Símbolo de la deshumanización, los números de prisioneros son llevados hoy por una nueva generación como un recordatorio del horror nazi.
Cuando Eli Sagir mostró a su abuelo, Yosef Diamant, el nuevo tatuaje en su antebrazo izquierdo, él inclinó la cabeza para besarlo.
Diamant tiene el mismo tatuaje, el número 157622, marcado con tinta indeleble en su brazo por los nazis en Auschwitz. Casi 70 años más tarde, Sagir se hizo tatuar en un negocio de moda en el centro luego de un viaje de la secundaria a Polonia. A la semana siguiente, su madre y hermano también se hicieron inscribir los seis dígitos en sus antebrazos. Este mes su tío hizo lo mismo.
"Mi generación no sabe nada del Holocausto", dijo Sagir, de 21 años y que lleva el tatuaje desde hace cuatro. "Una habla con gente que cree que es como el Éxodo de Egipto, historia antigua. Decidí hacerlo para que mi generación recuerde. Quiero contarles la historia de mi abuelo y la historia del Holocausto."
Los descendientes de Diamant se cuentan entre numerosos hijos y nietos de sobrevivientes de Auschwitz que han dado el paso de marcar la memoria de los días más oscuros de la historia en sus propios cuerpos. Dado que el número de sobrevivientes está cayendo a alrededor de 200.000, de 400.000 hace una década, instituciones e individuos debaten cómo recordar mejor el Holocausto -parte integral de la fundación y la identidad de Israel- cuando los que lo vivieron desaparezcan.
Los ritos de iniciación, como el viaje a los campos de la muerte que hizo Sagir, son ahora algo estándar para los estudiantes de secundaria. El memorial del Holocausto Yad Vashem, en Jerusalén, y otros museos están tratando de hacer más accesibles las muestras, utilizando historias individuales y efectos especiales. Hay duros debates acerca de si ese enfoque trivializa símbolos que se han considerado sagrados por mucho tiempo y si el mensaje primordial debe ser acerca de la importancia de un Estado judío que se baste a sí mismo para prevenir un futuro genocidio o si debe ser otro, más universal, respecto del racismo y la tolerancia.
"Estamos pasando de la memoria de lo vivido a la memoria histórica", señaló Michael Berenbaum, profesor de la Universidad Americana Judía en Los Ángeles, uno de los principales estudiosos de la memorialización del Holocausto. "Estamos en esa transición y ésta es una manera descarada de tender el puente."
Berenbaum, que es hijo de sobrevivientes, dijo que "replicar un acto que destruyó su nombre y los convirtió en números no sería mi primera ni mi segunda ni mi tercera elección". Pero agregó: "Sin duda es mejor que algunos de los otros tatuajes que alguna gente joven se hace".
Es por cierto una decisión intensamente personal que a menudo provoca interacciones feas con extraños ofendidos por la reapropiación de lo que es quizás el símbolo más profundo de la deshumanización de las víctimas del Holocausto. El hecho de que el tatuaje esté prohibido por las leyes judías -algunos sobrevivientes temieron por mucho tiempo, incorrectamente, que sus números les impedirían ser enterrados en cementerios judíos- hace que el fenómeno sea más inquietante para algunos, lo que puede ser parte de la razón por la que se hace. "Es shoqueante cuando uno ve el tatuaje en la mano de una niña muy joven", dijo Sagir. "Es muy shoqueante. Uno tiene que preguntar por qué lo hizo."
El tatuaje fue introducido en Auschwitz en el otoño de 1941, según la Enciclopedia del Holocausto del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos, y en el adyacente Birkenau en marzo siguiente. Fueron los únicos campos que emplearon esa práctica, y no está claro cuánta gente fue marcada, en algunos casos en el pecho y más comúnmente en el antebrazo izquierdo. Sólo se tatuaba a los que se consideraba en condiciones de trabajar, por lo que, pese a la degradación, algunos llevaban los números con orgullo, en particular los más bajos, que indicaban haber sobrevivido a varios inviernos brutales. "Todos tratan con respeto a los números del 30.000 al 80.000", escribió Primo Levi en su memoria Supervivencia en Auschwitz , donde describe el tatuaje como parte de "la demolición del hombre".
Tras la guerra, algunos sobrevivientes de Auschwitz corrieron a hacerse quitar los tatuajes por medio de cirugía o los ocultaban bajo mangas largas. Pero a lo largo de las décadas otros jugaron sus números a la lotería o los usaron como claves.
Dana Doron, médica de 31 años e hija de un sobreviviente, entrevistó a alrededor de 50 sobrevivientes con tatuajes para un nuevo documental israelí, Numerado , que dirigió junto al fotógrafo Uriel Sinai. Cuando les preguntó a los sobrevivientes si los amantes besan el número como si fuera una cicatriz, Doron dijo que algunos la miraban "como si estuviera loca" y otros dijeron "por supuesto".
"Para mí es una cicatriz", dijo Doron, que se interesó por los números cuando le extrajo sangre a un hombre con el brazo tatuado en una sala de emergencia. "El hecho de que gente joven decida hacer el tatuaje es para mí señal de que seguimos llevando la cicatriz del Holocausto."
Numerado sigue a Hanna Rabinovitz, una mujer madura que se tatuó el número de su padre en el tobillo cuando murió su padre. La película también cuenta la historia de Ayal Gelles, un programador de 28 años, y su abuelo, Avraham Nachshon, de 86 años, que llevan los dos el número A-15510 en sus brazos.
"Es como una herencia", dijo Gelles de su tatuaje. "Es provocador. Todos se siente impactados al principio, como shoqueados." Afirmó que tuvo una epifanía viendo vacas marcadas en una estancia en la Argentina, lo que lo llevó a hacerse el tatuaje y adoptar una dieta vegetariana. No le contó a su abuelo de su plan. "Si hubiese sabido antes te hubiera dicho que no lo hagas", le dijo el abuelo hace poco.
"Sueño todas las noches con ello", dijo Nachshon al contar su historia del Holocausto, que incluye varios meses en Birkenau, donde fueron asesinadas su madre y hermana en la cámara de gas. "Muchas veces estamos escapando de los alemanes. A veces corro toda la noche. Quizás esta vez no logren agarrarme."
El israelí que tatuó el número de Ivia Ravak, el 4559, en su hijo Oded Ravak y su nieto Daniel Philosoph, lo hizo gratis. Fue un viernes, Ravak, un artista del vidrio de 56 años que vive en Ottawa y estuvo de visita para ver a su familia cuando le hicieron el tatuaje hace dos años, trajo flores del Shabat a su madre. "Al principio estaba molesta", dijo. "Cuando le expliqué los motivos por los que lo hice, lloramos juntos."
Los descendientes tatuados entrevistados para este artículo compartieron sus motivaciones: querían estar unidos de modo eterno y estrecho con su pariente superviviente. Querían vivir el mantra "No olvidar" con algo que provoque constantemente preguntas y conversaciones.