En mayo pasado, renuncié al gobierno israelí y al parlamento. Así lo hice, en gran medida, por razones de política interna, incluidas las diferencias con el primer ministro Binyamin Netanyahu sobre cuestiones tales como el respeto al estado de derecho y la independencia del Tribunal Supremo. La política nacional hacia los palestinos no estaba en el centro de mi renuncia, pero no es ningún secreto que difería en ese frente con algunos de entre el gobierno y en la Knesset en la que he servido.
Hay voces en Israel que favorecen una anexión a gran escala de Cisjordania y Gaza, tal vez incluso el desmantelamiento de la actual “separación política” entre las dos comunidades y la extensión de la ciudadanía israelí a los habitantes actuales de la Autoridad Palestina (AP). Creo que este enfoque sería un grave error, uno que pondría innecesariamente en peligro el carácter judío y democrático de Israel. Aunque no creo que el primer ministro se adhiera personalmente a estos puntos de vista, las señales mixtas que emanan desde dentro de su gobierno sólo animan a terceros para aplicar políticas problemáticas que perjudican los intereses de Israel. En este tema – en el compromiso inquebrantable de la preservación del carácter judío y democrático – el gobierno del país y sus ministros deben hablar con una sola voz.
En un nivel más amplio, muchos en Israel y más allá siguen convencidos que el modelo tradicional del proceso de paz en Oriente Medio ha llegado muy cerca del éxito en las últimas décadas y que, con algunos retoques o giros, y todavía más esfuerzos a lo largo de estas líneas básicas, podría producir un resultado aceptable… si únicamente ambas partes hiciesen algunas concesiones adicionales. No acepto esto. El modelo incorporado durante los Acuerdos de Oslo ha fallado, y si lo intentamos de nuevo, provocaremos un nuevo error. Sólo un enfoque fundamentalmente diferente puede producir un cambio, el enfoque de abajo hacia arriba en lugar de arriba hacia abajo… solamente esto puede terminar el conflicto subyacente.
Cuando arribaron las primeras noticias sobre los Acuerdos de Oslo, yo apoye el acuerdo y la fórmula “tierra por paz” en la que se basaba, pues, tanto antes como ahora, reverencio la preservación de la vida más que la adquisición de tierras. Al igual que muchos israelíes, creía en la idea que las concesiones territoriales podrían ser la clave para lograr la paz. Pero, con el tiempo, me desilusioné.
Mi despertar se produjo tras ser nombrado jefe de la inteligencia militar de Israel en 1995, poco antes de la firma del acuerdo de Oslo II. En esa posición, he tenido la oportunidad de ver todos los aspectos de la política palestina muy de cerca. Lo que aprendí fue impactante. Lo entendí no solamente destapando las decisiones secretas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) sino principalmente siguiendo los medios de comunicación palestinos, los programas de estudios palestinos y las declaraciones del liderazgo palestino. La evidencia era abrumadora: en lugar de la preparación de las generaciones más jóvenes de su comunidad para una reconciliación histórica con Israel, el líder palestino Yasser Arafat alimentaba a su pueblo con una dieta constante de odio y virulencia hacia Israel.
Recuerdo el día en el que me encontré reunido en una de las reuniones de trabajo periódicas con el primer ministro Itzjak Rabin, que por entonces servía al mismo tiempo como ministro de Defensa. En el curso de aquella reunión le ofrecí lo que llamé una “alerta temprana estratégica” que, en mi opinión, era que la dirección de la OLP tenía la intención de mantener vivo el conflicto contra Israel a pesar de la firma de Arafat en el césped de la Casa Blanca. Lamentablemente, más de dos décadas después, mi evaluación no ha cambiado. De la lectura de los libros de texto palestinos, observando la televisión palestina y escuchando los discursos de los funcionarios palestinos, está claro que el liderazgo de la AP sigue llenando las mentes de la juventud palestina con un mensaje que muestra a Israel como un cáncer extranjero en el Oriente Medio que debe ser reemplazado “desde el río hasta el mar”… pero la música que llega desde Gaza, lo que yo llamo “Hamástán”, es aún peor.
En tanto, la mayor parte de la población palestina sigue estando poco dispuesta a aceptar la realidad de la existencia permanente de Israel como un estado judío seguro y democrático, con el que será difícil, si no imposible, tener una verdadera paz. En vez de ser impuesta desde arriba hacia abajo (por los gobernantes), el deseo y la elección de la paz tienen que elevarse desde abajo hacia arriba, desde el propio pueblo palestino. Hasta que eso ocurra, la continuación de las negociaciones a lo largo de las líneas tradicionales nunca estará a la altura de las esperanzas de muchos de ellos. Un enfoque de abajo hacia arriba carece del drama y el romance de las cumbres de alto nivel que muchos en la comunidad internacional prefieren. Exige persistencia, trabajo duro, y un enfoque en los detalles. Este enfoque ofrece pocas esperanzas de una resolución final del conflicto en un futuro próximo. Estoy convencido, sin embargo, que es la única manera de evitar un abismo estratégico y el único camino para un progreso real hacia una eventual paz en el Oriente Medio.
¿Por qué ha fallado Oslo?
Desde la firma de los Acuerdos de Oslo, hace poco más de 23 años, la comunidad internacional – dirigida por los Estados Unidos – ha intentado en varias ocasiones facilitar un acuerdo sobre el estatuto definitivo que ponga fin al conflicto entre Israel y Palestina. Todos los esfuerzos han fracasado. La sabiduría convencional indicaba que se necesitaba achicar la falta de voluntad de las partes de la región a fin de lograr ciertas concesiones relativamente pequeñas. Si tan solo aquel comportamiento se ajustase o tal política se detuviese, guiaba este argumento, las cosas podrían haber funcionado en el pasado, y todavía pueden funcionar en el futuro, incluso sin que exista un movimiento dramático desde cualquier lado.
Creo que esta lectura convencional de la historia reciente es ingenua y que la verdadera razón para el fracaso de las negociaciones ha sido la renuencia palestina a reconocer el derecho de Israel a existir como Estado-nación del pueblo judío en fronteras seguras. Cuando esa reticencia se disipe, la paz será posible; hasta que esto no suceda, no será posible. La política de Israel, y la de la comunidad internacional, por lo tanto, debe permanecer enfocada en tratar de ayudar a los palestinos a que se dan cuenta que la elección de la paz está en sus manos.
La sabiduría convencional está equivocada porque se basa en cuatro conceptos erróneos acerca de la naturaleza del conflicto comenzando con el primer error que es creer que el problema central es la “ocupación de los territorios de Israel ganó en la Guerra de los Seis Días”, por lo que la clave para la paz debe ser una retirada israelí a las fronteras cercanas a las líneas previas a junio de 1967.
De hecho, la renuencia a aceptar a Israel ha sido una característica constante de la estrategia palestina desde incluso antes que hubiera un estado de Israel. Se refleja en el rechazo árabe a la propuesta del Reino Unido 1937 (Comisión Peel) y el plan de partición de las Naciones Unidas de 1947, así como el rechazo de los palestinos a la propuesta del primer ministro de Israel, Ehud Barak en Camp David en el año 2000, los parámetros del presidente de Estados Unidos Bill Clinton tras eso pero durante ese mismo año, y la propuesta del primer ministro israelí, Ehud Olmert, en 2008. Más recientemente, la actual dirigencia palestina continuó esta política de rechazo al ni siquiera responder a la llamada del presidente de Estados Unidos Barack Obama a negociar sobre la base de condiciones mediadas por Estados Unidos, en marzo de 2014. A lo largo de esta serie de rechazos, la dirección palestina nunca afirmó ni detalló que cualquier concesión territorial israelí, incluso una retirada total de las líneas de 1967, terminaría el conflicto y pondría fin a todas las reclamaciones que los palestinos tuvieran contra el estado de Israel.
