Los rabinos que firmaron una carta pública prohibiendo el alquiler y la venta de apartamentos a poblaciones "goim" en cualquier lugar de Israel superan a toda una serie de funcionarios públicos quienes, aprovechando su posición, se dedican muy a menudo a efectuar provocaciones directas contra minorías étnicas en flagrante violación de las leyes.
Sería interesante saber qué es lo que ellos definen por "goim": ¿una filipina que cuida de un anciano? ¿un jugador argentino o norteamericano de Betar Jerusalén o Macabi Tel Aviv? Definitivamente no. Su xenofobia metódica va dirigida única y exclusivamente a los ciudadanos árabes israelíes.
Ellos saben muy bien que la ley de servicios religiosos judíos prohíbe a cualquier rabino designado y remunerado con dinero de las arcas públicas a actuar "de manera inadecuada con la posición que corresponde a una autoridad religiosa en Israel". La incitación racista populista, apoyada por una irrisoria interpretación de la Halajá, cabe dentro de esta categoría.
¿Entonces por qué firmar la carta ahora? ¿Acaso es novedad el odio de ellos hacia la población árabe? ¿Pura casualidad? No. Estos mal llamados rabinos conocen muy bien la escenografía de la sociedad israelí; entienden sus nacionalismos extremos y los proyectos de leyes discriminatorias; están totalmente seguros que ninguno será investigado y que ni uno de sus seminarios dejará de recibir subsidios. El mismo gobierno que los critica, los ampara.
Pero lo que está en juego es la imagen del país. Los líderes del Estado deberían adoptar medidas drásticas contra estos irresponsables provocadores. Sólo su inmediata exclusión de los cargos públicos habría de disuadir a otros de incurrir en crueles expresiones de racismo.
La actual "resolución halájica" no es más que otra sintomática muestra de la rampante escalada racista de estos clérigos fundamentalistas, muchos de los cuales ocupan cargos estatales y se supone que deben servir a un público amplio. Sin embargo, actúan como la peor clase de radicales e ignorantes predicadores.
Los rabinos racistas le hacen un mal a Israel, esparciendo una mancha indeleble sobre la cultura y la herencia judías. No escatiman en utilizar un abominable brebaje de citas sin fundamento, amenazas y calumnias, a fin de sembrar la controversia bajo los auspicios que les otorga su autoridad.
La carta firmada no constituye una discusión halájica, sino un acto equivalente a escupir en la cara de la propia sociedad. Plantea en si una real amenaza al Estado y a su estabilidad social.
El primer ministro Binyamín Netanyahu se unió a los denunciantes sólo en calidad de fino y moderado comentarista de la Halajá. Pero sus palabras no tendrán ningún sentido si su gobierno no se decide a tomar de inmediato duras medidas en contra de los incitadores.
En vista de la prolongada indiferencia que les permite continuar libremente con su desquiciado comportamiento, las declaración de Netanyahu podría incluso convertirse en un símbolo más de la debilidad democrática del Estado.