El Prof. Shlomo Avineri (nacido en 1933) es investigador en Ciencias Políticas e historiador de la Filosofía Política. Profesor Eméritus de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Recibió el Premio Israel a la investigación de las Ciencias Políticas en 1996. Miembro de la Academia Nacional de Ciencias y, en el pasado, Director General del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Durante el año 2017 celebraremos en Israel y el pueblo judío en la Diáspora los aniversarios de cuatro eventos que se transformaron en hitos históricos: 120 años del Primer Congreso Sionista en Basilea (1897), 100 años de la Declaración Balfour (1917), 70 años de la Resolución de las Naciones Unidas acerca de la Partición de Palestina en dos estados (1947) y los 50 años de la Guerra de los Seis Días (1967).
Cada uno de estos eventos, por separado, debe ser motivo de celebración. Pero también deben dar lugar a un profundo autoanálisis y un balance histórico. En el marco de las celebraciones, no hay que dejar pasar por alto que ninguno de esos grandes éxitos estaba asegurado de antemano. Ellos fueron producto de políticas racionales, fruto de la comprensión del contexto político internacional y de la voluntad realista por llegar a acuerdos y no dejarse llevar por el extremismo. La destreza política y la autorrestricción se impusieron - en muchas oportunidades y después de duras discusiones - al fervor y el apetito insaciable por lograr "justicia". El Movimiento Sionista comprendió que la retórica no puede ser un sustituto para la acción práctica.
Analizaremos uno a uno los cuatro eventos, para mayor claridad:
El primer Congreso Sionista
Cuando Herzl escribió en su diario íntimo, una vez terminado el Congreso, "en Basilea creé el Estado de los Judíos", también él comprendió que se trataba de una presunción exagerada. Pero cuando más adelante escribió que los participantes del Congreso eran la "Asamblea Constituyente del Pueblo Judío", dió en la tecla más de lo imaginable. Ya que lo que lograron los participantes del Congreso – en su mayoría individuos que fueron invitados por iniciativa de Herzl mismo – que hasta ese momento no había tenido el menor status público reconocido, fue realmente increíble.
Dos conceptos clave en el discurso de apertura de Herzl caracterizaron el sentido de la revolución sionista:
El primero fue "Somos un Pueblo". Es decir, los judíos no son únicamente un grupo religioso sino un pueblo, y la identidad nacional posee connotaciones políticas.
La segunda frase fue que "el Sionismo es un retorno al Judaísmo, antes de un retorno a Eretz Israel". En otras palabras: la conexión con Eretz Israel es central en la identidad judía.
Esas fueron expresiones revolucionarias, y no es casualidad que fueron rechazadas no sólo por el establishment religioso – tanto el ortodoxo como el reformista – sino también por aquellos judíos intelectuales que se veían a sí mismos miembros de la nación en la que vivían como ciudadanos y en la que eran considerados "Miembros de la Fe Mosaica", a pesar de gran parte de ellos no observaban ninguna creencia religiosa ni la manifestaban en su estilo de vida.
El siguiente fue el basamento de la declaración de las metas del Sionismo, reflejado en la frase de apertura del Programa de Basilea, aprobado en el Congreso: "Establecer para los judíos una Tierra Patria asegurada por el Derecho Público". A pesar de que la clara intención era crear una entidad estatal independiente (así fue el nombre del ensayo de Herzl: "El Estado de los Judíos"), los participantes del Congreso prefirieron utilizar términos vagos para no obstaculizar las posibles negociaciones futuras con el Imperio Otomano. Pero el objetivo era claro, y así fue entendido tanto por judíos como por no- judíos. La formulación sofisticada ("Derecho Público" en lugar de "Derecho Internacional") permitía interpretarse de diferentes maneras, pero la intención era totalmente clara.
Después de transcurridos cinco años, en 1902, cuando Herzl publica su libro "Altneuland" – "Vieja-nueva Patria" – donde describe su visión acerca de la realización del sionismo en Eretz Israel después de veinte años, continuó manteniendo la línea cautelosa, y así quedó el status internacional de la futura entidad sionista en Eretz Israel inmerso en la neblina. Está asegurado por un "Charter" (permiso jurídico reconocido internacionalmente) otomano, pero es claro que se trata de un Estado en todo sentido: tiene su Presidente, su Parlamento, un sistema político multipartidario, sus propias leyes, control sobre los recursos naturales, su política de inmigración y absorción, y un régimen social y económico que mezcla capitalismo y socialismo ("mutualismo"). Es obvio que no se trata de una provincia otomana como otras.
