarizado, que creó un Estado de apartheid, que se merece la sagrada guerra de liberación que se lucha contra él. La resolución que definía al sionismo como racismo puede haber sido anulada, pero el argumento, y especialmente los sentimientos y fuerzas que la sostenían, no han desaparecido.
Es difícil luchar contra estos desarrollos por una serie de razones. En primer lugar, la disputa también es interna dentro del Estado de Israel y dentro del pueblo judío. Los críticos más severos del Estado de Israel y de su proyecto nacional son judíos e israelíes. Algunos están sinceramente preocupados por la imagen ética de su país, pero desafortunadamente no son concientes de –o quizás sean ambivalentes respecto a- la forma en que sus afirmaciones son explotadas por los enemigos de Israel. Por tanto debemos claramente distinguir entre las críticas a las políticas del Estado de Israel y la crítica a la existencia y legitimidad del Estado. La primera no sólo es legítima sino obligatoria e importante. La crítica debería ser justa, y no reflejar dobles estándares. Israel no debería ser atacada vehementemente por acciones consideradas permisibles cuando son llevadas a cabo por otros países. Pero hay una gran distancia entre estas críticas y la deslegitimización. Ésta última no niega una política específica sino el legítimo derecho de Israel a existir. Niega el derecho del pueblo judío a tener un único país en el que sea mayoría, donde el idioma sea el hebreo, el calendario sea el hebreo, el día de descanso semanal sea el sábado y no cualquier otro día de la semana. Niega el derecho de este antiguo pueblo, que dio al mundo el Libro de los Libros, a vivir como las demás naciones –como un pueblo libre en su propio país.
* Profesora de Legislación en Derechos Humanos, Universidad Hebrea de Jerusalem
Este artículo es una traducción de José Chelquer para Pensándonos de “The Right of Jews to Statehood”, tal como aparece publicado en http://www.jcpa.org/text/Israel60_Gavison.pdf .