Plural JAI | Judaísmo Amplio Innovador entrevistó al mitológico personaje del tango y de Buenos Aires, quien narró sus inicios y apogeos como autor, compositor, productor musical, y promotor artístico, así como su pocos conocidos vínculos con la comunidad.
Si un porteño nos cuenta que descubrió a Mercedes Sosa, Sandro, Palito Ortega, Violeta Rivas, que produjo a El Club del Clan, Las Trillizas de Oro, o Los Abuelos de la Nada, y que trabó amistad con Jorge Luis Borges, Astor Piazzola, Aníbal Troilo, Enrique Santos Discépolo, Nat King Cole, Paul Anka, Chubby Checker, Maurice Chevalier, y cientos de grandes artistas argentinos y mundiales, probablemente creeríamos que nos está chamuyando fulero y que lo mejor sería piantarse rápido.
Pero si ese porteño es además Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, miembro de la Academia Nacional del Tango, de la Academia Porteña del Lunfardo, de la Asociación Amigos de la Calle Corrientes, del Instituto Cultural Argentino-Israelita, Presidente Honorario de la Asociación Gardeliana Argentina y de la Biblioteca Juan Bautista Alberdi, y fue homenajeado con una placa de la calle Corrientes, entonces, dan ganas de conocer su sorprendente historia. A poco de cumplir 95 años, Moisés Smolarchik Brenner, - Ben Molar para todos los argentinos-, recibió a Plural JAI una soleada tarde de sábado de San Telmo, en una sala de la Academia Porteña del Lunfardo, donde asiste con regularidad una vez al mes.
Ben tiene algunas dificultades de audición, pero no de memoria, por lo que recuerda patente como fueron esos primeros acercamientos al tango, uno de los grandes amores de su vida junto con su esposa, la actriz Pola Newman, y sus dos hijos. “Mis padres don León y doña Fanny, desde el día que llegaron a la Argentina desde Polonia comprendieron que había que adaptarse al suelo de este querido y gran país, donde nunca encontramos nada que nos fuera en contra, sino vivencias cariñosas y afectuosas. Y hasta el día en que se fueron al cielo estuvieron con el tango, que nos lo inculcaron a mí y a mis dos hermanos, Rafael y Raquel. Y al día de hoy, mi hermanita, que solo tiene 7 años menos que yo, se sabe de memoria las letras de casi todos”. Ben agrega incluso que el Villa Crespo de principios de siglo en el que vivía, tuvo justamente como punto de unión la música y las letras de nuestro género musical por excelencia. “Nosotros al tango le decíamos tánguele, porque nació en las mismas calles donde había inmigración judía. El tango es un regalo que Argentina le hizo a hombres y mujeres de muchas partes del mundo, que inmediatamente se adaptaron y amaron esta tierra. La prueba es que en las filas de su música y de sus letras hay un montón de hijos de inmigrantes, que nos regalaron su presencia, cultura y amor a las cosas de cada momento que tiene el tango”. Y no duda en encontrar un punto de unión entre la nostalgia y lamento de sus letras y las vivencias de todos ellos. “Veníamos de puntos muy distantes, y encontrábamos sólo abrazos de los argentinos por medio del tango, pero también se dejaban atrás muchas cosas…”.
Ben comenzó a escribir boleros y a llevarles las letras a sus amigos tangueros, pero sin decirles que eran suyas. “No creí que a ellos les interesase cantar boleros escritos por un argentino, así que decidía firmarlas como ‘el hijo de la muela’, es decir Ben Molar. Luego de mucho tiempo se enteraron que era yo, y así me llaman hoy, en todas partes del mundo. Con este nombre hice letras que se cantaron mundialmente, la verdad que soy un suertudo, porque los dos más grandes cantantes mexicanos interpretaron con mucha repercusión mis letras, Juan Arvizu, hizo ‘Sin importancia’ y Pedro Vargas ‘Final’ y ‘Volvamos a Querernos’. Me hace llorar decírtelo en este momento, fui un ídele suertudo, porque ‘Final’ también tuve la suerte de que la cantara uno de los más grandes cantantes de la Argentina de ese momento, el español Gregorio Barrios y fue un éxito tan tremendo, que cuando iba por la calle me paraban y me cantaban un trozo, o me aplaudían. Y aunque al día de hoy no tengo toda la suerte que tenía entonces, todavía me suceden cosas como la del chofer del taxi que me trajo hasta aquí, que no hizo más que hablar de un montón de cosas que yo hice. Y cuando le pregunto cómo sabía tanto, me dice que era de Villa Crespo y que ahí se me tiene muy en cuenta, esos son regalos de la vida, que me hacen llorar.”
