Al cabo de la conferencia de prensa ofrecida ayer al mediodía en el hotel donde el maestro se hospeda habitualmente, Daniel Barenboim recibe a solas a Clarín en un salón contiguo. Tiene por delante un proyecto ciclópeo que comienza esta misma noche en el Colón -incluye la integral de las sinfonías de Beethoven, además de conciertos extraordinarios y de tres presentacones con el Coro y la Orquesta de la Scala de Milán para el Abono del Bicentenario-, pero luce tan bien dispuesto como siempre. Esta vez vino con su mujer, la notable pianista rusa Elena Bashkirova, con quien tocará una de las obras más insólitas de todo el repertorio a dos pianos: una transcripción del austríaco Anton Webern de las Cinco piezas para orquesta de Arnold Schoenberg. No hay nadie más convencido que Barenboim de la necesidad de ampliar la experiencia estética del público, lo que incluye además la primera audición local de una obra de Pierre Boulez, Dérive II . La transcripción de Webern es un tanto insólita ya que se trata de una reducción a dos pianos de la más fantasiosa de todas las piezas orquestales de Arnold Schoenberg, las mismas que Barenboim ofreció dos años atrás en el Coliseo en una memorable versión con la Orquesta de Berlín. Las coloridas piezas de Schoenberg regresan ahora en el desnudo formato de dos pianos, pero el audaz Barenboim no ve ningún problema en ello.
Maestro, usted parece amigo de las cosas imposibles. ¿No le parece que la transcripción de Webern es una utopía musical, un intento de representar lo irrepresentable?
Cuando empecé a tocarlas pensaba como usted, ahora menos. Toda transcripción tiene sus desventajas, pero a veces tiene ventajas. Hay algo muy recortado y muy cerrado en esta versión, que realmente no se consigue fácilmente con la orquesta, aunque no es que vaya a reemplazarlo, claro. Vea, para mí el piano es el instumento de la ilusión. No se puede hacer realmente legato, ya todos conocemos los límites del piano. Pero el piano es el arte de crear una ilusión; el sonido no se puede sostener como un viento o una cuerda, pero el pedal crea otro tipo de sostén, de juego sonoro.
¿Y cuando usted toca esas piezas está pensando en restituir cierto efecto orquestal?
Yo siempre pienso en la orquesta, incluso cuando toco los Nocturnos de Chopin. El piano es un instrumento a primera vista no muy interesante. Uno pone un cenicero encima de la tecla, y suena. En las primeras etapas de aprendizaje es mucho más fácil que el violín, que tiene una posición incómoda y hay que encontrar la nota. El piano tiene tres patas y está ahí. Cuando más se avanza en el arte del piano más dificultades uno encuentra y más posibilidades se abren.
Cuando usted vino a hacer las sonatas de Beethoven en 2002 las agrupó de modo que en cada uno de los ocho recitales estuviesen representados los distintos períodos. Ahora la presentación de las sinfonías es cronológica, de la 1 a la 9. ¿Por qué? Primero, si ahora volviese a tocar las sonatas no sé si no las haría en orden cronológico. Tal vez. La gran ventaja de la cronología es ver el desarrollo. Para que esto tenga sentido, tiene que venir la misma gente, y hay más posibilidades de que el público se repita en cinco conciertos de orquesta que en ocho recitales de piano. Además, las sinfonías de Beethoven, posiblemente con excepción de la primera y la segunda, que tienen mucho en común, son cambiantes; es como si cada una buscase otro lenguaje. Si uno oye la quinta, la sexta parece escrita por otro músico. No hay otro compositor donde haya tantas diferencias de lenguaje. Mahler, a lo mejor...
Su amigo Edward Said escribió un libro extraordinario sobre “El estilo tardío”, el estilo tardío en general, pero seguramente inspirado en el famoso ensayo de Adorno sobre el último Beethoven. El estilo tardío se oye sin duda en las sonatas. ¿Se oye también en las sinfonías? La música tiene cosas curiosas. A veces hay un ritmo en semicorcheas que se hacen demasiado amplias y huelen a tresillos. No son tresillos, pero huelen a tresillos. Las sinfonías 8 y 9 huelen a estilo tardío, aunque no son tardías. El comienzo de la octava, o la armonía del último movimiento, que rompe con la línea y la continuidad. Hay allí algo de lo tardío, lo mismo de que en el Adagio de la Novena. Ahí ya estamos en el mundo tardío.
