Por Carlos Semprún Maura
La Ilustración Liberal
"Advertimos que detrás de cada tirano se esconde un judío".
Carlos Marx
Fue leyendo El laberinto español de Gerald Brenan, traducido y publicado por Ruedo Ibérico (París, 1962) como me enteré de que era judío. Escribe el autor: "Maura era sin embargo un hombre de honor e íntegro, que en ciertos aspectos descuella sobre todos los demás políticos del reinado de Alfonso XIII (....) a pesar de su origen judío (era por su familia un chueta de las Islas Baleares) fue el único español a quien el rey no trataba de tú". (p. 26). Otros historiadores, como Hugh Thomas, coinciden o repiten esta afirmación: los Maura son de origen judío, o "chueta" de Mallorca, y hasta Valle-Inclán, en una de sus obras de teatro, Luces de Bohemia, si mal no recuerdo, le insulta a mi abuelo materno como reaccionario y chueta. Los hay, claro, que lo niegan, sobre todo en la familia Maura, declarando que es un infundio malévolo, un insulto facilón, de sus enemigos políticos. Porque los términos de "chueta" y más universalmente "judío", han sido términos insultantes desde hace siglos y hoy lo vuelven a ser, tal vez más que nunca. Para terminar con esta historia familiar, de un interés muy relativo, hubo evidentes cruces, y la madre de mi madre Susana, hija menor de don Antonio, era una Gamazo, familia perfectamente "goy", por lo visto. Estos cruces son frecuentes en España y la "sangre pura" es difícil de demostrar científicamente.
El caso es que al leer estas líneas de El laberinto español, en 1962, sentí una extraña alegría y, sin perder un segundo, telefoneé a mi, hoy difunto, hermano Paco, para darle la buena nueva. Él también se alegró, y desde entonces presumíamos de nuestro marranismo, sobre todo ante antisemitas, incluyendo, no faltaba más, miembros de nuestra propia familia. Esto constituía una ruptura ingenua, infantil casi, con la tradición familiar sempruniana, perfectamente católica, apostólica y romana, en la cual el peor insulto que de niños nos echábamos en cara, a la menor manifestación de egoísmo, por parte de alguno de los hermanos, era precisamente el de "¡judío!, ¡judío!, ¡judío!", y además escupiendo para manifestar nuestro asco.
Pero vayamos a cosas más serias. Resulta que de niños y adolescentes vivimos en la Francia ocupada por los nazis y que yo vi la primera estrella amarilla en la solapa de una señora, vestida de gris y aparentemente tímida, en la cola de un mercado de Saint-Leu la Forêt, arrabales de París, en 1942. Vi florecer esas siniestras estrellas en las solapas, y desaparecer las solapas y las personas que las llevaban. Siempre recordaré la violenta impresión que me procuró esa primera estrella amarilla y cómo al volver a casa pedí explicaciones a mi padre y cómo no me las dio, abrumándome con referencias históricas, vagas y confusas, y, las cosas como son, bastante antisemitas, para concluir declarando que era una guerra tremenda, y que, comparada con los bombardeos y sus miles de víctimas, con los mortíferos combates en los frentes y a los demás desastres de la guerra, esa estrella amarilla, era, desde luego, una humillación, pero nada más. En ningún momento hizo la menor relación, en sus parrafadas, entre esa "humillación" y la masacre de inocentes. Es cierto que, por aquellos años -1942-43-, no se conocían exactamente los detalles del genocidio. Aquello se supo, con pelos y señales, y para todo el mundo, al finalizar la guerra, en 1945.
Lamento tener que reconocer que, en muchas de sus "explicaciones", mi padre aludía a una supuesta culpabilidad "histórica" de los judíos, cosa muy presente no hace tanto, y aún hoy, en la tradición católica, y mi padre era católico de "comunión diaria", como se decía. Lo cual tiene bastante de aquelarre si se piensa que Jesucristo era judío, y que las bases de la religión católica constituyen algo así como un cisma de la religión hebrea, la primera de las tres religiones monoteístas. Pero esa es otra historia, y yo no soy monoteísta, sino ateo.