Es cierto que la OLP reconoció a Israel en los Acuerdos de Oslo. Sin embargo, el reconocimiento de facto de la existencia de Israel no es lo mismo que reconocer su derecho a existir como Estado-nación del pueblo judío. Rabin estaba al tanto de este agujero en el acuerdo y se negó a proceder a la firma de Oslo hasta que recibió una carta de Arafat en donde éste se comprometía a cambiar los estatutos de la OLP para reflejar el reconocimiento de Israel. Sin embargo, a pesar de una gran cantidad de humo y espejos, incluyendo maniobras para engañar a muchos en la comunidad internacional, Arafat no procedió a cambiar esa carta fundacional. Una prueba de ello es la imposibilidad de encontrar cualquier Carta modificada que haya sido publicada por la OLP desde su supuesta sustracción de los objetos supuestamente modificados en 1996: Un documento “limpio” simplemente no existe.
El sucesor de Arafat, Mahmoud Abbas, ha mantenido esta política, negándose reiteradamente a aceptar la idea que el pueblo judío tiene un derecho a la estadidad. Algunos dicen que esto es sólo una maniobra táctica de Abbas, que se describe como un rechazo a tal reconocimiento ahora para que pueda jugar más tarde dicha carta a cambio de una importante concesión israelí. Sin embargo, hemos escuchado lo mismo ya con Arafat; pero se trata de una “expresión de deseos”, tanto entonces como lo es ahora. El hecho es que cuando Abbas dice: “No vamos a reconocer el carácter judío del Estado de Israel”, como lo hizo en noviembre de 2014, debemos tomarlo en serio.
Es cierto que Israel no pidió este tipo de reconocimiento por parte de Egipto y Jordania, cuando firmó los tratados de paz con esos países en 1979 y 1994, respectivamente. Pero el conflicto palestino-israelí es, en el fondo, un conflicto sobre identidad nacional y no una disputa inmobiliaria y esto es muy diferente a los anteriores conflictos interestatales. En ningún momento Egipto o Jordania hicieron un reclamo sobre “toda Palestina”, como hace la OLP. Con esos dos estados, la paz se consiguió vía un intercambio de territorios y el restablecimiento de las fronteras internacionales reconocidas. Ni Egipto ni Jordania consideran la idea de acarrear el conflicto con Israel después de la firma de la paz. Por el contrario, los palestinos han optado por reanudar las hostilidades contra Israel, ya sea mediante el lanzamiento de cohetes o el lanzamiento de ataques terroristas, precisamente desde los territorios que recibieron de manos de Israel. Ese fue el caso tanto desde la firma de los Acuerdos de Oslo como de la retirada de Israel de Gaza.
Hay corolarios al principio de negarse a reconocer a Israel como el Estado-nación del pueblo judío. Los líderes palestinos también rechazan el lema “dos estados para dos pueblos”, debido a que la OLP no reconoce la existencia de un pueblo judío. Su carta dice “gente judía”: “Las reclamaciones de los lazos históricos o religiosos de los judíos con Palestina son incompatibles con los hechos de la historia y la verdadera concepción de lo que constituye la condición de Estado. El judaísmo, al ser una religión, no es una nacionalidad independiente. Tampoco los judíos constituyen una sola nación con una identidad propia; son ciudadanos de los Estados a los que pertenecen”.
Al rechazar a Israel como el Estado-nación del pueblo judío demuestran que el conflicto no es por fronteras, sino por la existencia misma de Israel. Por extraño que parezca, la historia ha demostrado que los palestinos han rechazado en varias ocasiones a aceptar su propia condición de Estado y a asumir las responsabilidades que esto conlleva… ya que su objetivo principal NO ha sido conseguir su propia entidad nacional SINO negarle a los judíos la de ellos.