Usted va a dirigir a la Orquesta de la la Scala en el “Requiem” de Verdi. ¿Qué diferencias podría mencionar con respecto a la de Berlín? La Scala, tanto la Orquesta como el Coro, tiene un relación única con Verdi. Es una lección que yo aprendí dirigiendo la Orquesta de París, en un momento en que mi experiencia con la música francesa era un poco limitada. Me di cuenta de que la orquesta de París tenía la misma relación con El mar de Debussy que los alemanes con la Quinta de Beethoven. Con Verdi y la Scala pasa eso, especialamente la Scala, tan vinculada a Verdi. No les interesa el gesto de Verdi, que se oye muy bien en todos lados. Hay un contacto con el lenguaje verdiano, no sé si decir más profundo, pero sí más cercano. Cuando hacen el Requiem no es como si estuviesen frente a una música muy bella, con mucha fuerza y temperamento, es como si estuviesen frente a algo humanamente importante. Eso es lo que quiero decir.
Barenboim no sólo ha venido con su mujer sino también con su hijo Michael, el concertino de la Orquesta del West Easter Divan desde 2002, que acompañó al padre en la conferencia de prensa junto con otros tres instrumentistas, dos pastestinas y una argentina nacida en Israel, además de la presidenta del Mozarteum Jeanette Arata de Erize, de Miriam Said (la mujer de su fallecido amigo Edward Said con el que Barenboim concibió el proyecto del West-Eastern Divan), el director del Colón Pedro Pablo García Caffi, el Ministro Consejero de la embajada española (la orquesta tiene sede en Andalucía). La visita de Barenboim funciona como una triple celebración: por los 60 años de su debut en el Colón (el 19 de agosto), por la reapertura del Teatro y por el Bicentenario. Es evidente que Barenboim se toma ciertas fechas muy a pecho: “Cuando se cumplieron los 50 años de mi debut en el Colón, en el 2000, fue muy importante para mí estar presente, por lo que tuve que interrumpir muchas cosas en Europa: fue la primera vez en 18 años que no fui a dirigir a Bayreuth, y este año no hicimos nuestra gira habitual por los Festivales de Lucerna y Salzburgo para estar aquí. Cuanto más pasan los años, más me siento ligado a la Argentina. Ayer, después de cenar con unos amigos y con mi hijo, antes de volver al hotel fuimos a ver la casa donde yo había nacido. Y ayer tuve además la gran emoción de ver el Teatro Colón, nuevo y viejo al mismo tiempo, de una belleza increíble. Pueden imaginarse todas mis memorias; los recitales de Rubinstein y Arrau, Furtwängler en el 49 con La Pasión según San Mateo; siempre en el Colón, y a veces en el gallinero”.
Luego de esa evocación sentimental, el músico pasó a su especialidad, que es deshacer falsas creencias. “Lamentablemente tengo muchas cosas que para decir que acaso los desilusionen. La primera es que la leyenda Edward Said y yo quisimos crear la orquesta, es falsa. No teníamos la menor idea de la posibilidad de un proyecto como éste. Y, hay que decirlo, tampoco podíamos imaginar el nivel y la cantidad de músicos en el mundo árabe que pudieran participar en el proyecto”.
Said y Barenboim pensaban que la formación, sea cual fuese, tenía que ser equivalente: mitad árabes, mitad israelíes. Elllos en principio habían pensado en un conjunto de diez o doce músicos. A través del Instituto Goethe hicieron audiciones en El Cairo, Damasco, Beirut. “Se pueden imaginar la sorpresa cuando vimos más de doscientas aplicaciones en el mundo árabe. No todas eran buenas, pero las mejores era equivalentes a lo se podía esperar de Israel. Y ahí nos decidimos a hacer la orquesta, pero nunca habíamos imaginado que las cosas se darían de ese modo”.
A continuación Barenboim despejó otro malentendido: “Las segunda leyenda de la que tengo que desilusionarlos es que esta es una orquesta para la paz. No es verdad. Una orquesta no puede ser para la paz. La paz necesita otras cosas: justicia, estrategia, compasión. Este proyecto no es político. La gente no me cree cuando digo esto. Pero no es político, porque la política es el arte del compromiso y la música es el arte de todo menos del compromiso. Lo que esta orquesta puede ofrecer es un modelo alternativo, por eso es necesario preguntarse por qué pueden funcionar, por decirlo así, enemigos tocando música, y no en la realidad cotidiana de la región. Porque todos somos iguales frente a una sinfonía de Beethoven, con los mismos derechos y las mismas responsabilidades”.
INFORMACION
El sábado a las 15, Barenboim dará un concierto gratuito en el Obelisco con la Orquesta West-Eastern Divan. Se anunciará mañana a las 15 en conferencia de prensa en la Casa de la Cultura con la presencia de Marian Said, viuda del intelectual Edward Said.