El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, afirma ser un gran fanático de la verdad. En los medios de comunicación, antes de su viaje a Arabia Saudita y Egipto, y durante su discurso en El Cairo el jueves, afirmó que la pieza central de su política de Oriente Medio es su voluntad de decirle a la gente duras verdades. De hecho, Obama hizo tres referencias a la necesidad de decir la verdad en su así llamado discurso al mundo musulmán. Lamentablemente, para un discurso considerado como un ejercicio de decir la verdad, el de Obama quedó corto. Lejos de decir duras verdades, su discurso reflejó conveniencia política.
Las así llamadas duras verdades de Obama para el mundo islámico incluyeron declaraciones sobre la necesidad de luchar contra extremistas, dar igualdad de derechos a las mujeres, proporcionar libertad de religión y fomentar la democracia. Lamentablemente, todas sus declaraciones sobre estos temas no fueron más que teorías abstractas, carentes de determinaciones políticas.
Habló de la necesidad de luchar contra los terroristas islámicos sin mencionar que sus fundamentos y apoyo intelectual, político y monetario llegan desde las mismas mezquitas, políticos y regímenes de Arabia Saudita y Egipto, que Obama ensalza como moderados y responsables.
Habló de la necesidad de garantizar la igualdad de las mujeres sin mencionar las prácticas islámicas comunes como los así llamados asesinatos por honor y la mutilación genital femenina. Pasó por alto el hecho de que a lo largo de las tierras del islam a las mujeres se les niegan los derechos básicos legales y humanos. Y luego calificó sus declaraciones mintiendo al afirmar que las mujeres en los EE.UU. sufren de manera similar un déficit de igualdad. Al tratar así este problema, Obama envió el mensaje que nada le importaba menos que la apremiante situación de la mujer en el mundo islámico.
Así también, Obama habló de la necesidad de libertad religiosa pero hizo caso omiso del apartheid religioso de Arabia Saudita. Habló de las bendiciones de la democracia pero ignoró los problemas de la tiranía.
En resumen, la "charla directa" de Obama al mundo árabe, que comenzó con su falsa afirmación de que al igual que América el islam se compromete con "la justicia y el progreso, la tolerancia y la dignidad de todos los seres humanos", fue consciente y fundamentalmente fraudulenta. Y este fraude se adelantó para facilitar su objetivo de poner al mundo islámico en el mismo pie de igualdad moral con el mundo libre.
De modo similar, las duras "verdades" de Obama sobre Israel estuvieron marcadas por deshonestidad fáctica y moral al servicio de fines políticos.
Superficialmente pareció que Obama regañara al mundo musulmán por sus omnipresentes negación del Holocausto y cobarde odio al judío. Al afirmar que la negación del Holocausto y el antisemitismo están equivocados, pareció que estuviera confirmando su anterior declaración que los lazos de América e Israel son "irrompibles".
Lamentablemente, un estudio detallado de sus declaraciones demuestra que Obama en realidad estaba aceptando la opinión árabe que Israel es un extranjero -y, por tanto, injustificable- intruso en el mundo árabe. De hecho, lejos de atacar su rechazo de Israel, Obama lo legitimó.
El argumento árabe básico contra Israel es que la única razón por la que Israel fue establecido fue para aliviar la mala conciencia de los europeos que se sentían avergonzados por el Holocausto. Según su relato los judíos no tienen derechos jurídicos, históricos o morales a la tierra de Israel.
Este argumento es completamente falso. La comunidad internacional reconoció los derechos jurídicos, históricos y morales del pueblo judío a la Tierra de Israel mucho antes de que nadie hubiera oído hablar de Adolf Hitler. En 1922, la Sociedad de las Naciones encomendó la "reconstitución" -no la creación- de la comunidad judía en la Tierra de Israel, en sus fronteras históricas a ambos lados del río Jordán.
