En la Teoría de los Juegos en las Relaciones Internacionales estudiamos la disyuntiva que un prisionero tiene en cooperar o no con las autoridades carcelarias para salvarse de una dura condena, sabiendo que su cómplice en la comisión de ese ilícito está en una celda contigua recibiendo la misma propuesta. El problema al que se enfrentan esos prisioneros es que las autoridades incentivan a cada uno por separado a que sean el primero en cooperar, ya que la disminución de la pena será el premio a dicha acción y el no cooperante irá a prisión, pero también saben que si ninguno habla y no compromete al otro no habrá cargo contra ninguno de ellos. Varios de estos elementos estuvieron y están presentes en la reciente liberación del soldado israelí Gilad Shalit.
Es que en un importante libro denominado Combatiendo al terrorismo: cómo las democracias pueden derrotar al terrorismo doméstico e internacional, el ahora primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, escribía los desafíos y obligaciones que las naciones liberales debían tener para luchar contra el flagelo del terror. En él describe 9 items de cómo llevar a cabo esa lucha; entre ellos, señala que la amenaza terrorista debe ser entendida por cada gobierno y su pueblo, y que los compromisos temporales con las organizaciones terroristas no funcionan. Con respecto al primer punto, el Estado de Israel trabaja permanentemente para que su ciudadanía sepa los retos reales y potenciales que conllevan la lucha contra organizaciones como Hamas y Hezbolá. Nadie en Israel puede desconocer qué significan esas organizaciones para su supervivencia.
Sin embargo, la situación más delicada viene en relación con el segundo pilar del planteo de Netanyahu. En efecto, los antecedentes demuestran que hasta ahora se han llevado a cabo más de una decena de intercambios con esas agrupaciones armadas que involucraron sólo 15 soldados israelíes por más de 13 mil palestinos. Esta ecuación ha llevado a los máximos referentes en temas de seguridad de Israel a sostener que, con el acuerdo con Hamas, Israel perdía el poder de disuasión frente a la amenaza terrorista y alentaría a otras organizaciones terroristas a secuestrar más israelíes y judíos, y que esos grupos armados no tendrían demasiados incentivos para sentarse en una mesa de negociación a hablar de paz. Pero las máximas autoridades israelíes sabían que si no cooperaban, el soldado podía no volver con vida y no estaban en condiciones de afrontar ese riesgo, a pesar de la crítica de los sectores de derecha que no alentaban el intercambio.
Algo similar pasaba con el liderazgo de Hamas. Ellos entendían que el momento había llegado y que debían disminuir sus exigencias (por ejemplo, que Israel no perseguirá a los liberados y que otros presos como Marwan Bargouthi sigan privados de su libertad), ya que 1027 presos libres era un número más que significativo.
Finalmente, el último dilema de Israel era a quién liberar. El tema no era menor, ya que en el listado de los prisioneros que serán liberados figuran más de 280 nombres de palestinos que cumplen cadena perpetua por ayudar a planificar o ejecutar ataques contra israelíes. Este punto se hace más delicado aun cuando, según el Centro Jerusalén para los Asuntos Públicos, de 6912 palestinos considerados terroristas –y liberados por Israel entre 1993 y 1999–, 854 retornaron a las acciones de terror y que, desde el año 2000, 180 israelíes fueron asesinados por terroristas liberados de sus propias cárceles.
* Profesor de Ciencia Política en la UBA y de Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano.