Dany y Elvira
- Lee más sobre Dany y Elvira
- Inicie sesión o registrese para enviar comentarios
Como nunca, había experimentado en esa oportunidad la fugacidad en el paso del tiempo y, a su vez, de un modo casi surrealista, percibí que podía ser el mismo tiempo el que se hacía presente. Lo recuerdo como si fuese hoy. Fue en mi oficina, cuando una tal Elvira, de unos cuarenta y tantos años, me relata el drama del secuestro de su marido desaparecido durante la dictadura. Acto seguido rescata de su cartera una foto y me la ofrece. Era la de un chico jovencito, pelilargo y sonriente. La luz del día era testigo de que ella seguía indagando en un amor que se habría congelado y que a esta altura, acorde con ese registro fotográfico, el destinatario parecía más bien un hijo y no un marido. Algo muy parecido me ocurrió hace pocas semanas, tarde de un viernes de cielo plomizo, cuando Dany Tarnopolsky nos convocó en la Costanera al Parque de la Memoria, para recordar y homenajear a su entera familia desaparecida. Era ese gris el que enmarcaba otro rostro, el de un Dany quien a esta altura resultaba ser unos años mayor que su padre. Y era en el mismo contexto, que la edad de su hijo Antoine ya se aproximaba a la de la rebeldía de su hermano al momento del secuestro. Dany y Elvira quedarían enlazados eternamente en el registro de la saga de las confusiones homologadas que se juegan en la explanada de la memoria. Juego y ecuación irresoluble de los perplejos dramas que penetran por las rendijas del alma, de modo tal y como en esta historia, un padre joven sigue representando un mandato que se afinca en alguna comarca del inconsciente, aconsejando a un hijo que hoy lo supera en edad. Un hijo que termina siendo un padre y un hermano que finaliza siendo otro hijo. Seremos padres de nuestros propios padres, e hijos de nuestros propios hijos, seguramente dirá el Talmud en algún docto lugar.