Por primera vez en su corta historia, la lucha social en Israel tiene chance. El gobierno no puede desviar la atención de las protestas populares con la excusa del proceso de paz. No hay ningún proceso de paz en marcha, ni siquiera en apariencia.
La actual lucha social cuenta con una oportunidad única desde que los organizadores no pertenecen a los estratos más débiles y oprimidos de la sociedad. A ellos no se los puede encuadrar como izquierda lunática, radicales, anarquistas, activistas locales o Panteras Negras, y de ese modo convertirlos, injustamente, en elementos terroristas y desestabilizadores.
Los líderes de las protestas son las clases privilegiadas, consideradas aquí como modelos de integridad y nobleza. Ellos, que viven en el centro del país y ganan el doble o el triple del salario mínimo, descubrieron, tarde pero seguro, que no pueden adquirir una vivienda o gastar la mitad de sus salarios en pagar alquileres.
La lucha social en Israel tiene por primera vez una verdadera ocasión porque la clase media puede experimentar por sí misma lo que significa la opresión. Finalmente, luego de un largo proceso de privatizaciones salvajes y sucesivos gobiernos dedicados a eludir su responsabilidad frente a sus ciudadanos, la clase media pasó a ser un conglomerado humillado; en ese contexto, el cinismo político del “divide y reinarás” ya no puede prosperar.
La actual revuelta social tiene posibilidades de prosperar debido también a las vertiginosas transformaciones en Oriente Medio, y es improbable que estos fuertes vientos de cambio pasen por aquí de largo sin ningún efecto sobre nosotros. Incluso teniendo en cuenta las obvias diferencias con los países árabes, la furia de las masas contra la corrupción, las matanzas ordenadas por los gobiernos, la opresión, la injusticia y la pobreza, el efecto también ha llegado a nuestras orillas. Por primera vez la lucha social israelí tiene una verdadera oportunidad desde el momento en que las diversas manifestaciones - asistentes sociales, queso cottage, médicos o indignados por los precios de la vivienda - ya no se anulan entre sí sino que constituyen una sola voz.
Estas reclamaciones encontraron su ocasión, pues la demagogia capitalista se fue a la quiebra. Durante años se nos lavó la cabeza con que tras la caída del Muro de Berlín, el capitalismo es el único modelo económico posible.
Pero no es verdad. No es cierto que el gobierno no interfiera en la economía, y que opere únicamente de acuerdo a las reglas de oferta, demanda, competencia y mercado libre. En primer lugar, la verdadera competencia es imposible cuando dos decenas de familias controlan la mayor parte de las transacciones. En vez de un capitalismo modelo norteamericano, Israel se parece más a una oligarquía rusa tras el colapso de la Unión Soviética. En segundo lugar, en lo que atañe a la extracción de dinero de los ciudadanos, el gobierno está profundamente involucrado; los impuestos que aplica a ingresos y productos se encuentran entre los más caros del mundo occidental. Pero en lo que respecta a la retribución, el ejecutivo mira para otro lado. Aquellos servicios que teóricamente debe otorgar a cambio de pagos tributarios (salud, educación, bienestar social y vivienda razonable) están desapareciendo. Si la ideología dominante de nuestros pioneros era dar tanto como fuera posible, recibiendo únicamente lo mínimo, así la idea dominante actual es exactamente contraria, y se filtra desde el gobierno y las familias poderosas hacia la burocracia y los que controlan los precios, corrompiendo de ese modo a toda la sociedad.
Por primera vez una lucha de alcance social tiene una chance real en Israel, ahora que el Estado cuenta con un superávit presupuestario sustancial y enormes reservas en moneda extranjera, y cuando el gobierno no puede ampararse ya en el habitual argumento de “no tenemos recursos suficientes". Sí los tiene, y todo lo que tiene nos pertenece.
La oportunidad de la actual revuelta social es real, neta, transparente y sin derramamientos de sangre (algo prácticamente inaudito en este tipo de conflictos); la dirigen jóvenes desconocidos que en lugar de irse del país, decidieron no renunciar a él; madres que no consiguen pagar las guarderías de sus bebés y que no dudan, apesar del intenso calor del verano, en interferir con ellos en sus cochecitos las principales avenidas del país. Eso vale oro. Son nuestros futuros líderes, maestros, médicos, investigadores, empresarios, técnicos y altos oficiales de Tzáhal. Su conciencia de solidaridad es de admirar y no acabará en el precio de la vivienda o del transporte público. A la hora de posibles conflictos bélicos, los volveremos a ver en primera fila. Son nuestros hijos y nietos; necesitan nuestro apoyo; no podemos darnos el lujo de defraudarlos.
La presión no debe disminuir. Al contrario, tiene que intensificarse. Rara vez se presenta una coyuntura así para poder realizar reparaciones históricas, y además, en circunstancias tan favorables.
La independencia de Israel fue declarada en el primer Museo de Tel Aviv en el Bulevar Rothschild. Ahora, en ese mismo lugar, 63 años más tarde, se está llevando a cabo una batalla decisiva por la naturaleza misma del Estado. Ella nos involucra a todos. La única opción es el éxito. Su fracaso será el largo sufrimiento de nuestras generaciones venideras.