Aunque se comenzaron a conocer bastantes datos, desde 1944, en la Francia liberada (o en Italia, pongamos), y los testimonios de los judíos que habían logrado escapar a las redadas de la policía de Vichy, o de los nazis, así como los de las organizaciones caritativas y/o de resistencia, que denunciaban la participación muy activa de las autoridades de Vichy, en la gigantesca deportación de los judíos en Francia, como en toda Europa ocupada por los nazis. Por entonces, en 1944, se conocía esa monstruosidad: miles de familias, por ser judías, eran detenidas y desaparecían. Su destino constituía una incógnita, y el peor pesimismo resultó ser un realismo, pero los detalles de ese horror absoluto, se califique como Shoa, Holocausto o, más llanamente, exterminio, se conocieron cuando fueron liberados los campos nazis, en 1945, y desde el punto de vista informativo, recuerdo los reportajes en directo, alucinantes, de los cámaras del Ejército norteamericano. Uno de ellos era Samuel Fuller, luego cineasta hollywoodiano, cuya obra no me entusiasma pero al que conocí en París, poco tiempo antes de su muerte, y que jamás logró olvidar lo que había visto entonces, en 1945, en Alemania y Polonia.
Tras el escándalo gigantesco producido por la revelación de la Shoa, con pruebas, datos, fotos, documentales, archivos y cientos de miles de cadáveres ambulantes, que morían en los hospitales, cuando llegaban a ellos, el antisemitismo, vieja tradición de las religiones católica, ortodoxa, y de otras tradiciones populares y políticas, y hasta literarias, se topó con una histórica censura, un tabú: no se podía seguir siendo antisemita sin arriesgarse a pasar por ser nazi, y eso, desde luego, no estaba bien visto en aquellos momentos de euforia "democrática", que había vencido el mal absoluto, el nazismo. Y era el mal absoluto. Escritores tan diferentes como Georges Bernanos o Henry Miller, antisemitas, declararon que después de Auschwitz no podían seguir siéndolo. Es solo un ejemplo.
Esa era la fachada, la versión oficial, pero inmediatamente después de la victoria aliada, el antisemitismo -que no había muerto, sólo se había disimulado- comenzó a lanzar sutiles rumores en las conversaciones privadas, en algún artículo o libro, etc. Los dos temas centrales de estos rumores antisemitas, que cualquiera que tenga el extravagante privilegio de ser viejo conoce de sobra, fueron los siguientes: la propaganda filosemita (en Francia no se utilizaba entonces el termino de "lobby judío") exagera muchísimo, no hubo tantos muertos en los campos nazis, y esa infamia contable, iba poco a poco reduciendo el número de víctimas inocentes; no fueron 6 millones, fueron 5, luego 4, luego 3, y hace unos diez años, en Barcelona, vi por televisión a ya no recuerdo, ni me importa, el nombre de un "negacionista" español, declarar, irónico: "Os voy a dar una buena noticia, los judíos que murieron en los campos nazis, sólo fueron un millón". Como si un millón de muertos fuera lo mismo que encender un cigarrillo y tirar la colilla, algo sin la menor importancia. Claro, detrás de esa mentira, apenas se esconde la propaganda racista: los judíos y sus amancebados, mienten en cuanto al número de muertos, porque siempre mienten, y siempre han mentido, y contra más muertos se inventen, más dinero podrán robar a los Gobiernos acomplejados.
El segundo rumor es tal vez peor, porque según he leído, bastantes judíos por el ancho mundo han participado en difundirlo: los judíos como borregos se dejaron deportar sin resistencia. Comparto totalmente el sentido del universal grito: ¡Nunca más!, cuando significa que hay que hacer lo posible, luchar con uñas y dientes para que no vuelva a existir un nuevo Auschwitz en Irak, Siria o Arabia Saudí, desde luego. Pero eso no significa la condena de las familias de artesanos, sastres, comerciantes, universitarios o banqueros, quienes, ilusos o ingenuos, y sobre todo para la inmensa mayoría de ellos, sin posibilidad de emigrar a Estados Unidos, Argentina, o donde fuera, quienes una madrugada se despiertan con la Gestapo, o las policías nacionales, llamando a la puerta, las pistolas, los fusiles, las metralletas apuntadas, y les llevan, en Francia, al tristemente celebre Vel d'Hiv, a Compiegne, y luego a Polonia -es sabido que los nazis habían instalado sus principales campos de exterminio en territorio polaco. Si alguien se atreve a criticar a un padre de familia que sólo ha pecado de ingenuo, o que no ha podido irse, en la mayoría de los casos por no haber "resistido", quienes profieren tales infamias o son antisemitas y utilizan el "borreguismo" en su propaganda, o jamás han vivido en un país totalitario.
