Gritar a favor de una musulmana que puede ser asesinada por musulmanes no está en el guión.
Dicen que no la lapidarán, y el mundo suspira más tranquilo gracias a la suprema bondad de los supremos tiranos que gobiernan Irán. ¡Un gesto magnánimo!, recogen las agencias, y algunas cancillerías, que viven mejor negociando con la tiranía, se dan un respiro. Puede que la maten igualmente, después de montarle un juicio amañado, pero si no le tiran piedras y sólo la cuelgan, la cosa será más ordenada. ¿Su culpa? Ser mujer en un país gobernado por misóginos enfermos de fanatismo feudal. Pero ese no es nuestro tema. Y así Irán podrá continuar disparando contra estudiantes, asesinando a homosexuales, esclavizando a mujeres, riéndose del holocausto, amenazando con destruir a Israel y financiando terrorismo, y no pasa nada. De todas formas, y para alimento del optimismo, esta vez ha habido manifestaciones en algunos países. En algunos..., que no en España, país que concilia las manifestaciones más grandes de Europa cada vez que hay que vociferar contra Estados Unidos o contra Israel, pero que no oye ni ve cuando se trata de luchar contra las tiranías más temibles. ¿Será que en el planeta de la pancarta española los gritos contra las democracias sientan mejor que los que se dirigen contra las dictaduras? Será, porque ya sabemos que las únicas víctimas que preocupan en España son las palestinas o las saharauis. El resto vive en la agria indiferencia. ¡El silencio! El clamoroso, malvado, culpable silencio de nuestra izquierda más gritona ante tantas víctimas, tantas dictaduras, tanto dolor.
Pero el silencio más estridente respecto al calvario de Sakine Ashtiani es el de los propios musulmanes. En España, cuyas entidades islámicas reciben ayudas millonarias, y cuyos imanes han sido convertidos, por obra del buenismo multicultural, en interlocutores de la Administración, no ha habido ni una sola declaración contra la lapidación de esta mujer. Es curioso que en el país que se exige, para legalizar a un partido vasco, que condene la violencia etarra, se sea tan magnánimo con islámicos de toda ralea que ni condenan prácticas brutales en nombre de su religión, ni hacen ascos al dominio feudal de la mujer, ni se sienten incómodos con violencias en nombre de Alá. Deberían estar a la cabecera de las manifestaciones que no hemos hecho, a la primera palabra de las palabras que no hemos gritado, llevando la primera pancarta que no hemos llevado. Pero no. Sólo gritan cuando un danés hace un cómic, o un político patina verbalmente, o quieren cerrar una mezquita donde un imán extremista vende sus ideas fanáticas a centenares de personas. O, por supuesto, contra Israel. Pero gritar a favor de una víctima musulmana que puede ser asesinada por musulmanes, eso no está ni en el guión de la comedia. Al fin y al cabo han aprendido algo: que en España no se grita por las víctimas. Sólo se grita contra los demonios de la izquierda auténtica.