Los líderes palestinos rechazaron las propuestas de partición hechas por el poder colonial británico y las Naciones Unidas antes del establecimiento de Israel, no tomaron ninguna medida hacia la independencia, y cuando Egipto y Jordania gobernaron el territorio en el que vivían los palestinos también desperdiciaron la oportunidad de construir las instituciones de un Estado en las últimas dos décadas. Con la excepción de los dos años prometedores de 2010 a 2012 bajo la dirección del primer ministro Salam Fayyad, cuando los palestinos comenzaron a construir la infraestructura de un estado, los palestinos han preferido, lamentablemente, concentrarse en hacerle daño al Estado de Israel en lugar de establecer su estado propio.
En 2005, por ejemplo, Israel se retiró completamente de la Franja de Gaza, con la evacuación de todos los civiles y sin deja siquiera un soldado israelí. La dirección palestina en Gaza, la cual desde 2006 quedó en manos del Movimiento de Resistencia Islámica o Hamás, tuvo la oportunidad de establecer una entidad casi estatal para desarrollar la zona para el beneficio de su propio pueblo, y para probarle a Israel y a la comunidad internacional que la fórmula “tierra por paz” realmente funcionaba. De hecho, nada habría incentivado la retirada israelí de Cisjordania (que muchos israelíes llaman Judea y Samaria) más que el surgimiento de una entidad palestina gobernada pacífica y exitosa en Gaza. Por desgracia, ocurrió todo lo contrario. Hamás transformó a Gaza en una base terrorista y en una plataforma de lanzamiento de cohetes, y en el proceso llevó a la destrucción de la vida de millones de palestinos.
¿Por qué los asentamientos no son el problema?
El segundo error que sustenta la sabiduría convencional es que los asentamientos israelíes en los territorios (de Judea y Samaria) son un obstáculo fundamental para la paz y que la eliminación de dichos asentamientos podría allanar el camino para una solución del conflicto. Una vez más, sin embargo, la historia ha demostrado que esto simplemente no es el caso. La persistencia del conflicto árabe-judía durante más de 150 años no se debe a que los judíos se han asentado en una parte particular de la tierra de Israel, sino porque los árabes han rechazado el derecho de los judíos a establecerse en cualquier lugar de la tierra de Israel.
Gaza es un caso prueba útil sobre dicha afirmación. Si los asentamientos eran el principal problema de bloqueo de la paz, entonces la evacuación de todos los colonos de Gaza debería haber mejorado las cosas y hasta debía dar lugar a nuevas negociaciones. De hecho, se produjo más terrorismo. La poca tranquilidad para las comunidades israelíes cerca de la frontera de Gaza en los últimos dos años se debió solamente al castigo infligido al Hamás por las Fuerzas de Defensa de Israel en la Operación Margen Protector del año 2014, lo que ha detenido temporalmente el lanzamiento de nuevos ataques.
La existencia de asentamientos israelíes en los territorios nunca ha impedido que los israelíes y los palestinos negociasen o incluso que llegasen a acuerdos. Desde 1993, Israel y la OLP han alcanzado numerosos acuerdos políticos, económicos y técnicos, así como en los gobiernos israelíes de izquierda, de derecha o de centro, quienes a la par continuaron invirtiendo en los asentamientos de los territorios.
Desde 1967, ningún gobierno de Israel, de todo el espectro político, ha puesto en duda la legalidad de los asentamientos judíos en los territorios ganados durante la guerra. Los gobiernos han adoptado diferentes puntos de vista sobre la conveniencia de construir en ciertos asentamientos, pero todos han reconocido el derecho fundamental de los judíos que viven en Cisjordania (por supuesto, las actividades de asentamiento deben siempre hacerse legalmente, únicamente con el respaldo del gobierno de Israel. Ningún gobierno puede hacer la vista gorda a las acciones ilegales y se debería utilizar los instrumentos del estado para evitar violaciones a la ley para corregirlas en caso de que ocurran). A pesar de ello, como parte del proceso político de los Acuerdos de Oslo, el gobierno de Israel hecho una concesión importante, comprometiéndose a negociar la cuestión de los asentamientos con los palestinos.