Si Herzl y sus adeptos se hubiesen conformado únicamente con el aspecto declarativo, o con la escritura de una novela utópica, probablemente su proyecto hubiese quedado sólo en el papel. El logro más importante del Congreso fue la creación de la infraestructura organizacional del Movimiento Sionista, lo que permitió llevar la Visión a buen término.
Una de las primeras resoluciones del Congreso remarcó que no se trataba de un evento único, sino que los Congresos Sionistas se llevarían a cabo cada año. Y como el Primer Congreso estuvo basado en invitaciones personales, se creó un mecanismo para la elección de los representantes al Congreso. Y para permitir la realización de elecciones, era necesario señalar quién conforma el "pueblo" ("Demos") elector.
Se estipuló que los votantes serán aquellos que abonan una membresía a la Organización Sionista. El pago fue denominado "Shékel", recordando así el impuesto que los judíos de la Diáspora pagaban al Templo en Jerusalem en tiempos remotos. De este modo se creó un vínculo entre lo que sería algo eminentemente técnico, con la Historia Judía.
Paralelamente se decidió que para dirigir los destinos del Movimiento Sionista entre Congreso y Congreso se elegirá un Vaad Hapoel (Comité Ejecutivo), cuyos miembros tendrán funciones específicas y deberán informar su quehacer en el próximo Congreso.
Se resolvió crear un órgano de expresión, comenzaron los procedimientos para crear instituciones financieras y un banco. Y Herzl fue electo Presidente del Congreso – hasta el próximo Congreso.
Todas éstas no fueron únicamente resoluciones administrativas. Por vez primera desde la destrucción del Segundo Templo se creaba un organismo que quería pronunciarse – de manera un poco pretenciosa, sinceramente hablando – en nombre del Pueblo Judío todo.
A lo largo de la historia de la Diáspora hubieron entes supra-comunitarios (el "Consejo de los Cuatro Países", por ejemplo) pero esta era la primera vez en dos mil años que se creaba un ente que quería ser una organización judía de carácter mundial.
Así fue creado el "Estado en camino" ("Mediná baderej", en hebreo), por medio de las organizaciones sionistas en el mundo y luego en Eretz Israel. El solo hecho de que estas instituciones existiesen, permitió más adelante el traspaso de las instituciones del movimiento sionista al Estado. Todo ello utilizando marcos democráticos, mediante elecciones, partidos políticos y creación de coaliciones. En el Segundo Congreso Sionista se tomó también una resolución revolucionaria para la cultura de Occidente de aquellos años: se otorgó derecho de voto a las mujeres.
No hubieron en la Historia muchos entes que hayan logrado crear, en un lapso tan corto, una infraestructura de tanto largo alcance que haya iniciado el camino a una realidad histórica novedosa y revolucionaria. La creativa combinación entre la creación de instancias y la formulación de objetivos políticos sobre los que se pueden mantener negociaciones con las potencias mundiales sentaron las bases de lo que se llamó el "sionismo político". De ese modo lograron Herzl y los miembros del Primer Congreso, consolidar las bases que permitieron más tarde lograr el apoyo internacional que llevó a la Declaración Balfour en 1917 y años después a la resolución de creación de un Estado Judío en 1947.
La declaración Balfour
La Declaración Balfour fue el primer logro internacional de importancia del Movimiento Sionista. Para tener idea del alcance de ese logro, es importante comprender también sus aspectos problemáticos, ya que en momentos de la publicación de la Declaración – en forma de una carta privada del Canciller Arthur James Balfour a Lord Rotschild – Gran Bretaña aún no había conquistado la región del Cercano Oriente de manos del Imperio Otomano, y no era del todo claro que ella sería quien tendría el dominio sobre la región.
Como era habitual, nadie negó en aquel momento las facultades de las potencias de determinar el destino de los territorios que cayeron o caerían bajo su dominio. Así fue que el Reino Unido se adueñó de Irak y Francia se apoderó de Siria y Líbano, estableciendo allí finalmente estados árabes que fueron arrancados del dominio turco. La Declaración Balfour obtuvo su significado decisivo cuando fue adoptado por las potencias vencedoras y se tornó parte del Mandato Británico sobre Palestina–Eretz Israel. De esa manera pasó a ser, de una carta privada y una decisión británica, a formar parte del Derecho Internacional.
Por ello es importante tomar en cuenta la compleja redacción de la Declaración – no sólo lo que ella contiene sino también lo que no incluye. Diferentemente a lo que a veces indican voceros del sionismo, la Declaración Balfour no prometió crear un estado para los judíos. A pesar de ello, fue considerada un enorme triunfo para el movimiento sionista. La Declaración indicó que "el Gobierno de Su Majestad verá con buenos ojos la creación de un Hogar Nacional para el pueblo judío en Palestina-Eretz Israel". Había en ella un reconocimiento del pueblo judío y su derecho en Eretz Israel – formulación que ningún gobierno había adoptado hasta ese momento. El significado exacto de "Hogar Nacional" había quedado vaga, y de inmediato fue seguida de la reserva que "todo ello no perjudicará los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías en el país".
