Desde hace décadas, el mundo viene experimentando un giro radical en el tipo de conflictos bélicos que se suceden. La guerra tradicional entre Estados en la que se movilizaban poderosos ejércitos, decenas de portaaviones y cientos de naves de combate y artillería pesada, ha dejado paso a conflictos asimétricos, en la que grupos irregulares u organizaciones terroristas toman un protagonismo de escala poco imaginado.
Mirar en retrospectiva los enfrentamientos ocurridos, los que nuestro sesgo permite recordar, nos muestra que un conflicto asimétrico se caracteriza por: (a) formaciones armadas irregulares y/u terroristas, (b) tácticas irregulares, en apariencia irracionales, que difícilmente se podrán hacer frente con capacidades militares convencionales, (c) difícil identificación y localización del adversario, (d) ambiente y terreno elegidos por el adversario, impidiendo obtener el máximo rendimiento de las capacidades militares, (e) frecuentemente en zonas urbanizadas donde la infraestructura civil es la norma, (f) abundante presencia de población civil para dificultar ser distinguido, (g) organizaciones civiles y gran número de desplazados y refugiados, (h) importancia fundamental del dominio de información y desinformación, y los medios de comunicación, magnificando o inventando sus éxitos y fracasos de su adversario, sobre todo bajas que afecten a la población civil. Suena familiar.
A pesar de esto, el derecho internacional nos proporciona un conjunto de leyes de guerra que regulan la conducta de los actores durante el período que ésta dure, protegiendo a los civiles y minimizando su sufrimiento. En cualquier conflicto, las partes tienen la obligación de reducir al máximo el daño a la población civil. Cada parte deberá: (1) atacar únicamente al personal enemigo y sus objetos, (2) abstenerse de realizar ataques indiscriminados, (3) abstenerse de realizar ataques en los que las bajas civiles sean excesivas para el objetivo militar que se acomete, (4) advertir a la población civil sobre los ataques que ocurrirán, siempre que ello sea posible, y (5) en territorio propio, abstenerse de emplazar locaciones militares en áreas densamente pobladas. Especialmente, las leyes criminalizan el uso de civiles como escudos humanos.
Pero es evidente que en los conflictos asimétricos se violan las normas de guerra del derecho internacional. Como una de las partes no es un Estado establecido, no están regulados ni contemplados en ellas, provocando vacíos legales y una ausencia de legitimidad en el accionar de las parte involucradas.
Suena conocido otra vez. Israel, como adversario no asimétrico, experimenta una situación compleja frente a Hamás y los demás grupos terroristas que habitan en la franja de Gaza. Aún actuando dentro del marco que ofrece la legalidad, la ilegalidad en la que se maneja el enemigo y su aprovechamiento de las características intrínsecas a los conflictos asimétricos, Israel es puesto en desventaja.
La extensión temporal del conflicto, la dificultad para distinguir civiles de terroristas y para precisar ataques en zonas densamente pobladas, la presión de la opinión pública y la comunidad internacional a partir de la brutal desinformación existente, y el aprovechamiento de los daños colaterales como parte de una campaña de deslegitimación, deberían evidenciar a Israel que el camino de la guerra es inviable para poner fin a la violencia y el terrorismo.
Acá sólo hay un camino posible: el diálogo y la negociación, teniendo como objetivo primero y último construir una paz justa y duradera. En la asimetría moral existente, el diálogo dejará inerme al enemigo. El nacimiento de un Estado Palestino, al lado del Estado Judío de Israel, servirá para que los primeros asuman su responsabilidad y sean claves para desactivar el conflicto.