Algunos argumentan que este compromiso era falso, dado que la expansión de los asentamientos impide el establecimiento de un estado palestino. Sin embargo, la superficie total combinada de los asentamientos israelíes en Cisjordania es inferior a casi el diez por ciento del territorio… no tanto como para evitar la aparición de un estado palestino. Y aunque la administración Obama renunció unilateralmente al compromiso alcanzando en Washington en abril de 2004, entre el presidente EE.UU. George W. Bush y el primer ministro israelí, Ariel Sharon, sobre las actividades en los asentamientos, el gobierno de Israel ha mantenido su parte del acuerdo. En concreto, Israel ha limitado su construcción en Cisjordania en áreas dentro de los límites geográficos de los asentamientos existentes de una manera que permitiese el crecimiento natural de las comunidades.
Lamentablemente, por razones políticas internas, el gobierno israelí ha tenido ciertos reparos en afirmar públicamente su continuo compromiso con esta política, un compromiso que se ha mantenido a pesar que Washington ha roto con su parte del trato. Israel debe ser clara acerca de su política, con la esperanza que la nueva administración en Washington vuelva a un enfoque más realista sobre la cuestión de los asentamientos y su conexión con la diferencia más amplia entre Israel y los palestinos.
¿Por qué la separación completa no funcionará?
El tercer error que subyace en el enfoque convencional para el proceso de paz es que hasta que se alcance un acuerdo diplomático para resolver el conflicto, la separación entre los israelíes y los palestinos es la mejor manera de mantener las cosas en paz y tranquilidad. Los argumentos a favor de la separación se sustentan en la idea que los israelíes no deben vivir en cautiverio ante la negativa palestina para hacer la paz y que pueden ser dueños de su propio destino. También se alimenta de una cierta noción paternalista que si los palestinos no van a actuar como actores responsables, los israelíes tendrán que ser responsables de ambas partes. Pero un examen atento muestra que se trata de un espejismo. La plena separación ahora sería un desastre, sobre todo para los palestinos.
Ninguna entidad palestina podría sobrevivir, por ejemplo, sin una estrecha relación con la economía israelí. El centro de gravedad de la economía palestina no es Ramallah; es Tel Aviv. Alrededor de 100.000 palestinos siguen empleados dentro de la “Israel anterior a 1967”, tanto legal como en el marco de la economía sumergida. Otros 60.000 están empleados dentro de Cisjordania, en los asentamientos y en zonas industriales israelíes. Miles más se emplean en los territorios palestinos por los subcontratistas de las empresas israelíes. Más del 80 por ciento de las exportaciones palestinas van a parar al mercado israelí. La plena separación entre Israel y los palestinos podría desencadenar una crisis económica y humanitaria en Cisjordania que amenazaría la AP y que supondría un riesgo de seguridad para Israel y para Jordania.
Por otra parte, la separación de los palestinos de las infraestructuras críticas israelíes provocaría inmediatamente una crisis masiva. Incluso con la retirada de Israel de Gaza, los habitantes de Gaza todavía dependen para su supervivencia del agua y la electricidad suministrada por Israel. Para los palestinos en Cisjordania, el nivel de dependencia es aún mayor. Para Israel, el considerar una política basada en privar a los palestinos de las necesidades básicas para la vida es inhumano e impensable. En teoría, los palestinos tienen la capacidad de desarrollar sus propias plantas de desalinización, centrales eléctricas, y otras necesidades de su infraestructura. Sin embargo, no han demostrado esta habilidad desde la firma de los Acuerdos de Oslo, y, a pesar de la financiación internacional generosa, nada de esto ha sucedido. Sería la victoria de la esperanza sobre la experiencia el creer que esta situación podría cambiar en caso de que Israel se separase de los territorios.
