TEL AVIV - Se autodenominan Haredim, que en hebreo significa “temerosos”. El temor, señalan, es a Dios, que, implacablemente, observa sus conductas. Sin embargo, ese sentimiento torna en muchos casos a temeridad, cuando de asuntos más mundanos se trata, y varios son capaces de desafiar hasta la misma ley israelí, cuando vislumbran que la misma loso aparta de sus dogmas religiosos.
Los ultraortodoxos representan sólo el 10 por ciento de la población israelí, pero su presencia e influencia supera con creces a ese guarismo. Sucede que el sistema de gobierno parlamentario en Israel requiere de todo tipo de alianzas para la conformación de sus gobiernos, por lo que un gran número de políticos laicos están dispuestos a brindar grandes concesiones con tal de conseguir su apoyo, lo que naturalmente repercute luego en sus políticas.
Esta influencia en el plano gubernamental, deriva también de su crecimiento numérico, ya que las familias ultraortodoxas tiene prohibido la utilización de métodos anticonceptivos, lo que implica además una creciente inserción en localidades ubicadas por fuera de las ciudades religiosas que tradicionalmente los albergaron.
Así, no es casual que el tradicional clima de tensión entre esta comunidad y la sociedad laica haya recrudecido en los últimos tiempos, e incluso llegado a ser el principal debate nacional en las últimas semanas.
El incidente que desencadenó las mutuas acusaciones, fue el protagonizado por Tanya Rosenblit, la joven israelí que a mediados de diciembre fue agredida verbalmente en Ashdod tras su negativa a sentarse en el sector trasero de un transporte público, frecuentemente utilizado por religiosos.
A fines de ese mes, la soldado Doron Matalon también fue insultada luego de negarse a desplazarse a la parte trasera de un ómnibus de Jerusalén, lo que en este caso provocó la detención de uno de los Haredi que la agredieron verbalmente. Pero el caso que sin dudas colmó el vaso para la sociedad secular, fue el de Naama Margolese, una niña de ocho años que en un informe televisivo afirmó tener miedo de ir hacia su escuela en la localidad de Beit Shemesh, cercana a Jerusalén, debido a que algunos Haredim la habían llamado “prostituta” y la habían escupido bajo el argumento de que viste “impúdicamente”.
Tras la televisación del caso, se realizó en dicha ciudad una numerosa manifestación contra la segregación de la mujer que realizan ciertos grupos ultraortodoxos e incluso el primer ministro Benjamin Netanyahu tuvo que intervenir advirtiendo que su gobierno perseguiría “a quien acose a la mujer en el espacio público", agregando que Israel era una “democracia liberal occidental” donde “el espacio público está abierto y libre para todos".
Pero con el comienzo del año nuevo gregoriano, un inesperado capítulo se agregaría a la saga: una manifestación de ultraortodoxos que incorporó la simbología de la segregación nazi para protestar por lo que denominan una discriminación por parte de la sociedad laica israelí.
La protesta fue realizada por cerca de mil Haredim a pocas horas del comienzo del nuevo año, en Kikar Hashabat (Plaza del Sábado) del barrio ultraortodoxo de Mea Shearim, en Jerusalén. En la misma se utilizaron, incluso por parte de niños, replicas de uniformes que vestían los judíos en los tiempos de los campos de concentración nazis, así como las estrellas amarillas con la palabra “Jude” que también estaban obligados a portar tanto en dichos campos como en los guetos. Uno de los organizadores de la protesta, el rabino Yitzhak Weiss, afirmó que el uso de a simbología nazi había sido intencional y que tenía el propósito de destacar que existía una campaña de los medios de comunicación seculares en contra de su comunidad.
"La idea era transmitir un mensaje claro y simple: que no será tolerada la incitación salvaje en contra de la comunidad ultra-ortodoxa" afirmó, al tiempo que comparó los mensajes de los medios de comunicación israelíes con los vertidos por los alemanes antes de la Segunda Guerra Mundial.
Similares conceptos tuvo Mordejai Hirsch, uno de los líderes de la comunidad ultraortodoxa y antisionista Neturei Karta, quién justifico la forma que tomó la protesta al afirmar que la misma "refleja la persecución de los sionistas hacia la población ultraortodoxa, lo que vemos como algo peor que lo que hicieron los nazis”, agregando que "los alemanes mataban al cuerpo, pero estas personas quieren matar el alma, el espíritu".
Como era de esperar, el domingo primero de enero amaneció con las más fuertes críticas por parte de todo el arco social y político israelí. Para el ministro de Defensa Ehud Barak, la protesta había sido "escandalosa y horrible" y señaló que la misma “había cruzado una línea roja”. La líder la de la oposición Tzipi Livni, también señaló que “hay líneas que no se deben cruzar" y que "ninguna protesta en el mundo puede justificar eso”.
También el Profesor Shevaj Weiss, quién presidió la Knesset, el parlamento israelí, y es además sobreviviente del Holocausto, hizo referencia a la forma de la protesta, afirmando que la demostración había sido “inconcebible, irracional, e inmoral”, al tiempo que señaló que “nunca he creído, sin importar de que conflicto estamos hablando, que íbamos a utilizar los símbolos de la tragedia del pueblo judío de una batalla interna”.
En su momento Netanyahu, -que para sostener su coalición de gobierno necesita el apoyo de los religiosos-, había pedido no generalizar, sosteniendo que la mayor parte de los ultraortodoxos "combinan su adhesión a la tradición judía con un total respeto por la ley", y coincidió con su ministro del Interior, el ortodoxo Eli Yishai al calificar como “marginales” a los ultra que provocaron los últimos altercados. Para Yishai “sólo una pequeña minoría de la comunidad Haredí estaba involucrada" en la polémica protesta, aunque no se privó de agregar que existía una ofensiva verbal contra este sector.
Pero, tal vez, la crítica que más haya dolido a quienes organizaron la marcha, fue la del rabino Ovadía Yosef, líder espiritual del partido ultraortodoxo Shas y conocido por sus posiciones extremas, -como afirmar que las víctimas del Holocausto eran la rencarnación de pecadores, o su deseo de que los palestinos desaparezcan de este mundo-, ya que también él se manifestó en contra de la demostración, al señalar que "hay ortodoxos que realizan cuestiones inapropiadas, a los que hay que apartar de nuestras filas", agregando que la protesta era como "una profanación de Dios" y que "el comportamiento de un puñado de personas que difunden el odio entre los Haredim y los no Haredim es un acto de blasfemia".
Sean grupos marginales o expresen la posición de su comunidad, sean estigmatizados por la prensa israelí o bien retratados en su verdadera dimensión, de lo que no hay dudas es de que su crecimiento amenaza con modificar el mapa de Israel, un país que en su corta historia tuvo mucho más que ver con las democracias liberales occidentales que con las teocracias como las que auspician aquellas personas movidas en función de dogmas religiosos. Según la Oficina Central de Estadísticas, durante los últimos cinco años se mantuvo en un 39 por ciento aquellos israelíes autodefinidos como observantes, pero descendió de un 44 a un 41 por ciento quienes se definían como judíos laicos, mientras que aumentó del 17 al 20 por ciento los autodefinidos como religiosos u ortodoxos. Entre los que se encuentran los temerosos de Dios, pero temerarios con el hombre.