Pero en el ejercicio descriptivo de su relato, Obama hizo caso omiso de esta verdad básica en favor de la mentira árabe. Él dio crédito a esta mentira al afirmar erróneamente que "la aspiración de una patria judía tiene sus raíces en una historia trágica". Luego, él explícitamente vinculó la creación de Israel al Holocausto al trasladar a su lección de historia el genocidio de los judíos europeos.
Incluso peor que su ceguera voluntaria a las justificaciones históricas, jurídicas y morales para el renacimiento de Israel, fue la caracterización de Obama del mismo Israel. Obama, alegre, falsa y odiosamente comparó el tratamiento que Israel da a los palestinos con el que los blancos americanos propietarios de esclavos dieron a sus esclavos negros. Él representó de manera similar a los terroristas palestinos, en la misma categoría moralmente pura, como esclavos. Tal vez más repulsivamente, Obama elevó al terrorismo palestino a la altura moral de las rebeliones de esclavos y al movimiento de derechos civiles, al referirse a él por su eufemismo árabe, "la resistencia".
Pero así como fue decepcionante y francamente obscena la retórica de Obama, las políticas que esbozó fueron mucho peores. Obama balbuceó acerca de cómo el Islam y Estados Unidos son dos caras de la misma moneda, pero logró precisar dos políticas claras. En primer lugar, anunció que va a obligar a Israel a poner fin a todas las edificaciones para judíos en Judea, Samaria y la parte oriental, norte y sur de Jerusalén. En segundo lugar dijo que se esforzará por convencer a Irán para sustituir su programa de armas nucleares por un programa de energía nuclear.
Obama sostuvo que la primera política será facilitar la paz y la segunda impedir que Irán adquiera armas nucleares. Luego de reflexionar está claro que con ninguna de sus políticas es posible alcanzar los objetivos declarados. En realidad, la incapacidad de cumplir con los fines por los que él afirma que las adoptó son tan obvias, que vale la pena considerar cuales podrían ser las verdaderas razones por las que las eligió.
La política de la administración hacia las construcciones judías en el centro de Israel y su ciudad capital expone a Israel a un masivo nivel de hostilidad. Ella no sólo sobrevuela de cara a los explícitos compromisos de Estados Unidos con Israel tomados bajo la administración Bush, sino que contradice acuerdos de larga data entre sucesivos gobiernos israelíes y americanos si es que no los avergüenza a ambos.
Además, el hecho que la administración no puede parar de atacar a Israel por las construcciones judías en Jerusalem, Judea y Samaria, sin embargo, no tiene nada que decir acerca de la democrática toma del poder por parte de Hezbollah en Líbano, la próxima semana, ni de la plataforma política genocida de Hamás, del involucramiento de Fatah en el terrorismo, o de los lazos de Corea del Norte con Irán y Siria, que tienen graves consecuencias para las perspectivas de paz en la región.
Como lo dejó en claro el líder Mahmoud Abbas en su entrevista de la semana pasada con el Washington Post, a la luz de la hostilidad de la administración hacia Israel, la Autoridad Palestina ya no siente necesario en absoluto hacer ninguna concesión a Israel. No necesita aceptar la identidad de Israel como estado judío. No necesita minimizar de manera alguna la exigencia de que Israel cometa suicidio demográfico aceptando a millones de hostiles árabes extranjeros como ciudadanos de pleno derecho. Y no tiene necesidad de reducir su demanda territorial de modo que Israel deba contraerse dentro de fronteras indefendibles.
En resumen, y por atacar a Israel afirmando que es responsable por la falta de paz, la administración está alentando a los palestinos y al mundo árabe en su conjunto a seguir rechazando a Israel y a negarse a hacer la paz con el estado judío.
El gobierno de Netanyahu, según se informa, teme que Obama y sus asesores han hecho tal cuestión de los asentamientos porque buscan derrocar al gobierno de Israel y reemplazarlo por el más flexible partido Kadima. Fuentes del gobierno apuntan al Jefe del Estado Mayor de la Casa Blanca, Rahm Emmanuel, quien ha jugado un rol central en desestabilizar al primer gobierno de 1999 del Primer Ministro Binyamin Netanyahu, cuando sirvió como asesor del entonces presidente Bill Clinton. Ellos también hacen notar que Emmanuel está actualmente trabajando con israelíes de izquierda y judíos americanos asociados con Kadima y el Partido Demócrata para desacreditar al gobierno.