Desde la perspectiva británica, ello era una misión prácticamente imposible. Más aún después que los ingleses alentaron a los movimientos nacionalistas árabes en la región como parte de su guerra contra el Imperio Otomano. Ese nacionalismo se manifestó en lo que se llamó "La Rebelión Árabe" comandada por el Sharif Hussein de La Meca y con el aliento del servicio de inteligencia británico en El Cairo bajo la dirección de Lawrence de Arabia. Durante todo el período del Mandato intentó Gran Bretaña coinciliar entre su compromiso a un hogar nacional para los judíos y la necesidad de proteger los derechos de los no-judíos. Y como era de esperar, fracasó en su intento.
Desde la óptica judeo-sionista, el extraordinario logro de la Declaración Balfour implicaba la comprensión de que los judíos – o el movimiento sionista – carecen de monopolio o de derechos exclusivos en Palestina ya que vive en el lugar otra población más y es necesario tomarla en cuenta. El Imperio Británico no tuvo éxito en su misión de equilibrio, pero es importante recordar que el Movimiento Sionista obtuvo el apoyo de la potencia imperial más importante de la época, y más adelante, de la Liga de las Naciones.
Ello se produjo gracias a que el reconocimiento de los derechos de los judíos estaban engarzados con el reconocimiento de los derechos de los no-judíos. El hecho de que esos "no-judíos" no fueron denominados "árabes" o "palestinos" no tiene importancia.
Sin una mención de la población no-judía, la Declaración Balfour no hubiese sido aceptada por el gobierno británico, y en ese caso, tampoco hubiese sido incorporada en el Mandato Británico resuelto por la Liga de las Naciones.
La resolución del 29 de Noviembre de 1947
Es claro que una clara línea conecta la Declaración Balfour con la Resolución de Partición de Palestina, después que los horrores del Holocausto otorgaron un respaldo moral a la exigencia de un Estado Judío que el mundo de postguerra se sintió imposibilitado de no aceptar. El hecho de que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética – a pesar del comienzo de la Guerra Fría en esa misma época – concordaron en este tema, atestiguan la profundidad del compromiso mundial con la soberanía judía. Pero no debemos olvidar que la resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas de erigir un Estado Judío implicaba también un Plan de Partición, que reconocía el derecho de los árabes de Palestina a establecer un Estado propio en parte del territorio.
Verde: Votos a favor
Morado: Votos en contra
Amarillo: Abstenciones
Rojo: Ausentes
El total rechazo árabe a la idea de una división territorial y del derecho de los judíos a ser independientes y poseer soberanía en alguna parte del territorio, condujo a la población árabe de Palestina a una catástrofe. Paralelamente, el ataque de los países árabes a Israel al día siguiente de su creación, provocó reiteradas condenas internacionales a la violencia, la agresión y la violación del derecho internacional por parte de países árabes que ya eran miembros de las Naciones Unidas. La condena de la agresión árabe por parte de la Unión Soviética y los Estados Unidos y el pronto reconocimiento de las dos grandes potencias al Estado Judío al poco tiempo de su creación, atestiguan el rechazo internacional a la actitud irreconciliable de los gobernantes árabes en esa época.
Así y todo, la decisión sionista de aceptar los términos del Plan de Partición no fue sencilla. Ella provocó una escisión tanto en el Ishuv (la población judía en Eretz Israel durante el Mandato) como dentro mismo del propio Movimiento Sionista, aún desde su surgimiento como propuesta de la Comisión Peel en 1937. Los partidarios de la partición dentro del Movimiento Sionista – entre ellos Haim Weizmann y David Ben Gurión – comprendían claramente que ningún factor internacional aceptaría la cesión de todo el territorio de Palestina-Eretz Israel, donde había una clara mayoría árabe, al dominio exclusivo de los judíos. Era claro para ellos que el camino a la obtención de la soberanía e independencia judía en la región requiere voluntad de compromiso, es decir, aceptar el principio de la división del territorio.
El violento rechazo a la Partición persiguió a los árabes durante décadas. El hecho de que incluso hoy en día no se oyen serias voces en el mundo árabe que estén dispuestas a reconocer el craso error político y moral en el que incurrieron – que es la base de la Nakhba (la tragedia de 1948, para los árabes) – sigue siendo aún una "marca de Caín" sobre el movimiento nacional árabe.
