Otra vez la cuestión judía

Posteado el Lun, 20/04/2009 - 23:23
Autor
Juan José Sebreli

Hugo Wast. Reconocido antisemita, dirigió la Biblioteca Nacional durante 24 años.
No se puede comprender la reciente ola de antisemitismo sólo a partir de las circunstancias actuales, es preciso remontarse al siglo pasado, rastrear los antecedentes de la crisis en las contradicciones de la sociedad argentina frente la cuestión judía.
Las grandes corrientes inmigratorias a comienzos del siglo pasado crearon una situación dual. La sociedad cosmopolita albergó una de las colectividades judías más grandes del mundo, muchos de cuyos miembros se destacaron en diversas actividades. Pero, a la vez surgió en el seno de sus clases gobernantes y de la sociedad civil, como rechazo a la hibridación, una tendencia xenófoba, etnocéntrica, prejuiciosa, racista.
Discriminación y convivencia se entrelazaron a lo largo del siglo veinte. Hubo dos pogromos en Buenos Aires; el primero fue el 15 de mayo de 1910, cuando grupos de jóvenes de clase alta cometieron agresiones y saqueos en el barrio judío de Junín y Lavalle, como contribución a los festejos del próximo Centenario.
El segundo pogromo se llevó a cabo en enero de 1919 durante la "semana trágica". A raíz de una huelga obrera, bandas armadas de organizaciones de derecha, con el pretexto de un supuesto "complot judío maximalista", realizaron una brutal represión que dejó el saldo de cientos de muertos y heridos.
Sin embargo, en esos años el antisemitismo era sólo un problema de minorías de clase alta; en el resto de la población, los judíos convivían con sus vecinos no judíos, y si había cierto tono burlón para referirse a los "rusos" -ni siquiera se sabia diferenciarlos de los judíos-, éste era similar al empleado con los "tanos" o los "gallegos". Más aún, judíos comerciantes de seda convivían pacíficamente con sirios en la calle Lima y eran socios en los mismos negocios.
Sólo a partir de los golpes de Estado y las dictaduras militares y del surgimiento del nazismo, el antisemitismo se hizo consciente, aceptando el contenido ideológico de los nacionalistas profascistas. En el golpe militar de 1943, el antisemitismo fue una política oficial. Gustavo Martínez Zuviría, autor -con el nombre de Hugo Wast- de novelas antisemitas, fue nombrado ministro de Educación. El presidente del Consejo Nacional de Educación, José Ignacio Olmedo, igualmente antisemita, proyectó la separación de sus cargos a maestros y profesores ajenos a la religión católica. Se prohibió la matanza ritual en los mataderos, se cancelaron las franquicias a los diarios y publicaciones escritos en lengua extranjera y se cerraron los diarios escritos en idish. La dictadura debió, no obstante, suspender esta campaña a raíz de las denuncias del exterior y luego por la caída del Eje.
Perón no pudo hacer olvidar su intervención en aquella dictadura fascista y contó entre sus opositores a la mayoría de la comunidad judía, escollo que no logró superar con la creación de la adicta OIA (Organización Israelita Argentina) para enfrentar a la DAIA. Por otra parte, mientras se negaba visado a los judíos, el país se convertía en el refugio de genocidas y criminales de guerra: Adolf Eichmann, Joseph Menguele, Eric Priebke, Klauss Barbie, Ante Pavelic, entre otros
En las décadas del cincuenta y sesenta surgió la agrupación nacionalista Tacuara, que reclutaba sus acólitos entre estudiantes de colegios católicos y cuyo mentor era el jesuita Julio Meinvielle, autor de Los judios en el misterio de la historia. El antisemitismo persistió asimismo en las Fuerzas Armadas, en especial en la Fuerza Aérea, cuyo asesor político era el nacionalista Jordan Bruno Genta. Durante esos años eran frecuentes las declaraciones antisemitas, las agresiones a sinagogas, cementerios y locales judíos y hasta se produjo el secuestro de una estudiante judía y el asesinato de otro. En la última dictadura, los judíos que eran detenidos temían un trato más cruel que el resto.
El antisemitismo se hizo también presente en la democracia. Los mayores atentados terroristas ocurridos en el país tuvieron como blanco dos instituciones judías -la Embajada de Israel y la AMIA-, y sus cómplices locales no fueron condenados.
Tal vez el tema más inquietante a partir del último tramo del siglo veinte fue la progresiva infiltración del antisemitismo en los ámbitos de la izquierda. El más influyente teórico de la izquierda peronista, Juan José Hernández Arregui, aún hoy venerado, decía en La formación de la conciencia nacional, verdadera Biblia de los jovenes setentistas: "el poder económico internacional del judaísmo vincula a estos grupos étnicos en forma poco visible pero real y organizada en escala mundial al imperialismo". El mismo Hernández Arregui explicaba el mundo de Kafka como "el rasgo del judaísmo internacional como sustituto encubridor del nacionalismo sin territorio" (Imperialismo y cultura)".
El punto de unión entre el nacionalismo de derecha y el nacionalismo de izquierda es su común odio a las democracias occidentales, en especial a la estadounidense.
El antinorteamericanismo ha acrecentado el odio a Israel y, a la vez, ha hecho explicables, justificables y hasta elogiables las peores dictaduras del mundo árabe y los crímenes del terrorismo fundamentalista. La extrema izquierda ha llegado a transformar al terrorista palestino en personaje emblemático en sustitución del guerrillero latinoamericano de otros tiempos.
La crítica a la derechización de los gobiernos israelíes, la ocupación ilegítima de tierras y los excesos de la represalia bélica pierde su eficacia cuando se olvida que éstos han sido la consecuencia del terrorismo islámico y que Israel es el único Estado reconocido por Naciones Unidas cuyo derecho a la existencia es negado por otros estados miembros de dicha institución, algunos de los cuales desde hace más de medio siglo han emprendido la guerra para borrar el mapa a Israel y "arrojar los judíos al mar".
En ese peligroso camino es inevitable que las críticas válidas a la política exterior de los gobiernos israelíes se confundan con el cuestionamiento mismo a su existencia y que, aun en algunos judíos de izquierda, se diluyan los límites entre antisionismo y antisemitismo (en realidad debería decirse antijudaísmo o judeofobia, ya que los árabes son también semitas).
El fenómeno de la izquierdización del antijudaísmo es patente en nuestro país donde, en las manifestaciones contra los judíos, participan individuos o sectores autoproclamados progresistas y algunos vinculados con el gobierno, como el piquetero kirchnerista Luis D'Elía o funcionarios públicos que justifican las expresiones antisemitas como una reacción a las operaciones bélicas de Israel.
La profunda crisis económica y el colapso del sistema de partidos ha provocado desde fines de 2001 el resurgimiento de nuevos brotes nacionalistas, de ambos signos, que, aunque minoritarios y con una endeble base teórica, tienen una capacidad de agitación y de comunicación inédita a través de radios de onda corta, Internet, videos y su inserción oportunista en movilizaciones masivas, por lo que sus posibilidades son imprevisibles.
 
Publicado en Perfil.com el Domingo 22 de febrero de 2009

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