Además, los judíos han resistido. No hay un solo movimiento de resistencia anti nazi sin judíos, el ghetto de Varsovia de sublevó, hubo sangrientas revueltas de judíos en algunos campos de exterminio nazis, etcétera. El argumento de que los "judíos se dejaron deportar como borregos", no pasa de ser una de las facetas del antisemitismo, incluso cuando son judíos quienes lo afirman, o lo lamentan.
Con el paso de los años, en los medios de extrema izquierda y de izquierda se fueron afirmando opiniones según las cuales si "tanto" se hablaba de la deportación de los judíos, era para ocultar la deportación de los comunistas, y otros "revolucionarios". Hablar de la masacre de judíos empezaba a considerarse como "de derechas" para ocultar el sufrimiento de los de izquierda. Pues, en todo caso en Francia, el discurso oficial gaullocomunista, jamás "habló tanto" de los judíos, al revés, se insistía en las barbaridades de los nazis contra los patriotas resistentes. Y, en Polonia, las autoridades comunistas hicieron desaparecer toda huella de la Shoa, y hasta los cementerios judíos.
Pero bueno, en el ambiente general, en las conversaciones privadas, en la prensa, el antisemitismo, por aquellos años de la posguerra, estaba mal visto. La lucha de las organizaciones judías contra el Imperio británico, la aventura del "Exodus", todos esos episodios a menudo sangrientos, se miraban desde Europa con simpatía, y aparecían a nuestras desinformadas opiniones -incluyendo la mía, claro- como formando parte de la lucha internacional socialista contra el imperialismo. La postura de la URSS, encargando a sus satélites, como Checoslovaquia, ayudar concretamente, con armas y explosivos, a las organizaciones sionistas, daban a los entonces potentes PC francés e italiano, una careta aparentemente "prosionista", y la resolución de la ONU, "creando" el Estado de Israel, fue ampliamente saludada en Europa, como un acto de justicia, y un acto progresista, que, hasta cierto punto, intentaba, si no borrar, tarea imposible, al menos reparar un poquitín el horror de la Shoa. Pero la URSS, a partir del momento en que existió Israel y que todos los estados árabes estaban en contra, abandonó "la causa del pueblo judío", como había abandonado "la causa del pueblo español", y se convirtió en el más potente aliado de las dictaduras nacionalistas árabes.
Hablo de Europa, en donde se había acogido relativamente bien el nacimiento de Israel, porque, efectivamente, en el mundo árabe las cosas eran radicalmente diferentes. La ONU, bien sabido es, había decidido la creación de dos estados: uno, que jamás había existido, el estado palestino; y otro, israelí, que ya había, o habían existido, puesto que fueron dos, el reino de Judea y el de Israel. Pero eso las organizaciones y los estados árabes no lo aceptaron, no aceptaron ninguno de los dos estados, ni el judío, ni el palestino (¿qué era Palestina sino una provincia jordana?) y sus ejércitos se abalanzaron para destruir el endeble y recién nacido estado de Israel. Los heroicos colonos judíos recién llegados a Israel, como los "sabras", pese a su pobre armamento, derrotaron a los ejércitos árabes, salvo a la Legión Árabe, compuesta esencialmente por tropas jordanas, al mando de la cual estaba un oficial inglés Glubb Pacha (Sir John Bagot Glubb), quién llegó hasta Jerusalén Este (y por ello, se dice, aún hoy, que es la parte árabe de la ciudad, cuando en realidad no existía una tal frontera, la creó la guerra, como otras). Pero, siendo ante todo de un oficial británico y al haber votado el Reino Unido junto con otros países la resolución de la ONU, le dieron a Glubb Pacha la orden de detenerse y obedeció, interrumpiendo su ofensiva.