Si bien hay pocas razones para dudar que la administración de Obama preferiría a un gobierno de izquierda en Jerusalem, es poco probable que la Casa Blanca esté atacando a Israel fundamentalmente para avanzar con ese objetivo. Esto es lo primero en todo este caso, porque hoy hay poco peligro que los aliados de la coalición de Netanyahu lo abandonen.
Por otra parte, los americanos no tienen ninguna razón para creer que las perspectivas de un acuerdo de paz mejorarían con un gobierno de izquierda a la cabeza en Jerusalem. Después de todo, y a pesar de sus mejores esfuerzos, el gobierno de Kadima no pudo hacer la paz con los palestinos del mismo modo que no lo logró un gobierno laborista antes que él. Lo que los palestinos han demostrado consistentemente desde la cumbre de Camp David que fracasó en el 2000 es que no hay acuerdo que Israel pueda ofrecerles que ellos estén dispuestos a aceptar.
Por lo tanto, si el objetivo de la administración al atacar a Israel no es promover la paz ni derrocar al gobierno de Netanyahu, ¿qué puede explicar su conducta?
La única explicación razonable es que la administración está acosando a Israel porque desea abandonar al estado judío como un aliado en favor de lazos más cálidos con los árabes. Ha elegido atacar a Israel con respecto al tema de las construcciones judías, porque cree que concentrándose en este asunto minimizará el precio político que tendrá que pagar en casa por deshacerse de la alianza de América con Israel. Al afirmar que sólo está presionando a Israel a fin de permitir una pacífica "solución de dos estados", Obama supone que será capaz de conservar su base de apoyo entre los judíos americanos quienes pasarán por alto la hostilidad subyacente que hay en la posición de sus documentos "pro-paz".
La política de Obama hacia Irán es un complemento lógico de su política hacia Israel. Así como no hay ninguna probabilidad que atacando a Israel él va a acercar más la paz en Medio Oriente, así tampoco impedirá que Irán obtenga armamento nuclear ofreciéndoles a los mullahs energía nuclear. El acuerdo que Obama está proponiendo ahora ha estado sobre la mesa desde el 2003 cuando se expuso el programa nuclear de Irán por primera vez. En los últimos seis años, los iraníes lo han rechazado repetidamente. De hecho, la semana pasada ellos anunciaron una vez más que lo han rechazado.
También en este caso, para entender el objetivo actual del Presidente es necesario buscar las respuestas más cerca de casa. Dado que la política de Obama no tiene ninguna posibilidad de impedir que Irán adquiera armas nucleares, es evidente que se ha conformado con la perspectiva de un Irán con armamento nuclear. En vista de ello, la explicación más racional para su política de comprometer a Irán es que él desea evitar ser culpado cuando Irán se perfila como una potencia nuclear en los próximos meses.
Considerando esto de la administración de Obama es imperativo que el gobierno de Netanyahu, lo mismo que el público, entiendan cuales son los verdaderos objetivos de sus políticas actuales. Afortunadamente, los datos de constantes encuestas muestran que la abrumadora mayoría de los israelíes se dan cuenta que la Casa Blanca es profundamente hostil a Israel. Los datos también muestran que el público aprueba el manejo de Netanyahu de nuestras relaciones con Washington.
Mirando hacia el futuro, el gobierno debe mantener esta conciencia pública y apoyo. Por sus palabras, así como por sus hechos, Obama no sólo ha demostrado que no es amigo de Israel. Él ha demostrado que no hay nada que Israel pueda hacer para hacerle cambiar de opinión.
JWR contributor Caroline B. Glick is the senior Middle East Fellow at the Center for Security Policy in Washington, DC and the deputy managing editor of The Jerusalem Post.