En cuanto a la seguridad, las limitaciones que acompañarían a esa separación completa privarían al ejército israelí y a otras agencias israelíes de la libertad que disfrutan actualmente para operar en los territorios y le cortaría a Israel de los activos necesarios para luchar contra el terrorismo. Pero el impacto más inmediato de la separación en el reino de seguridad estaría en la supervivencia de la AP.
A partir de la aplicación de los Acuerdos de Oslo en 1994, hasta la Operación Escudo Defensivo en 2002, las fuerzas de seguridad israelíes no operaban en la Zona A en Cisjordania, aquellas áreas urbanas definidas por acuerdo entre Israel y Palestina como bajo el control total de la seguridad palestina. Cuando los palestinos lanzaron una ola de atentados suicidas contra las ciudades de Israel en 2000, en lo que se conoce como “La Segunda Intifada”, o “Intifada de Al Aqsa,” la mayor parte de los atacantes procedían de la zona A. Para sofocar el levantamiento y para poner fin a la los ataques terroristas, Israel cambió sus reglas de enfrentamiento y comenzaron a actuar a lo largo de toda la Ribera Occidental, una situación que ha permanecido así desde entonces. Sin esta libertad de acción, Israel teme en que de nuevo se deba enfrentar a la clase de la violencia y el terrorismo de 2000-2002.
Pero las organizaciones terroristas no se centran sus energías sólo contra Israel. Hamás, Yihad Islámica y el Estado Islámico (también conocido como ISIS) también consideran que la AP y su partido gobernante, Fatah, son sus enemigos. La convergencia resultante de intereses entre Israel y la AP en la lucha contra el terrorismo palestino es la base para la coordinación de la seguridad entre Israel y las instituciones de seguridad palestinas. Esta cooperación, consagrada originalmente en el acuerdo de Oslo II, se ha convertido en esencial para la seguridad de la AP; A pesar que los palestinos hacen su parte, el hecho es que las fuerzas de seguridad israelíes son responsables de la mayoría de las actividades de lucha contra el terrorismo en Cisjordania. Sin la actividad militar y de la seguridad de Israel, la AP colapsaría y Hamás tomaría el control.
Por supuesto, no todos los aspectos de la separación total son malos para Israel y los palestinos. La separación política, por ejemplo, sirve a los intereses de ambas partes. De hecho, es el resultado positivo del proceso de Oslo. Gracias a los acuerdos, los palestinos gozan de una independencia política sustancial, votando por su propio parlamento, presidente, y los municipios. Esto también beneficia a Israel, cuyo carácter judío y democrático se vería amenazada si los palestinos en Cisjordania tuviesen la opción que votar en el sistema político israelí (por su cuenta, los palestinos decidieron mantener dos entidades: una gobernada por Hamás y la Autoridad Palestina… pero esta fue una elección palestina, no impuesta sobre ellos por parte de Israel).
Aquellos de nosotros que creemos en la separación política reconocemos que es necesario que haya un eventual acuerdo entre las partes acerca de la situación del territorio en Cisjordania, parte de la cual estará bajo la soberanía palestina y parte de la cual quedará bajo soberanía israelí. Esta cuestión debería negociarse y resolverse entre las dos partes, cuando las circunstancias estén maduras para un acuerdo sobre asuntos críticos y sensibles. Mientras tanto, la búsqueda de otras formas de separación no haría sino empeorar la situación.
El cuarto y último error encarnado en el enfoque convencional es que el conflicto palestino-israelí impulsa a los otros conflictos en el Medio Oriente y por lo tanto la estabilidad regional depende de la resolución especialmente de éste conflicto. Ninguna idea ha hecho más daño a la moderna Medio Oriente que este falso concepto de vinculación. Durante décadas, se ha liberado a los líderes árabes de la responsabilidad de sus propios pueblos y les ha otorgado a los palestinos una dependencia absoluta sobre su destino político en otras comunidades, no relacionadas con ellos.
La realidad es que la inestabilidad crónica de la región fue causada por los errores cometidos por las potencias coloniales hace un siglo al forzar un modelo de estado-nación bajo inspiración occidental en un mosaico local en donde compiten lealtades religiosas, étnicas y tribales. Durante décadas, los dictadores y autócratas de la región estuvieron dispuestos a resistir a los cambios ocultando sus pecados detrás de la cubierta del conflicto palestino-israelí, pero el caos que se ha expandido a través de la región durante los últimos cinco años ha desmontado tal juego. Nadie puede decir, con total seriedad, que la guerra civil en Siria, la lucha sectaria en Irak, el conflicto tribal en Libia, el colapso del Estado en Yemen, o la revolución y la contrarrevolución en Egipto tiene algo que ver con Israel o con los palestinos, por lo que este latiguillo podría, por fin, ser puesto a descansar (la ironía es que, a su manera modesta, Israel ha jugado un papel importante en los últimos años en favor de la estabilidad regional, se ha estabilizado la situación a lo largo de sus fronteras y se ha mantenido la seguridad en Cisjordania).
¿Qué hacer?
Juntos, estos conceptos erróneos han producido a un mal entendimiento fundamental de la naturaleza del conflicto palestino-israelí, a los pasos que hay que tomar medidas para solucionarlo y a las consecuencias de los cursos de acción alternativos. Un mito persistente y obstinado acerca de cómo una solución definitiva del conflicto estaba casi al alcance de la mano; todos supuestamente sabían cómo se vería la solución y creían que el único que se requería para llegar allí era presionar a ambas partes a hacer unas cuantas concesiones más y así empujar las negociaciones a través de la línea de meta.
La brecha entre las dos partes no se trata de unos pocos kilómetros cuadrados en el mapa, varias docenas de comunidades israelíes en Cisjordania, o algunos miles de millones de dólares en fondos internacionales para desarrollar el estado palestino. Por desgracia, es más profundo que eso, y es mucho más impermeable a la resolución.
Israel no tiene interés en gobernar a los palestinos que no son ciudadanos israelíes y debe hacer todo lo posible para continuar el proceso de separación política. Sin embargo, hay pocas posibilidades de llegar a una solución negociada a los otros aspectos del conflicto en el futuro previsible, hasta que las actitudes palestinas evolucionen. Tampoco es la separación completa una alternativa aceptable: sería consignar a millones de palestinos a una terrible situación y crearía una nueva entidad política fracasada en la región (tal vez dos, si Gaza y Cisjordania permanecen divididas).
Entonces, ¿qué se debe hacer? Estoy a favor de una política de cambio desde abajo hacia arriba con una progresión gradual, tratando de construir una estructura duradera de paz sobre bases sólidas en lugar de arena. Si los israelíes proceden con determinación y persistencia, sin ilusiones de color rosa o guiados bajo “una expresión de deseos”, podemos mejorar la situación tanto para los palestinos como para nosotros mismos y se podrían hacer progresos reales en el futuro.
El primer componente de este enfoque sería la promoción del crecimiento económico y el desarrollo de la infraestructura palestina. Más trabajadores palestinos deberían admitirse en zonas industriales y en los asentamientos en Cisjordania, y deben ser alentadas más empresas conjuntas entre israelíes y palestinos. Más zonas industriales palestinas deben ser desarrolladas, y el gas natural de Israel debe llegar hasta la Ribera Occidental y Gaza. Una central eléctrica palestina debe ser construida cerca de Jenin, la capacidad de la central eléctrica de Gaza se debe aumentar, y se debe instalar un campo solar adyacente a la Franja de Gaza. Debe construirse una instalación de desalinización en Gaza y el sector agrícola deben promoverse en todos los territorios. Y el éxito de Rawabi, la nueva ciudad planificada, debe ser replicado en otras regiones de Cisjordania.