Al mismo, tiempo, y aprovechando sus ya estrechas relaciones con la comunidad artística, comenzó a promover y producir cantantes que al cabo se unos años se transformaron en las máximas figuras de la música popular argentina. “Conocí gente que al acercarse al artista coparticipaban de sus ganancias, pero yo nunca recibí ni un centavo de los que empezaban, como Sandro, que comenzó cantando siete canciones mías. Yo me pelee con la compañía de discos para que pudiera grabar solo, porque lo querían hacer grabar con un grupo que no recuerdo como se llamaba, pero yo lo quería como solista, y cuando les dije que entonces me lo llevaba a otro parte, ahí aceptaron. Luego a Sandro se le acercó un productor que con el tiempo me enteré que le quitaba el 50% de las ganancias. Sandro igual no volvió, que en paz descanse, pero nunca se acordó de decir que su carrera comenzó conmigo. También las primeras letras que Palito Ortega grabó fueron mías, pero todavía no era Palito, tenía otro seudónimo. Y las Trillizas de Oro fueron otras de mis creaciones”, al tiempo que confiesa uno de sus secretos para atraer a semejante cantidad y calidad de artistas. “Un rasgo que me enseñaron mi papá y mi mamá, era que tenía que pisar en la tierra, nunca decir que estoy medio metro más arriba. Y yo logré demostrarles eso a los que estaban a mi lado, que también tenían que pisar en la tierra, con toda humildad”.
Por esos tiempos creó el sello Fermata, y fue creciendo como promotor artístico, descubriendo a otros talentos gigantes como Mercedes Sosa o Violeta Rivas, pero sin dejar de lado un costado de su personalidad al que le da gran valor. “El haber ido al idische shule de Murillo me dejó muchas huellas, porque era para mí muy valioso estar en un lugar que era parte de nuestro país pero muy diferente… y siempre festejé el Peisaj y otras festividades, eso estaba candente y fue permanente en mi vida, para mantener ese fuego interior”.
Posiblemente esa mixtura entre todo lo que la comunidad y el país le ofrecieron, le haya dado el tesón para llevar adelante proyectos que nadie hubiera creído posibles. Para “Catorce con el tango”, convocó a catorce de los principales escritores de la Argentina, -entre los que se contaban Jorge Luis Borges, Nicolás Cocaro, Florencio Escardó, Baldomero Fernández Moreno, Leopoldo Marechal, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sabato y César Tiempo-, para que redactaran letras que luego musicalizarían catorce compositores –de la talla de Juan D'Arienzo, Julio De Caro, Osvaldo Manzi, Mariano Mores, Ástor Piazzolla, Héctor Stamponi y Aníbal Troilo-, lo que luego coronó con catorce pinturas realizadas especialmente por catorce pintores artistas plásticos entre los que se pueden nombrar a Raúl Soldi, Carlos Alonso, Raquel Forner, Mario Darío Grandi, Julio Martínez Howard, Luis Seoane, y Carlos Torrallardona. Había un problema, no existía el Long Play de 14 temas, solo de 12, y aunque todos le dijeron que sería imposible crearlo, Ben consiguió un técnico que logró la proeza. A partir de allí, este tipo de LP se comercializaría en todo el mundo. “Qué lindo que es recordar cosas como los ’14 con el tango’, que a veces quedan en el pasado, pero es imposible olvidarlas porque son tareas que van a durar muchos años, y te hablo como argentino tanguero ¿eh? No es para compadrear, pero nadie convenció a sus amigos, como Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Florencio Escardó, o Cesar Tiempo de escribir letras sobre tango como lo hice yo. No fue fácil, recuerdo que Piazzola no quería ser parte del proyecto, yo lo necesitaba, pero él me decía que estaba en otra etapa, haciendo un tango no común, y en una de las visitas semanales que me hacía, le digo, ‘che, decime como era la música esa, que decía, 70 balcones hay en esta casa, 70 balcones y ninguna flor’, y ahí me la empieza a cantar. Entonces le digo, Astor, si vos te acordás de algo que se hizo hace 30 años, y haces una melodía para este disco, se la van a acordar dentro de 30 años… y ahí aceptó. Y esa fue una muestra mundial, porque por todos lados se exhibieron esas 14 pinturas con el disco de fondo sonando sin parar. El primer lugar fuera del país en el que produje la muestra fue en un teatro de Tel Aviv, ya que yo quería que Israel fuese el padrino de esa muestra. Luego pasó por Grecia, España, Italia y un montón de países más, y en todos los lugares donde iba y les decía que era de Argentina, me decían ¡Tango!”. Fue por esta experiencia internacional, que Ben se determinó a crear el Día Nacional del Tango, para el que eligió el once de diciembre, ya que en esa fecha, en diferentes años, nacieron Carlos Gardel y Julio De Caro. Y aunque le llevó nueve años, también lo logró. “Iba todos los días a ver a los diferentes Secretarios de Cultura de la Ciudad, que me decían ’quedate tranquilo, mañana está’, pero mañana no estaba. Así que un día le dije a uno, que con o sin día, iba a hacer un evento fenomenal, y claro, a las dos horas tenía la resolución. Un poco después, para fines del 77, comencé a organizar ese evento, y le pedí a mi amigo Tito Lectoure el Luna Park. El me dijo, ‘Yo te lo doy, pero vas a pasar vergüenza, porque no va a ir nadie’. Al final, metí 15 mil, algunos hablan de 45 mil personas. A cada orquesta y cantante le hacía cantar tangos, pero nada más que dos temas, porque algunos querían quedarse, pero yo le dije a los animadores que después de los dos temas los sacaran corriendo, para que todos puedan participar. El evento duró como cinco horas”. Rápido, Ben aprovechó la movida, e invitó al Secretario de Cultura de la Nación. “Yo sabía que después de ese evento, las provincias iban a querer su día del tango, y entonces en el país se iba a festejar en diferentes fechas. Así que le propuse al Secretario hacer el día nacional, y él me dijo que sí, pero que yo le consiga algo parecido para celebrar esa fecha, entonces armé algo así en el Teatro Nacional Cervantes y lo llevé a Palito Ortega para que lea la notificación del Día Nacional del Tango. Y durante muchos años me llamaron, y me llaman, con anticipación a esa fecha, desde los más increíbles países, para que los ayude a organizar el festejo en su país, lo que es un orgullo como argentino y como tanguero, porque dicho esto con todo respeto y cariño, uno de los enemigos más grandes del tango fue la Argentina, que muchas veces le dio menos importancia al tango de la que se le da en el mundo entero”.
