El judaísmo ¿elección ética?

Posteado el Vie, 02/07/2010 - 15:37
Autor
José Chelquer
Fuente
Pensandonos.com.ar

 

La caracterización del judaísmo como elección ética resuena con frecuencia. Puede que se trate de la influencia de corrientes filosóficas en boga o (¿y?) de la necesidad de encontrar una forma de definir lo judío que permita a quien la use prescindir de aspectos que le resulten incómodos, impracticables o indeseables: la condición hereditaria, la pertenencia nacional, la práctica religiosa, la vida en comunidad, el cumplimiento de mitzvot, el estudio de las fuentes, el uso de una lengua propia o la participación en una cultura diferenciada.

Pero, ¿qué significaría que el judaísmo sea una elección ética? ¿Qué es una elección entre otras igualmente posibles? ¿Qué es una decisión puramente individual? ¿Qué es “bueno”, en algún sentido, ser judío y por tanto hay una motivación ética para querer serlo?

Esta forma de definir lo judío no sólo tiene defectos objetivos sino que (vaya paradoja) puede ser éticamente cuestionable. ¿Sería ético, acaso, suponer la superioridad del judaísmo?

La propuesta judía tiene un importante componente de valores, y es universalista sin ser universal. El judaísmo no pretende que toda la humanidad sea judía y no cree que quienes no lo son padezcan de un defecto moral por ello (que su alma no vaya a salvarse, por ejemplo). Para el sistema judío, los judíos cargan con más obligaciones que los no judíos, a quienes basta con cumplir unos pocos principios morales amplios (conocidos como las 7 leyes de los hijos de Noé).  Los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, son esencialmente iguales; lo que tienen los  judíos es una carga adicional que devendrían del pacto de su pueblo con el Creador; deben ser capaces de testimoniar pero no de convertir. Así, el judaísmo no se propone como una elección superior a otras. Lo que plantea el mito del pueblo elegido es que lo que hacen los judíos es aceptar una elección que no es suya, y que no les otorga beneficios extraordinarios sino responsabilidades y obligaciones.

Los así llamados “valores judíos” no son exclusivos. En todo caso, puede ser característica su particular combinación y ponderación: el acento puesto en la conducta y la acción por sobre el sentimiento y la creencia, el peso que se da a la ley y su obediencia, el mesianismo menos escatológico que histórico y social, el apego al estudio y la discusión, la ausencia de autoridades dogmáticas, el papel central de la libertad (anclado en el mito fundante de la liberación de la esclavitud)… Estos valores pueden ser motivo de satisfacción y orgullo, pero no es necesario ser judío para sostenerlos,

El judío puede elegir, por cierto, vivir su condición con compromiso ético. Es bueno que lo haga y no se limite al cumplimiento de preceptos rituales. Pero su condición no consiste en un compromiso ético, que bien puede tener cualquier ser humano por otras vías.

El judaísmo no es una mercancía en el mercado axiológico; no es barato ni caro, no compite por la simpatía de clientes que quieren elegir el camino del bien, y quienes lo practican no deberían “elegirlo” por comparación con otras opciones sino, en todo caso, aceptarlo, adoptarlo, resignificarlo,  y vivirlo con esfuerzo ético.

El judaísmo es, menos aún, una elección puramente individual. Si bien la decisión de aceptarlo y llenarlo de contenido puede ser individual, no lo es su origen, su praxis ni sus consecuencias, La judía es una condición que nos vincula con otros: habitualmente, con los padres de quienes se deriva, con los pares con quienes se ejerce, y con los hijos a quienes se transmite.

¿Puede faltar alguna de estas condiciones a un judío? Sí, claro. Se puede no tener padres judíos y aún así elegir ser judío, convirtiéndose. La conversión implica que alguna comunidad judía acepta al candidato en su seno: no es acto meramente individual (como el bautismo que simbólicamente representa la aceptación de Jesús, o la afirmación de que “Hay un solo Dios y Mahoma es su Profeta”, suficiente para convertirse en musulmán). La cuestión de quién puede reconocer a otro como judío y qué se le exige a cambio es, sin duda, espinosa –porque pone en juego cuestiones de poder-, y la situación actual está lejos de ser satisfactoria, pero el conflicto no se resuelve eliminando el papel de los otros y convirtiendo la conversión en una cuestión interior, individual e inapelable.

Es posible también verse privado de la posibilidad de vivir la condición de judío con otros por circunstancias de fuerza mayor, pero debería hacerse un esfuerzo por superar el aislamiento; salvando distancias, es como sostener convicciones políticas en soledad: es estéril y se debe hacer lo posible por superarlo, aunque –claro está- el camino tampoco sea la adhesión acrítica a lo que hay.

Finalmente, puede que no se tenga hijos a quienes transmitir el propio judaísmo o puede que se lo intente sin éxito. No es lo mismo, en cambio, que no se lo intente o que se crea que no se tiene ningún papel que jugar al respecto. En este caso se estaría cometiendo un serio error, sea por creer que lo único que cuenta son la propias convicciones y conductas (excluyendo de éstas, justamente, la transmisión) o por creer que los hijos, como seres individuales, deben hacer una elección personal partiendo de cero.
 

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