A mis compañeros de tantos años de lucha por una Argentina más justa y solidaria, algunos de los cuales veo hoy en las antípodas de mi pensamiento defendiendo a Irán y sus esbirros terroristas de Hamás y Hezbolá, les pido que lean este resúmen de lo que nos hubiera pasado (a ellos y a mí) si hubiéramos sido iraníes, y lo que nos puede pasar si se concreta el sueño hegemónico del régimen dictatorial de ese país. La era de Khomeini en Irán, absoluto poder y absoluta santurronería Amis denuncia la dureza implacable del fundador de la revolución iraní y sus "mentiras". Por: Martin Amis (Novelista británico) VICTIMA. EN PARIS MARCHAN CON LA FOTO DE NEDA, UNA OPOSITORA ASESINADA EN LAS PROTESTAS DE JUNIO EN IRAN. El 16 de enero de 1979, Mohammad Reza Shah abandonó Teherán y se exilió en El Cairo. El 1º de febrero, el Ayatollah Khomeini llegó a Teherán procedente del exilio en París (donde, me siento obligado a decir, entre sus vecinos más deplorables se encontraba Brigitte Bardot). Así terminó la revolución política. Ahora comenzaba la revolución cultural. El gobierno provisional sufrió el sucesivo desgaste de los komitehs (milicias con sede en mezquitas, luego el Basij), de los guardias revolucionarios (después el Pasdaran, o ejército iraní) y de los tribunales revolucionarios (que administraban la justicia con gran dureza para los sobrevivientes del antiguo régimen y diversos otros indeseables). El 4 de noviembre, un grupo de estudiantes se infiltró en la embajada de EE.UU. y tomó 53 rehenes. Khomeini manipuló con tal efecto ese gesto dirigido al Gran Satán, que en el inminente referendo sobre la nueva constitución "el 99,5%" de 17 millones de votantes dio su bendición a la autocracia islámica. Sin embargo, aún había que ocuparse de ese "0,5". Khomeini, enfrentaba una fuerte oposición en casi todos lados. La más formidable era la del Mujaidín-e Khalq. Creado quince años antes en oposición al sha, el Mujahedin (marxista, islámico de izquierda y comprometido con los derechos de las mujeres) contaba con un millón de adherentes y pudo reunir un ejército guerrillero de cien mil combatientes experimentados. Cuando Khomeini los excluyó calificándolos de "no islámicos", éstos recurrieron al terrorismo. Como recordarán, en 1981 los Mujaidín mataban mullahs por docenas y llegaron a asesinar a más de mil funcionarios en los meses siguientes de ese año. Lo que siguió fue una guerra civil terrorista. Para septiembre, los guardias de Khomeini ejecutaban 50 personas por día por "combatir contra Dios" (el mismo crimen, y el mismo castigo, que invocan ahora los sacerdotes de 2009). Animados por un fervor revolucionario y religioso, los mullahs se impusieron de forma cruenta. Las revoluciones son de un anticlericalismo feroz. En 1922 Lenin ejecutó a 4.500 sacerdotes y monjes y a 3.500 monjas. Irán, sin embargo, nadó contra la corriente. Para diciembre de 1982, Khomeini se había asegurado el monopolio de la violencia y el pueblo iraní se encontró viviendo en la única teocracia revolucionaria del mundo. La república islámica era islámica, pero ya no era una república. Los iraníes gozan desde entonces sólo de una sombra de soberanía popular. Para 1982, por otra parte, tenían otra cosa en que pensar: la confrontación con Irak. La guerra entre Irán e Irak puede pensarse en términos de Guerra Impuesta, pero sólo si entendemos que quien la impuso fue Khomeini. Llegar a tener una idea del aterrador desaliento que produjo en la región el advenimiento del Ayatollah demencial pone a prueba la imaginación histórica. Después de un tiempo, Stalin se conformó con "el socialismo en un solo país". Khomeini proclamaba que quería una teocracia shiíta en cada país del planeta. Durante la guerra entre Irán e Irak, Khomeini se dedicó también a otros países y organizó atentados con bombas, intentos de asesinato y subversión en Bahrain, Kuwait, El Líbano y Arabia Saudita. En La Meca, el Hajj se convirtió en escenario anual de agitación: en 1987, un choque entre milicias iraníes y la policía saudita dejó 400 muertos. ¿E Irak? En 1979 Saddam Hussein extendió una mano de amistad al nuevo Irán para continuar la tregua que inició con el sha. Irán respondió reanudando el apoyo a los separatistas kurdos (suspendido desde 1975) y a los shiítas. Hubo atentados contra la vida del vicepremier y el ministro de Información. En 1980 Khomeini retiró a su embajador de Bagdad y en setiembre bombardeó las ciudades fronterizas de Janaqin y Mandali. En la guerra entre Irán e Irak, que se extendió desde 1980 hasta 1988, Efraim Karsh enumera en su cronología ocho propuestas iraquíes de cese del fuego, la primera el 5 de octubre de 1980, doce días después de comenzada la guerra, y la última el 13 de julio de 1988, cinco semanas antes de la finalización del conflicto. El objetivo bélico de Khomeini era la teocratización, o desatanización, de Irak. De esa forma, la guerra se convirtió en una prueba (frustrada) del Islam y degeneró, en palabras de Mackey, en "una diaria representación de los temas shiítas del sacrificio, el desposeimiento y el luto". De esa forma, chicos de 12 años atacaban ametralladoras iraquíes en bicicleta y 750 mil iraníes llenaron los cementerios. Tal vez el doble de esa cantidad quedó tullido, ya fuera en el plano físico o psicológico. Once meses después, el propio Khomeini se sumaba a los caídos en la tierra de los muertos. Cabe entonces preguntarse qué es lo que queda cuando llegamos al Aeropuerto Internacional Imán Khomeini a una ciudad en la que ningún taxista le para a un sacerdote; qué es lo que queda del legado del Padre de la Revolución, o de "that fucking asshole", como lo llaman de manera reflexiva y en inglés los jóvenes de las ciudades de Irán. La idea de Khomeini del Velayat-e Faqih, o norma del vicerregente de Dios (vale decir, el principal mullah, vale decir Khomeini) era tan ahistórica que muchos de sus más francos oponentes salieron de las filas del clero. En la teología shiíta, la participación política se considera contaminante, y con buenos motivos: que el poder corrompe no es una metáfora; y el poder absoluto, combinado con una santurronería absoluta, definió la pesadilla demente del gobierno de Khomeini. Su imbecilidad moral proporciona un campo muy rico. Me limito a dos ejemplos. Después del "fracaso en el desierto" del presidente Carter, la frustrada operación en Entebbe de abril de 1980, Khomeini anunció que Dios en persona había arrojado arena en los motores de los helicópteros para proteger a la nación. Escuchar ese tipo de discurso de labios de un chico de 8 años es una cosa; escucharlo de un jefe de estado belicoso por la radio pública es otra. El segundo ejemplo procede de Mackey (el momento es 1981): En una película que transmite la teve que controla el gobierno se ve a una madre que denuncia a su hijo por marxista. Lloroso y aferrado a la mano de su madre, el hijo trata con desesperación de convencerla de que abandonó la política marxista. La madre rechaza sus súplicas y le dice: "Debes arrepentirte ante Dios y serás ejecutado." La imagen se funde con la del Ayatollah Khomeini que le dice al pueblo de Irán: "Quiero ver más madres que entregan a sus hijos con ese valor y sin derramar ni una sola lágrima. Eso es el Islam." Bueno, puede ser o no lo que es el Islam. Pero no es lo que son los iraníes.
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