Un poco antes (1945/46), se celebró en Nuremberg, el famoso proceso contra los crímenes y criminales de guerra nazis. Nadie, que yo sepa, ha puesto en tela de juicio ese Tribunal de Nuremberg, que aparece aún como si hubiera establecido las Tablas de la Ley, las bases eternas del Bien y del Mal, los fundamentos del Estado de Derecho, y la condena de los crímenes contra la Humanidad. Pues ya es hora de hablar en serio sobre el tema. Como no soy del todo ingenuo, no me va a extrañar que los vencedores de esa tremenda guerra mundial 1939/1945, impusieran a los vencidos y al mundo entero sus criterios sobre el Bien y el Mal, sobre el sentido de la Historia, sobre el castigo a los vencidos, etcétera. Siempre ha ocurrido así y, sin remontarse a la prehistoria, el Tratado de Versalles impuso a la vencida Alemania tan drásticas condiciones que favorecieron el posterior surgimiento del nazismo. Pero Nuremberg fue diferente porque, además de ese aspecto tradicional, según el cual los vencedores imponen sus exigencias a los vencidos, allí se decretó un orden moral, la condena absoluta del nazismo, del fascismo, pero también del antisemitismo y sus campos de exterminio, y se exaltaron los valores democráticos del Estado de derecho, de la democracia, etcétera. ¿Quién puede estar en contra? Yo no, en todo caso.
Pero resulta que entre los jueces, los fiscales, los magistrados, con pleno derecho además, ya que formaban parte de los vencedores, estaba la URSS, totalitarismo tan o más sangriento que el nazismo, con su Gulag, su intolerancia radical, su represión cotidiana. Ese régimen, tan monstruoso como el nazi, juzgaba a estos según criterios que, evidentemente, no eran los suyos, precisamente en el momento en que en la URSS, Stalin, desencadenaba una de las más violentas campañas antisemitas de su historia. Encubierta, como siempre, no se deportaba o asesinaba a los judíos por serlo, sino porque se les declaraba "enemigos del comunismo".
Poco a poco, en los sectores de la izquierda europea, se ha venido instalando una repelente esquizofrenia totalmente contaminada del virus soviético: todo antisemita que, incluso de forma estrafalaria, expresa opiniones que pueden considerarse "de derechas", y podrían "demostrar" simpatía, o al menos benevolencia, con el nazismo, se ve condenado furiosamente, siempre según los supuestos criterios de Nuremberg, mientras que todo antisemitismo, disfrazado o no, de antisionismo, pero de absoluta condena a Israel, pierde su carácter racista y se convierte en progresista. Evidentemente, "los extremos se tocan". No tengo espacio para analizar las patologías individuales de tantos judíos que consideran que Israel tiene que ser un país justo, perfecto, y sobre todo pacífico, por ser judío, que no debería tener en cuenta las agresiones árabes, ni el terrorismo palestino, que debería dar un ejemplo evangélico al mundo, e invitar a quienes quieren destruirle a la paz eterna, sin condiciones, y al constatar que no es así -ni puede serlo-, se vuelcan a favor de la "causa palestina", como si sólo como víctimas pudieran seguir siendo judíos.
Yo pienso que la conversión masiva de la izquierda al antisemitismo comienza con la descolonización y el tercermundismo militar, más que militante. Para Francia, la guerra de Argelia, más que otros conflictos en otros países, ha enfrentado a todos los anticolonialistas con el antisemitismo tradicional de sus "héroes revolucionarios", como el FLN argelino. Algo parecido ocurrió en los EEUU, en donde al frente de la asociación para los human rights se encontraban muchos judíos liberales, pero cuando el movimiento negro se radicalizó, se islamizó, con las Panteras Negras y los Black Muslims, sus abogados y amigos, militantes de los derechos de la minoría negra se convirtieron, para el sector musulmán y terrorista de esa minoría, en sus peores enemigos, a causa de Israel. O más bien, con la coartada de Israel.
