Los méritos y milagros de un Estado contra el que ahora apuntan todos
La sistemática descalificación del Estado de Israel se ha convertido en una moneda corriente tan grave como la descalificación de los judíos que hizo el Tercer Reich para cometer el Holocausto. Así como algunos fanáticos piden ahora un Medio Oriente Israelrein ('limpio de Israel'), los nazis querían un mundo Judenrein ('limpio de judíos'). La misma mecánica. En ambos casos se procura señalarlos como indeseables, criminales, y hasta como bacterias infecciosas. Dicen que es necesario exterminar ese "cáncer" (Israel, ahora; todos los judíos, antes) como medida de higiene, para que haya paz, para conseguir justicia, para bien de la humanidad. La mayor parte del mundo cree en esas diatribas o duda, o se mantiene indiferente, o es cómplice. Antes de 1939, Hitler promulgó suficiente cantidad de "leyes raciales" que invitaban al más remiso para hacer desaparecer judíos. No hubo una eficaz repulsa a semejante atrocidad. Y la atrocidad pudo llevarse a cabo sin dificultades. Ahora, cualquier ojo informado puede advertir la doble vara con la que se mide a Israel, exagerando siempre sus errores y, al mismo tiempo, dejando al margen sus virtudes. Martilla el concepto de que Israel es culpable, porque bogue o porque no bogue, convertido en victimario despreciable e irredimible, eterno. Por consiguiente, debe ser borrado del mapa, como proclama un jefe de Estado sin que las Naciones Unidas le exijan retractarse siquiera.
Se cumplieron 62 años de la independencia israelí.