Pero también el público judío que festeja la Resolución del 29 de Noviembre no puede negar que el reconocimiento internacional al derecho de autodeterminación judía y la creación de un Estado estaba ligado al reconocimiento paralelo de los derechos de la población árabe local. La negativa árabe de los años 1947-1948 no altera este hecho histórico: el apoyo internacional a Israel estaba íntimamente ligado a la voluntad sionista e israelí de aceptar – con todas sus dificultades – el compromiso político y moral que conllevaba la división del territorio.
La Guerra de los Seis Días
El mundo democrático festejó junto con Israel su extraordinario triunfo en la Guerra de los Seis Días, en junio de 1967. Ella fue el pináculo de los logros del Ejército de Defensa de Israel, pero también la cima del logro moral de Israel, frente a un mundo árabe que fue deteriorándose – en las semanas anteriores a la guerra, al sumergirse en una violenta retórica que clamaba por la destrucción total de Israel.
Si en junio de 1967 se hubiesen hecho en el mundo occidental encuestas de opinión referentes a la figura más odiada del mundo, probablemente el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser se hubiese llevado el título (la URSS y sus satélites apoyaron al lado árabe por consideraciones geopolíticas propias). El formidable apoyo internacional que recibió Israel en el '67 provino de la concepción que el país se vió amenazado y salió a una guerra defensiva. Si Israel hubiese anunciado en esos días que sale a la lucha para liberar los territorios de Judea y Samaria (la Cisjordania) del dominio árabe y anexarlos a Israel, no hubiese contado con el apoyo de ningún factor occidental – y me imagino que no pocos líderes judíos en el mundo entero hubiesen estado en desacuerdo. Si una figura como Naftali Bennet (actual Ministro de Educación y líder del partido "Habait Haiehudi" - "La Casa Judía") hubiese viajado a Washington y dicho en aquel momento lo que Bennet dice hoy en día, Israel hubiese sido percibida como agresora e imperialista.
El hecho de que Israel haya recibido apoyo a su posición en las conversaciones de paz durante decenios, provino del hecho que la posición israelí fue interpretada en la mayoría de los casos como abierta a la negociación. Así fue considerado también en su momento el Plan de Autonomía de Menahem Begin. Durante la tormenta emocional que siguió a la Guerra de los Seis Días, hasta la anexión de Jerusalem Oriental fue tolerada, aún sin haber contado abiertamente con apoyo. Cuando Israel aceptó la Resolución N°242 del Consejo de Seguridad de la UN – que llama a negociaciones directas y remarca que la anexión de territorios por la fuerza es inaceptable – fue vista como interesada en la paz y dispuesta a un compromiso, en especial frente a la absoluta negativa árabe en su Declaración de Khartum de "los tres no" ("no habrá paz, no habrán negociaciones y no habrá reconocimiento"). Nuevamente, como en 1948, los árabes fueron vistos como el factor belicista que impide la paz.
Todo quien honestamente trata de comprender la problemática del status internacional de Israel hoy día debe reconocer que lo que ha cambiado, es que hoy Israel es vista como aquella que no está dispuesta a un compromiso y tiene interés - abiertamente o en base a triquiñuelas – en mantener el dominio sobre la población palestina. Cada casa que se construye en Judea y Samaria socava el apoyo a la posición israelí.
Cuando venimos a celebrar los Aniversarios del año 2017, es importante recordar que los logros y victorias de Israel – tanto los políticos como los conceptuales y militares – han sido posibles debido a que, junto a la firme posición en pro de la autodeterminación del pueblo judío y su relación con Eretz Israel, el sionismo no ignoró – en los hitos históricos determinantes – la existencia de otra población: la población no-judía. Esa fue la sabiduría práctica de la dirigencia política sionista durante generaciones.
Gracias a ello surge la Declaración Balfour del '17.
Gracias a ello surge la Declaración de la UN de Noviembre del '47.
Gracias a ello recibimos el apoyo internacional en la guerra defensiva del '67.
La actual política de nuestro gobierno erosiona estos logros y consigue aislar a Israel tanto en el mundo democrático como ante grandes porciones de las comunidades judías en la Diáspora. De momento en que la coalición Netanyahu-Bennet se aferra a exigencias territoriales absolutas – posición que en el pasado caracterizaba a los líderes árabes – y adopta fanáticamente posiciones nacionalistas-mesiánicas, hace peligrar a los 120 años de idea y realización, hace peligrar a los extraordinarios logros del Movimiento Sionista.
Como dijeron nuestros sabios Z"L: "Tafasta merubé – lo tafasta" ("Si deseas llevarte todo, no recogerás nada").
Jerusalem, Abril de 2017