El antisemitismo inconsciente, durmiente, de tantos jóvenes de izquierda que se consideraban revolucionarios, se justificó de pronto para ellos, en el "gran movimiento anticolonialista de los pueblos colonizados" cuyos enemigos eran el Occidente capitalista e Israel. De la crítica a Israel, "fenómeno colonialista", al odio a los judíos, el umbral se cruzó sin demasiados conflictos éticos. Y es así como los más extremistas de la extrema izquierda apoyaron a Faurisson, el principal "negacionista" francés, y le apoyaron con un militantismo agresivo, difundiendo sus tésis a puñetazo limpio, sobre la inexistencia de los campos de exterminio y de las cámaras de gas, sobre la "gigantesca estafa judía" que consistía en pedir reparaciones por unos crímenes que jamás habían existido. Como en Barcelona, pequeña anécdota pero harto simbólica, los mismos que protestaban contra una librería "fascistoide" y antisemita, a la semana siguiente se manifestaban por las calles gritando: ¡Israel: nazi" y "¡Mueran los judíos!". Yo ví, en 1991, durante la guerra del golfo, calle Goya, en Madrid, una gigantesca pintada que ponía: "¡Sadam: arrasa Tel Aviv!", e iba firmada con la A mayúscula en un círculo que es una firma habitualmente anarquista. Porque los residuos anarquistas están particularmente afectados por la epidemia de antisemitismo de izquierdas. Evidentemente, esa pintada era totalmente irracional, Israel que participó en tantas, no participaba en esa guerra, pese a recibir cohetes iraquíes. Resulta que el antisemitismo es y siempre ha sido irracional, y los intentos de conceptualización resultan patéticos y trasnochados. Para la izquierda, y mucho más todavía la extrema izquierda, la "causa palestina" se ha convertido en el punto álgido de la lucha "antiimperialista". Al haber triunfado ampliamente el gran movimiento de descolonización -con resultados catastróficos si se mira Argelia, Mozambique y muchos otros países-, sólo les queda la "causa Palestina".
En realidad, la causa Palestina, es un pretexto, nadie defiende realmente a Arafat, pelele que baila al son de quien le paga, ni Hamás, ni el Jihad, ni las demás organizaciones terroristas, salvo, pero hipócritamente, la socialburocracia europea, influyente en la UE y que les subvenciona, y claro, los países árabes que utilizan a los "palestinos" para destruir a Israel. Limitándome a Francia, veo una diferencia importante entre la "ayuda al FLN argelino" y la ayuda mucho más fría, ideológica, a los palestinos. Se puede explicar en parte, porque en esa guerra de Argelia los franceses estaban directamente comprometidos, y puede que para muchos la "causa palestina" aparezca más lejana, ya que no se les moviliza en el Ejército, no se les detiene, no se les censura (al revés), cuando defienden a los "palestinos", como cuando defendían a los argelinos. Y desde luego los atentados suicidas contra la población civil israelí no entusiasman a todos. Intentan justificarlo, pero no logran entusiasmarse como se entusiasmaron con la "revolución argelina", incluso cuando el FLN cometía atrocidades terroristas.
Esto se entiende porque, se mire por donde se mire, no hay nada más radicalmente monstruoso que esos sacrificios para matar al máximo de infieles. Sacrificio celebrabo por exquisitos intelectuales de izquierda, cuya lista es demasiado larga para que pueda citarla aquí, y que con tal de lucirse como extremistas (subvencionados) son capaces de todo. Eros contra Tanatos, digan lo que digan. Todo esto me parece cierto, pero yo veo algo más, me parece que la "causa palestina" constituye ante todo una magnífica coartada para enmascarar su profundo, secreto, acomplejado antisemitismo con los oropeles progresistas de la lucha antiimperialista. Y no es una casualidad si el estafador profesional José Bové, como el comunista Saramago y tantos otros, declaran que Israel es peor que la Alemania nazi, y los "campos" palestinos (en realidad barriadas), peores que los campos de exterminio nazis. Haciendo estas declaraciones ultra reaccionarias pueden presentarse como hombres de izquierda y en efecto lo son: la izquierda, hoy, es reaccionaria y la extrema izquierda ultra reaccionaria.
