Después del asesinato de Itzjak Rabín, los primeros ministros que le siguieron, Shimón Peres, Binyamín Netanyahu, Ehud Barak, Ariel Sharón y Ehud Olmert prefirieron no pronunciar mensajes claros: la incitación a la violencia, los palestinos, Hamás, Siria, Hezbolá, decretos financieros y presupuestos de seguridad, se dejaron de lado. La ambiguedad es poder; el silencio garantiza victoria. Tres de los mencionados cubrieron el período de sus gobiernos con un manto de penumbra.
Durante largos años escuchamos de sus bocas el mismo mensaje: "Esta es una de las épocas más difíciles de nuestra historia", omitiendo siempre qué deberíamos hacer para salir de ella, qué pretende su gobierno, y porqué. Sólo de algunos asuntos - Irán y su proyecto nuclear o la lealtad a Israel - sobre los cuales no conviene expresarse en exceso, hablaban y hablan hasta quedarse sin aliento y no descartan ninguna opción operativa.
Rabín tenía 70 años cuando comenzó su segundo período de gobierno. Ni su edad, ni su raciocinio y experiencia estaban a la orden del día, sino los acuerdos de paz en Oriente Medio, el presupuesto de educación y seguridad, y la inversión en infraestructuras.
Los resultados de la primera Guerra del Golfo y el derrumbe de la Unión Soviética fueron una "ventana de oportunidades" para los acuerdos en la región. Con la ayuda de un sana intuición y su conocimiento íntimo de Tzáhal y la sociedad israelí, Rabín supo captar las señales y llegó a una determinación estratégica: conseguir arreglos diplomáticos que aseguren la posibilidad de vivir normalmente.
Analizar el período gubernamental de Rabín en su justa medida le otorga significado a su memoria, y es ella quien atestigua que fue el último estadista. Su agenda estaba abierta y expuesta a todo aquél que quisiera verla. Además, venía acompañada de su persistencia en intentar concretarla, sin tapujos ni alardes.
Hay quienes consideran que después del asesinato se convirtió en un santo. Es un argumento sin fundamento, igual a esa aseveración de que todo lo que dejó detrás suyo es un conflicto con los palestinos aún más complicado, consecuencia de los Acuerdos en Oslo.
Es fácil olvidar el acuerdo de paz con Jordania y la apertura de las negociaciones secretas con Siria, siendo que hoy nadie hace algo para impulsarlas.
Nunca sabremos si Rabín hubiera continuado con su política, si se hubiese apartado de la línea de Oslo y configurado otra estrategia, y cómo plantearía las negociaciones con los sirios. Nadie tiene una verdadera respuesta. Pero algunas cosas sí se saben: Rabín hubiera frustrado todo intento de formación de un Estado binacional y haría todo lo posible por propulsar la paz con Siria.
Itzjak Rabín fue el último primer ministro que se comprometió públicamente al cambio político y social. Nadie después de él, se atrevió a hacerlo. Quizás esa sea la peor consecuencia del asesinato para la sociedad israelí: la ambigüedad se apoderó de la vida política.