Qué significa el Día Internacional de La Mujer? Por qué un día para la mujer y no un día para el hombre? Estas preguntas son más frecuentes entre los hombres y en algunos sectores esclarecidos.
La primera respuesta que me gustaría dar, dejando abierta la posibilidad de muchas otras, es que este día es un símbolo. Símbolo que representa a todos aquellos considerados, todavía o en algún momento, débiles, discapacitados, disminuidos, inaceptables, amorales, faltos de razocinio, despreciables y, por todo esto, discriminados. La mujer ha sido, a lo largo de la historia, y sigue siéndolo aún, considerada por algunos grupos y credos como un ser sin capacidades suficientes que merece golpearse, quemarse, violarse, lapidarse y además a la que se debe conducir por la senda del bien, o sea, “corregirse”. Según esta manera de concebir las relaciones intersexuales, la mujer es culpable de haber nacido mujer. El rezo: “gracias por no haberme hecho mujer” o el asesinato de la niñas chinas al nacer, las violaciones correctivas a lesbianas en Sudáfrica, o algunas reglas y códigos confirman la minusvalía que se les atribuye a las mujeres, por ejemplo: en Irán los cosméticos están prohibidos por ley y los "escuadrones de la moralidad" patrullan las calles vigilando su cumplimiento pues la falta de modestia en las mujeres provoca el adulterio en la sociedad.
Siendo esta mi primera respuesta al por qué pienso que sí debemos apoyar que siga inscripto en el calendario un Día Internacional de la Mujer, desarrollaré a continuación otros argumentos teniendo en la mira la realidad argentina, por ejemplo, que en el año 2010 fueron incendiadas por sus parejas 13 mujeres. Estos actos de violencia, abuso e intolerancia siguen ocurriendo en un país que cree haber superado las formas más primarias de agresión al semejante.
¿Trece casos es un hecho aislado, es una moda, es una característica de la sociedad, de la fuerza física del hombre sobre la mujer, de las condiciones amorosas en algunas parejas? No nos corresponde aislar a ninguno de estos elementos a tomar en cuenta, sino integrarlos.
Mientras en algunos sectores el desprecio por las mujeres se vivencia en forma concreta y desata violencia doméstica, en los grupos más educados se racionalizan los prejuicios e intolerancias con mayor facilidad lo cual significa que éstos coexisten con planteos progresistas y liberales. Justamente lo que se vislumbra claramente y aún persiste, es la existencia de dosis de misoginia, resentimiento y discriminación en el lenguaje cotidiano, los chistes, las ideologías, la publicidad y las creencias.
Muchas veces lo que causa arbitrariedad y hasta autoritarismo en la relación de algunos hombres con las mujeres es el menosprecio y éste se manifiesta tanto en el hogar como en el marco de las relaciones jerárquicas y de orden público.
Entonces, la sociedad argentina se encuentra dividida entre los que han incorporado el respeto a las mujeres y pueden llevar una convivencia pacífica entre las diferencias, y aquellos que aún se agitan en la rivalidad intergéneros. Esta rivalidad se da también en las mujeres, solo que los factores agresivos que la misma conlleva están muy arraigados en la cultura machista aún preponderante. Dentro de la cultura machista están los “blandos” que defienden un día en el cual las mujeres puedan ser homenajeadas y agasajadas por su rol familiar como madres y esposas, y están los “duros” que arrastran mayores prejuicios y para aceptar que las mujeres circulen libremente en los roles sociales, se hacen eco de argumentos tales como: “si quieren igualdad, que se aguanten”.
La sociedad está dividida entre los hombres y mujeres que pueden dejar a un lado las restricciones religiosas, tradicionales y hasta morales discriminatorias y aceptan que las mujeres, los hombres y los otros géneros sexuales circulen libremente por todos los espacios de la sociedad, y están los que se niegan a reconocer las diferencias y los derechos privados y públicos de éstas.
O sea, la división refleja que aún hoy, en pleno siglo XXI, las mujeres son objeto de cuestionamiento, es decir, aún hoy se pone en duda su condición de su ser pensante, civilizado, capaz, inteligente y ético. Tanto si despliega un rol social y familiar pasivo o activo, se la culpa de no estar a la altura de los ideales que los hombres proponen y determinan.
Lo que me interesa señalar es que resulta difícil escuchar comentarios -sean de defensa o de ataque a la posición liberadora del fanatismo machista que las mujeres realizaron en Occidente durante los últimos siglos-, sin que estos argumentos no resulten a la vez intolerantes y hasta extremistas. Tanto las posiciones radicales feministas como machistas adolecen de contradicciones. Mientras en la realidad ocurren continuamente cambios y adaptaciones superadores de la discriminación y la violencia, algunos argumentos se aferran a lo inmutable.
Para salir de lo que considero el fanatismo machista, no es necesario oponer un fanatismo feminista, sino una búsqueda del respeto por las diferencias que tampoco se convierta en militante a ultranza y que, principalmente, sea inclusiva y no exclusiva del “otro”.
Los que estamos a favor de un Día Internacional de la Mujer, más bien buscamos el reconocimiento conciente de que en cualquier lucha por la defensa de derechos particulares, hay que perder la aspiración de un mundo homogéneo y uniforme. Esta idea es la base de los pensamientos plurales.