Cuando se celebraron las, por ahora, últimas negociaciones de paz -patrocinadas por el presidente Clinton- el primer ministro israelí Barak hizo las máximas concesiones a los palestinos. Arafat no sólo no firmó los acuerdos -lo que Clinton lamentaba en un artículo recientemente- sino que lanzó en los "territorios" lo que la prensa califica de "segunda Intifada" y que consiste, nada menos, que en enviar niños, a veces con menos de diez años, contra los tanques israelíes, esperando que alguno muera para utilizarlo en su propaganda antiisraelí. Esta utilización salvaje de inocentes criaturas, apenas se ha criticado, al revés, la propaganda árabe ha funcionado a las mil maravillas, y se dio la "vuelta a la tortilla": el ejército israelí se dedica a matar niños. Esta frase entró en los manuales escolares, no sólo de los países árabes, sino también en las escuelas francesas. Detrás, protegidos por los niños sacrificados con cinismo, estaban los miembros de las organizaciones terroristas palestinas, subvencionadas y armadas por los países árabes, pero también por la UE, menester es señalarlo. Pues Arafat no firmó, ni podía firmar esos acuerdos -los más favorables hasta la fecha para la "causa palestina"- porque temía por su vida, "Si firmo, me matan", declaró varias veces, recordando, sin duda, el asesinato de Anuar el Sadat, pero también porque sabía que no pasarían de ser papel mojado, porque ni Irak, ni Siria, ni Arabia Saudí, ni otros países árabes hubieran jamás aceptado la paz, ya que su único objetivo es la destrucción de Israel. Lo dicen claramente, basta con leer su prensa.
Desde esa "segunda Intifada", el antisemtisimo europeo se ha desatado y ha tirado a la cuneta la máscara "antisionista", para aparecer como lo que es: el viejo, repugnante y acomplejado antisemitismo de siempre. Evidentemente, el fracaso de esas negociaciones ha repercutido negativamente en Israel para el partido laborista, a mi modo de ver culpable sobre todo de ingenuidad. El Likud y Sharon ganaron las elecciones, y han vuelto a ganarlas, y entonces toda la izquierda mundial explotó: "Israel está gobernado por un asesino de extrema derecha, por lo tanto ¡Muera Israel" Sharon es el organizador de la masacre de Sabrá y Chatila, se afirma, a sabiendas de que es falso, los asesinos eran miembros de las Falanges cristianas libanesas, pero da lo mismo, la mentira se convierte en leyenda. Lo mismo ha ocurrido recientemente, con la supuesta "masacre" en Yenin. Todos los que en la izquierda europea, mientras gobernaba el Partido Laborista, le exigían que hiciera la paz con quienes no la querían, ni la quieren, se han volcado masivamente en el campo de quienes, de derecha o de izquierda, consideran tranquilamente que la única solución es la destrucción o la desaparición de Israel. ¿Cómo? ¿Un nuevo Auschwitz?
El antisemitismo, disfrazado a veces de antisionismo, es tal vez en España mucho más antiguo y profundo que, por ejemplo, en Francia. Recuérdese que hace unos 20 años, cuando se pasó por televisión la mediocre serie Holocausto, todos los muros, de todas las ciudades españolas se cubrieron de pintadas denunciando la estafa sionista, porque "jamás hubo Holocausto". Nada semejante ocurrió en Francia, porque vivió la ocupación nazi, pero desde hace dos o tres años, el antisemitismo en Francia ha cobrado un carácter, digamos, de masas.
Incendios, o conatos, de sinagogas, agresiones físicas y verbales contra judíos, manifestaciones en las que no sólo se grita -como en España- "¡Israel nazi!", sino -como en España- "¡Mueran los judíos!" y bastantes cosas más. Tal vez sea particularmente inquietante, y muy ocultado, el hecho de que hoy, en Francia, en Colegios y Facultades -algunas además han exigido el boicot de las Universidades israelíes- no se puede aludir a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, porque los estudiantes protestan violentamente contra esa "propaganda sionista". Me contó un profesor de Historia que haciendo un curso sobre la Revolución Francesa, al llegar a la propuesta de Condorcet a la Asamblea Constituyente, en 1791, de dar a los judíos la ciudadanía francesa, con plenos derechos y deberes, la clase, apenas oyó la palabra "judíos", se encabritó y le abucheó.
Ustedes me dirán lo qué tiene que ver Condorcet -matemático, filósofo, encarcelado por los jacobinos- con Sharon. Nada, desde luego, y todo. Ese todo es el antisemitismo que rezuma por doquier y del que sólo he dado aquí, algún ejemplo. Hay muchos más.
Para terminar como había empezado -o sea, hablando de los Maura-, es muy probable que según criterios religiosos, de sangre pura, o de raza, de tradición familiar, etcétera, no sea yo un judío ejemplar. En realidad, me importa tres cominos. Puedo afirmar, en cambio, que soy un sionista absoluto. Y eso ¿a ver quién es el guapo que me lo quita?