Pocas cosas deberían preocupar más a nivel internacional que los movimientos políticos que viene realizando Arabia Saudita en las últimas semanas. Se trata, ni más ni menos, de un desafío mayúsculo para dirimir con Irán una cuestión clave: quién se queda con el liderazgo político, territorial y religioso en el Medio Oriente. Lo más grave es que no hay lugar para dos.
El gran protagonista de este terremoto político es el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, conocido como MBS, quien está liderando un proceso de reformas internas que sorprende a propios y extraños. Está construyendo las bases para preparar a su país para esta pulseada de consecuencias imprevisibles. La monarquía saudí parece haber tomado conciencia absoluta de que Irán va por todo. Lo malo para ellos es que tardaron en darse cuenta. Lo bueno es que parece que ahora encontraron quien puede liderar este proceso de reformas profundas, necesarias para hacerle frente a Irán y no morir en el intento.
Desde que George W. Bush le sacó de encima a Saddam Hussein en 2003, Irán no ha parado de ganar influencia. En 15 años desarrolló un programa nuclear que fue avalado por Estados Unidos y otras potencias occidentales y que, aunque sometido a un control que garantiza que no lo utilizarán para fines bélicos, lo deja a las puertas de entrar al selecto club nuclear.
También Irán logró mantener en el poder a su socio sirio Bashar al Asad. Para eso se involucró militarmente en la crisis siria y barrió del territorio a ISIS. Claro que tuvo de aliado a un experto en el arte de hacer lo que quiere frente a la mirada ingenua de todos: Vladimir Putin. Hoy Irán juega fuerte en Irak, Líbano y Yemen, mientras mantiene su alianza con un fortalecido Hezbollah que siempre preocupa a Israel. La foto de hace unos días de Putin con Erdogan y Rohani para dar por concluida la guerra de Siria envió un mensaje aún más potente: quieren ser ellos quienes diseñen el futuro sirio y de buena parte de la región.
Semejante expansión del chiismo iraní es la peor amenaza para la gran mayoría sunita, que, más temprano que tarde, iba a necesitar un liderazgo potente para enfrentar esta amenaza. Ese rol es el que Arabia Saudita estuvo tratando de cumplir sin mucha convicción ni destreza política. Y esto es lo que MBS quiere cambiar. Para eso necesita consolidarse como el hombre más influyente del reino, uno de los principales productores de petróleo del mundo y lugar que cobija los sitios más sagrados del islam.
Acusar a Irán de intentar dominar el mundo musulmán y llamar “nuevo Hitler” al líder supremo iraní no es una reacción espontánea. Más bien responde, más que ninguna otra cosa, a una estrategia, encarada de forma decisiva, para tratar de, al menos, emparejar fuerzas y, sobre todo, cambiar las percepciones sobre quien marca la agenda del Medio Oriente, aspecto muy importante en las relaciones internacionales. No todo es lo que parece, pero es clave que lo parezca.
Es verdad que la política de Obama fue letal para los sauditas. El ex presidente norteamericano no solo no resolvió el caos dejado por su antecesor Bush sino que, con el acuerdo nuclear, le devolvió a Irán la legitimidad internacional que había perdido hacía mucho. Su protagonismo en la crisis siria así lo demuestra. Esto no hizo más que profundizar la brecha con sauditas e israelíes, históricos aliados de Estados Unidos. La llegada de Donald Trump parecía que iba a revertir esta situación. Lo hizo de manera parcial. Su política en el Medio Oriente sufre las mismas falencias que el resto de los asuntos internacionales en los que interviene la actual administración norteamericana. Sí ha habido fuertes advertencias verbales a Irán pero en los hechos nada cambió.
En este marco, las reformas encaradas por MBS deben analizarse en tres planos: el económico, el religioso y el político. Todas ellas buscan cambiar la imagen que se tiene del régimen saudita. La purga de funcionarios de gobierno se presentó como un paso indispensable para limpiar al Estado de corrupción. El argumento es contundente: un país miembro del G20 debe demostrar que busca transparentar las relacionase económicas entre el Estado y los empresarios. Para abrirse definitivamente al mundo, los corruptos deben ir a la cárcel. Y que se note.
Con la reforma religiosa, busca flexibilizar el islam saudita. En otras palabras, moderarlo para mostrar apertura al resto de los musulmanes. MBS quiere devolver el islam a sus orígenes y darle más derechos a las mujeres y a otras religiones. Si con esto logra contrarrestar el islam anti pluralista y misógino con el que está identificada Arabia Saudita, estaría dando un paso revolucionario.
Otra señal que muestra hacia dónde quiere ir Arabia Saudita se detecta en un reciente discurso de MBS, en el que dijo que el terrorismo está arruinando la reputación pacífica del Islam y ofreció sus condolencias al pueblo egipcio tras el ataque terrorista en una mezquita en el norte de Sinaí, en la que murieron 305 personas. Una declaración inédita en el Medio Oriente, que despierta expectativa en Occidente. Dijo esto durante la primera cumbre islámica contra el terrorismo que organizó con altos funcionarios de 40 naciones musulmanas en Riad. Irán, Siria e Irak no participaron. Su intento de posicionarse como nuevo líder terrenal de un Islam pacífico sin duda generará la reacción de aquellos grupos más radicalizados, que no tardarán, en el mejor de los casos, en tratarlo de traidor.
El tercer aspecto es el más delicado, porque además de disputar el poder regional, se trata de un choque frontal en el interior de los musulmanes: la eterna lucha entre sunitas y chiitas. Esta confrontación ya se viene dando en la práctica, aunque de forma indirecta, en Yemen, donde está cerca de ganar la pulseada al costo de una emergencia humanitaria no muy difundida. Otro round tuvo lugar en el Líbano, cuando hizo que el presidente Hariri renuncie desde Riad para exponer la influencia de la alianza Irán-Hezbollah en ese país. Lo más difícil será cuando quiera jugar sus fichas a la hora de diseñar el Medio Oriente post ISIS. La pregunta es hasta donde estará dispuesto a llegar para no dejar que Irán y Putin hagan lo que quieran.
Este proceso de reformas inédito dice mucho. Pero más aún dicen las fuertes declaraciones de este príncipe heredero y ministro de Defensa contra el régimen iraní. Los dichos y las acciones ya no van por caminos separados. En los últimos años en Medio Oriente se produjeron cambios impactantes. Cayeron líderes que parecían perpetuos, se borraron fronteras e Irán, sin disparar un tiro, se convirtió en un actor central dándole a los chiítas un poder impensado tan solo unos años atrás.
Mientras todo esto pasaba, los saudíes parecían meros espectadores. Ahora les llegó la hora de actuar y hacerse oír. Las consecuencias son impredecibles y podrían transformar en insignificantes todo lo que hemos visto en esta región hasta ahora.