A medida que pasan los años, van muriendo aquellas personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial y en algunas décadas ya no quedará ninguno. Después de que muera el último, la historia quedará librada a imágenes y testimonios escritos que no tendrán como correlato a testigos vivos. El paso del tiempo tiene como efecto la pérdida de vividez de la historia y su conversión en algo crecientemente abstracto. De allí la importancia de contar con testimonios en primera persona de quienes tuvieron la experiencia de lo ocurrido, cosa que se propuso el proyecto Remembering World War II: First Person Accounts, cuyos videos pueden descargarse gratuitamente en iTunes. Algunos minutos de un relato directo en video pueden ser más reveladores que varios manuales de estudio. Uno de los relatos, de entre más de 30, es el de Bruno Bienenfeld, quien cuenta su experiencia de niño en el campo de concentración de Jasenovic, Croacia, en 1943. Su testimonio condensa en tres minutos y cuarenta segundos todo aquello de lo que es capaz el hombre: la crueldad extrema, el amor extremo.
Bruno llegó en tren al campo, ante los ladridos de los perros y las metralletas alemanas. Uno de los perros, que no ladraba, le evocaba a los que él había dejado atrás. Desembarcó junto a sus abuelos a quienes luego de la separación inicial nunca más vio. Y fue encerrado junto a su madre y padre en una barraca rodeada de alambres de púa, en un sitio que fue catalogado alguna vez como el epítome del horror. Todos los días recibían una sola comida, consistente primariamente en un pedazo de pan. A cierta altura, Bruno le preguntó a su madre si quedaba pan, porque tenía hambre. Bruno evoca la pena en los ojos de su madre cuando le contestaba: "No hoy, tal vez mañana". Una noche, luego del rezo habitual, su madre le pidió que buscara debajo de su almohada de paja, y ante su sorpresa, encontró un segundo pedazo de pan. Cuando Bruno le preguntó cómo había llegado allí ese pan, ella le contestó: "Fue un ángel, contestando a tu rezo". "¿Hay ángeles judíos?" preguntó Bruno. "Hay ángeles para todas las personas en la Tierra", le dijo ella.
El tiempo pasó y Bruno notó que era el único en el campo que obtenía dos pedazos de pan diarios. Mientras tanto, su madre se debilitaba día tras día, hasta que, luego de dos meses, murió. Esa misma noche, luego de rezar, Bruno buscó su pan, como siempre, pero ya no estaba. Entonces le dijo a su padre: "El ángel no puso el pan bajo mi almohada hoy." Su padre lo abrazó y le dijo: "Sí, lo sé. Es que estaba demasiado ocupado llevando a tu madre al cielo". Bruno Bienenfeld vive ahora en algún lugar de los Estados Unidos. Alguien le escribió, buscándolo en una dirección encontrada por Internet, diciéndole que no podía ver ese testimonio sin conmoverse una y otra vez. A lo que, luego de unos días, el Bruno de hoy, el Bruno de ayer, el que no estará mañana, respondió: "Sí, soy yo. También lloro, a pesar de que han pasado 67 años. La extraño mucho". Hay zonas en las que el tiempo no pasa. Coinciden a veces con las que la historia no debe dejar pasar.