Puede ser que todo el judaismo esté encerrado en los libros:
La Torá, el Talmud, la Mishná. Que reemplazaron al territorio perdido durante dos mil años, así como los 613 preceptos fueron las fronteras que demarcaron ese singular país sin tierra.
Pero para ser amplio y ecuánime también habría que agregar los libros de los pensadores: Maimónides, Spinoza, Buber, Yehuda Halevi, Marx, Freud.
Y los de los relatores: Basevich Singer, Efraín Kishón, Amoz Oz, Saul Bellow, Jakob Wasserman.
A los de los teatristas Germán Rozenmacher, Abraham Goldfaden, Jorge Goldemberg, Shlomo Ansky.
Y los de los periodistas como Botaschansky, Timerman, mi propio abuelo León Aarón Schussheim.
Y a los editores y libreros judios, como Boris Spivacow, Tito Yánover o Daniel Divinsky.
Y porqué no los libros de la cocina judia, como el de Claudia Roden, que contiene tanta sabiduría judía como el Talmud.
El libro es una constante en la historia de los judios.
Pero decir que los libros sólo encierran al judaismo es un error.
Los libros tambien liberan al judaismo de sus actitudes sectarias y nos hacen pensar.
Los libros religiosos tienen su contraparte liberadora en los libros laicos y viceversa.
Los libros judios son un umbral. Y podemos elegir libremente de que lado de ese umbral abriremos la puerta hacia la comprensión de eso tan complicado e inexplicable que es el judaismo.
Los libros se equilibran mutuamente, así como los judíos religiosos y laicos nos hemos equilibrado a través de la historia. Y pienso que eso también es el judaismo: un delicado equilibrio de creencias.