En este sentido la lucha por los derechos de las mujeres puede convertirse en un extremismo más o en un brazo de apoyo a todos aquellos que desean alcanzar libertades y liberaciones que no terminen banalizando los derechos -de todos los seres humanos- tanto a la dignidad como a la responsabilidad.
La responsabilidad sobre nuestros actos no es solo un deber, es también un derecho del que las mujeres estuvieron privadas y en algunos lugares del mundo aún continuan siendo privadas.
Las luchas por los derechos civiles de las mujeres se sucedieron principalmente durante los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo, estos derechos no fueron acogidos simultáneamente en todas las naciones ni por todas las naciones. Estos desajustes demuestran la minusvalía a la que fueron sometidas como también que muchos derechos ya establecidos, aún hoy no son puestos en práctica debido al arraigo de ciertas estructuras emocionales e intelectuales que necesitan de lo absoluto y las certezas para amenguar la angustia que provoca “lo otro”, o sea, necesitan amenguar las incertidumbres existenciales con garantías y seguridades totales.
La doblegación de las mujeres por ciertas religiones y ritos, manifiestan este anhelo de lo absoluto, parafraseando a Steiner, y de un modo de vivir en el cual las diferencias constituyentes del ser humano, la familia y la sociedad, se rijan por el llamado sexo fuerte.
George Steiner(2) expresó con lucidez -en sus conferencias sobre “La nostalgia del absoluto”- que la esperanza por el reencuentro con lo absoluto (lo que no guarda incertidumbre alguna, lo que se presenta como garante de seguridad) es lo que guía a las posiciones totalitarias, extremistas y fanáticas. A lo cual agrego, que las posiciones discriminatorias e intolerantes sufren del mismo mal: la discriminación entre los géneros y sexos responde a creencias fanáticas y autoritarias.
Una cosa son los logros legales y liberadores de las mujeres en Occidente (derecho al voto, a los bienes gananciales, a la potestad compartida sobre los hijos, el acceso a la salud, al trabajo y a la educación, a la responsabilidad sobre su cuerpo y el derecho a no ser golpeada y violentada) y otra realidad muy distinta es la aceptación de estos logros por las mayorías. Por estos motivos, las mismas mujeres todavía dudan a la hora de ejercer sus derechos como seres responsables. Esto se percibe en nimiedades y situaciones cotidianas pero que poseen un gran significado social a la hora de evaluarlas, por ejemplo, las mujeres que elijen sus representantes políticos según el criterio de sus maridos por sentirse incapaces de decidir u opinar.
En esta misma línea podemos decir, que la experiencia clínica y judicial nos enfrenta permanentemente al todavía desamparo de muchos sectores de mujeres ante la violencia.
Entonces, propongo reflexionar abiertamente en el seno de la comunidad respecto del significado social de celebrar el Día Internacional de la Mujer con criterios amplios, plurales y renovadores.
Hoy se ha abierto un diálogo que abarca a todos los géneros y sexualidades reconocidos, admitiendo que las diferencias ya no son solamente entre varones y mujeres. Este diálogo puede conducirnos por el camino de la tolerancia que todos anhelamos si nuestros argumentos verdaderamente respetan los derechos del semejante.
A las luchas feministas hoy se suman otras luchas por otras identidades de género y por su reconocimiento social. El espectro se ha complejizado. La mujer lesbiana realiza una doble lucha: como identidad sexual y como identidad de género, a la vez que a esta doble lucha se le suma la lucha por la no violencia y la no discriminación.
En el fondo las luchas de todos los movimientos se efectivizan con el objetivo de apaciguar los tantos prejuicios de los cuales se hace uso para justificar las prácticas fanáticas. En última instancia, la lucha se ubica contra los fanatismos que son los que promueven los discursos “anti” o los discursos “fobígenos” en el seno de las sociedades.
Las homofobias y el antisemitismo, por ejemplo, tienen en común los reduccionismos extremistas y los prejuicios discriminatorios. Por eso conmemorar el Día Internacional de la Mujer, sin falsos elogios ni nuevas exclusiones, es destacar nuestra más profunda vocación por la tolerancia a las diferencias.
Tolerar y dialogar con las diferencias supone como primer paso el no negarlas y el no banalizarlas.
Para finalizar, me gustaría agregar que si, como dije al principio, el Día Internacional de la Mujer es un símbolo, entonces es también un día de reflexión. Me gustaría resaltar este punto a la hora de debatir si es o no plural la existencia de esta conmemoración. Pienso que es una oportunidad más de ejercer nuestra reflexión pluralista lo cual dista de estar en una posición feminista. Defender la vida real de las mujeres es una de las tantas maneras de cuestionar las persecuciones xenófobas y de considerar a la mujer como un “semejante” aunque distinto.
(1) Psicoanalista, Miembro Titular Didácta y Coordinadora de Secretaría Científica-Formación Permanente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Presidente de la Asociación Amigos Argentinos de la Universidad de Haifa, Directora de la Red de Mujeres Judías por la Participación y la Inclusión, autora de libros y artículos sobre antisemitismo, xenofobias, Shoá, diversidad sexual, banalización, fratricidios y crueldad.
E-mail: goldsteinmirta@gmail.com
(2) Steiner, George: Nostalgia del absoluto, Siruela, España, 2001.