Una falacia es un argumento falso pero aparentemente verdadero. Algunas falacias resultan evidentes no tanto porque se note el truco como porque la conclusión a la que llegan es manifiestamente falsa. Por ejemplo, pretender deducir de “no todas las palomas son grises” (de lo cual tenemos evidencia) que “todas las palomas son blancas (o al menos no son grises)” es una falacia que se vuelve evidente porque sabemos que, efectivamente, hay palomas grises[i]. Este tipo de pseudo-razonamientos pueden pasar –y pasan- desapercibidos en otros casos, y son usados bastante impunemente.
“Criticar a Israel no es sinónimo de antisemitismo”. Se trata de una afirmación bastante obvia: buena parte de los israelíes, por ejemplo, tienen críticas para su Estado (como cualquier ciudadano, por otra parte) sin que sean antisemitas. Las frases cuya verdad es manifiesta no aportan información alguna: nadie recibiría un premio Nobel por afirmar que la banana no tiene carozo. ¿Por qué se emite ésta, entonces, como si fuese reveladora? Su valor legítimo consistiría en desarmar una descalificación a priori de las críticas; esto es, desenmascarar la (otra) falacia de que si el antisemitismo puede conducir a criticar a Israel, entonces todas las críticas a Israel son antisemitas. Sin embargo, el valor práctico de la frase que encabeza este párrafo–y de ahí su difusión- consiste, justamente, en descalificar, a priori, a quienes discuten la superficialidad, inequidad o intención tergiversadora de algunos argumentos furibundamente antiisraelíes. Cuando se la utiliza, se hace como si permitiera deducir que “las críticas a Israel no son antisemitas”, lo que pasa más inadvertido que aquello de que “las palomas no son grises” aunque el “razonamiento” sea lógicamente idéntico y falaz.
La cuestión no es si la crítica a Israel y el antisemitismo son sinónimos o no, sino en qué medida una porción importante de esa crítica esta nutrida por una motivación antisemita no declarada y eventualmente vergonzante, y en qué medida los mecanismos puestos en juego en estas críticas son semejantes a –y falaces como- los antisemitas.
La posible motivación antisemita podría parecer irrelevante: después de todo, lo que debería contar son los “argumentos objetivos” y no las ideas o intenciones del emisor. Pero aquí también hay una trampa. Imaginemos, por ejemplo, un titular que afirmase, por ejemplo, “el judío Einstein sentó las bases teóricas para el desarrollo de las peores armas de destrucción masiva”. ¿Hay algo falso en el enunciado? Nada. Einstein era judío y planteó la posible conversión de masa en energía que es lo que explica el poder letal de las armas atómicas. Esta frase, inclusive, bien podría ser dicha como reflexión por parte de un judío que quiere señalar que su condición no lo pone a salvo de los efectos ulteriores de sus actos. Pero también podemos imaginar otras intenciones y contextos, ¿verdad? ¿Habría que dejar pasar semejante título sin reacción?
La desproporción entre las críticas a Israel y la indiferencia ante verdaderas catástrofes humanitarias y actos de barbarie (¿hay que enumerarlos aquí?) debería ser un indicio suficiente para atribuir motivaciones non-sanctas a muchas críticas feroces.
En cuanto a los mecanismos puestos en juego, caben pocas dudas: condena del sujeto más que de sus conductas, atribución exagerada de poder, demonización, medias verdades presentadas como absolutos, generalización a partir de casos particulares y falta de ponderación de contraejemplos, apelación a identificaciones con figuras consensualmente condenadas.
Aquí también funcionan las falacias a toda máquina. Por ejemplo: “los israelíes construyen un cerco alrededor de Gaza; los nazis construían cercos alrededor de los campos de exterminio; luego…” ¿cuál es la conclusión? ¿Que los israelíes se proponen exterminar a la población de Gaza? Hay quien lo concluye explícitamente y quien deja que la falacia termine de construirse en la mente del lector. El efecto es el mismo: la asociación busca esa conclusión.
Que los mecanismos del antiisraelismo sean similares a los del antisemitismo clásico no es ni una casualidad ni un aspecto secundario. Supongamos que las críticas antiisraelíes fuesen del mismo tipo que las antisemitas pero no tuvieran por objeto a todos los judíos sino sólo a Israel y a los judíos que la apoyan; ¿eso las haría menos graves? ¿Por qué? ¿Porque darían a los judíos no sionistas la posibilidad de zafarse de la condena?
Las “palomas no grises” abundan también en la discusión judía interna. Así, de un (opinable pero aceptable y cierto para muchos de nosotros) “los judíos no tienen por qué concentrarse en Israel; la diáspora es un componente importante del judaísmo” se pasa a la descalificación del componente nacional de la condición judía y del papel de Israel en ella, y de cuestionar –sensatamente- la idolatrización del Estado de Israel (porque está mal pensar que “el Estado lo es Todo”) a su negación (“el Estado no es Nada”).
Convertir la inexistencia de una relación necesaria (no es cierto que todas las palomas sean grises) en la necesaria inexistencia de una relación (las palomas no son grises) sería un suicidio para la ciencia. Pero tampoco exageremos: no todos los que argumentan falazmente tienen mala intención. Además de otras causas, algunos son, sencillamente, ignorantes…
[i] La conclusión válida sería: “algunas palomas no son grises”