Al mismo tiempo, Israel debe hacer todo lo posible, tanto directa como indirectamente, para permitir que los esfuerzos de los demás a fin de mejorar la gestión palestina, en su lucha contra la corrupción, favoreciendo la creación de instituciones en general. En todo momento, sin embargo, Israel debe tener en cuenta evitar la condescendencia hacia los palestinos; no es asunto de Israel imponer su forma de gobierno en la Autoridad Palestina o elegir los líderes para ello; más bien, el objetivo es proporcionar oportunidades para los palestinos, para determinar su propio futuro.
Todo esto debe hacerse en el contexto de la cooperación de seguridad entre Israel y Palestina bajo el título de “Una autoridad, una ley, un arma”. Esto significa que la Autoridad Palestina junto a Israel, tienen que trabajar para evitar la aparición de cualquier fuerza armada independiente y para mantener un monopolio en el uso de la fuerza en las zonas bajo su control. Dentro de este marco, Israel debe hacer todo lo que esté a su alcance para capacitar al personal de policía y la seguridad palestina para satisfacer los desafíos de seguridad de enormes proporciones de la AP. Como siempre y cuando sea necesario, sin embargo, Israel tendrá que conservar su libertad de operación actual por sus propias fuerzas militares y de seguridad en toda Cisjordania.
Tal enfoque de abajo hacia arriba debe tener un componente diplomático, idealmente una iniciativa regional que acercaría a los Estados árabes interesados en ayudar a gestionar y, finalmente, a resolver el conflicto, tanto si estos estados poseen o no relaciones formales con Israel.
Con el tiempo, estos esfuerzos podrían sentar las bases para una verdadera paz basada en el reconocimiento mutuo y en una cooperación responsable. La forma específica en la que quedarán los asentamientos se aclarará con el tiempo, pero sólo después que los israelíes y los palestinos hayan aprendido a aceptar y trabajar unos con otros durante años de desarrollo gradual e incremental. Los palestinos pueden, deben, y, finalmente, tendrán su propia entidad política, pero al menos en el futuro previsible, carecerán de ciertos atributos de la soberanía plena, como ser fuerzas armadas. Rabin puso el asunto bien en claro en el último discurso que ofreció en la Knesset, al presentar el acuerdo de Oslo II para su aprobación, sólo un mes antes de su trágico asesinato:
“Consideramos que la solución permanente [del conflicto] en el marco del Estado de Israel, que incluye la mayor parte de la superficie de la Tierra de Israel, ya que estaba bajo el dominio del mandato británico, y junto a ella una entidad palestina que será ser un hogar para la mayoría de los residentes palestinos que viven en la Franja de Gaza y Cisjordania. Nos gustaría que se tratase de una entidad que es menos de un estado y que desarrollará de forma independiente las vidas de los palestinos bajo su autoridad. Las fronteras del Estado de Israel, durante la solución permanente, estarán más allá de las líneas existentes antes de la Guerra de los Seis Días. No vamos a volver a las líneas 4 de junio de 1967”.
Luego pasó a pedir preservar una “Jerusalén unida… bajo soberanía israelí “, estableciendo para Israel una “franja de seguridad” en el valle del Jordán, y extendiendo la soberanía de Israel para incluir los grandes bloques de asentamientos judíos través de la Línea Verde, todos estos puntos siguen teniendo sentido hoy en día.
Lograr esto demandaría paciencia, persistencia y años de esfuerzo práctico. Pero ofrece la posibilidad de una verdadera paz en algún lugar del camino, algo que el enfoque de arriba hacia abajo convencional nunca producirá. Cualquier intento por parte de la nueva administración en Washington de arar los viejos surcos, una vez más está destinada al fracaso, al igual que aquellos otros intentos de sus predecesores, con los costes soportados por las comunidades locales que se encuentran atrapadas en aún más violencia y miseria, todavía más lejos de la paz que se merecen y que algún día deberían poder compartir.