No contento con ese fenomenal aporte a la cultura nacional, Ben quiso también homenajear a las máximas figuras del tango, es decir sus verdaderos protagonistas. “Yo quería que los cantantes y orquestas tuvieran el agasajo que Buenos Aires le merecía entregar, pero en vida. Así conseguí que los Amigos de la Calle Corrientes me apoyaran en poner primero 24 placas, y un amigo que tenía unos vagoncitos llevó a diferentes orquestas y, desde una cuadra antes de Callao hasta el Bajo, poníamos una por cada autor, como Mariano Mores, Enrique Cadícamo, Libertad Lamarque, Tita Merello, Horacio Salgán, Raúl Lavié, Tania. En algunos lugares lamentablemente las han sacado, pero en otros están esas placas que son un reconocimiento a la gente que nos dejó tango para muchos años”. En los años siguientes, Ben también colaboró con la creación de la estatua en el Abasto de Carlos Gardel, a quien pudo observar en una anécdota que quedó inmortalizada casi como una leyenda urbana. “Yo lo conocí a unos metros, aunque él nunca me dijo, como muchos mintieron, ‘como te va pibe’, pero sí lo pude ver porque yo sabía que García Lorca iba a estar en el hall de ese teatro llamado Liceo en ese tiempo, y que iban a ir César Tiempo y Gardel, donde se saludaron. Los Amigos de la Calle Corrientes me dijeron que escriba lo que sucedió para dejarlo en una placa, así que yo les dije: ‘En el hall de este teatro se abrazaron Carlos Gardel con Federico García Lorca, de la mano del poeta Cesar Tiempo’ y ellos agregaron ‘testigo presencial Ben Molar’. Cuando el teatro cambio de dueño la sacaron y no se sabe donde está”.
Para Catorce con el tango convocó a 42 figuras de primera línea y creó un LP de 14 temas cuando todos decían que no se podía. Instaurar el día nacional del Tango le llevo 11 años y aunque Tito Lectoure no lo creía, llenó el Luna Park. ¿No acepta nunca un no?
Bueno, debo decir que esa fuerza me la dio mi vieja, para saber que tenía que insistir cuando yo sabía que algo tenía valor, y que tenía que defenderlo hasta sus últimas instancias, hasta que a uno le digan tenés razón es blanco no es negro, y recién ahí quedarse contento.
Luego de que usted impulsara tantos homenajes, en Corrientes y Suipacha pusieron la placa “A Ben Molar, el creador del Día Nacional del Tango” ¿Que sintió el día que se inauguró?
Ahh, ese fue un regalo que recibí del Presidente de los Amigos de la Calle Corrientes, que fue una sorpresa porque yo había hecho colocar placas para todos los grandes del tango, y yo era un chiquitito del tango, pero igual quisieron homenajearme… aunque no sé si está todavía. Pero ese día yo lleve a mis dos hijos, Daniel y Rubén, para que supieran que al papito también lo tenían en cuenta.
Julian Blejmar
Septiembre 2010
Su amistad con Discépolo
“Discépolo se adelantó en 50, 100 años a los acontecimientos, y te hablaba de igual a igual. Yo era un jovencito al que invitaba a comer varias veces a su casa de Callao al 800, yo le pregunté ‘¿porqué me invitas a mi?´ ‘Porqué vos tenés lo mismos deseos que yo’, me dijo. Todo lo que digan es poco sobre Discépolo, todas las estatuas que se le hagan son pocas, todavía no se lo ha homenajeado en la medida que merece”.