Mientras en otros continentes diciembre marca la mitad del año laboral, para los argentinos, el fin de año es cuando se hacen necesarias la celebración, el descanso y la distracción. El país se puebla con calor y se cubre con color. Es entonces que cada uno necesita desenchufarse de tareas a veces alienantes, y disfrutar con los seres a los que ama, y con quienes hacemos todo el esfuerzo de remar contra las adversidades de la cotidianeidad. Es ahí donde las tradiciones religiosas se tornan significativas. Navidad para los cristianos, Januká para los judíos.
En la tradición hebrea, Januká aparece en el mismo diciembre —mes de Kislev en el calendario judío— como un páramo que intenta iluminar la vida, que es lo más bello que poseemos.
¿Qué se festeja en Januká? En el siglo II a.e.c., la tierra de Israel era una provincia del imperio griego, dividida y gobernada por los sucesores de Alejandro Magno. Fue en ese mismo momento que el emperador de turno decidió unificar a los súbditos de las distintas provincias mediante la prohibición de religiones locales y la obligación de adorar a los dioses griegos. Mientras la mayoría de los pueblos se sometieron al edicto, solo resistieron los judíos, librando una eficaz guerra hasta que los conquistadores cedieron, otorgándoles la libertad religiosa. El Sagrado Templo de Jerusalén, que se había convertido en un santuario griego, fue consagrado nuevamente a los oficios judíos encendiéndose dentro de ella una llama permanente.
La festividad de Januká dura ocho días y su símbolo esencial es la luz, a través del encendido individual, en cada hogar judío, de luminarias en un candelabro de 8 brazos llamado "Janukiá". La ley judía enuncia que "luz, individuo y familia" es todo lo requerido para la celebración.
A simple vista, la observancia de Januká contempla dos niveles diferentes y aparentemente contradictorios: lo individual y lo familiar. Por eso la tradición enseña que cada individuo debe ser el producto de la familiaridad, lo que de manera profunda significa que no somos, si no representamos a nuestra familia. La familia no es sólo el conjunto de individualidades que comparten un mismo techo, sino una búsqueda del compartir aquello que tierna y únicamente puede madurar con el otro alrededor del amor. Si nuestro entorno se caracteriza por la frialdad y el egoísmo, vamos a ser la representación de ello. Pero creemos que la familia es todo lo opuesto: calidez y belleza sublime que brinda la luz.
En este sentido es tan significativa esta festividad, que la ley judía no requiere celebrarla con comidas fastuosas, ni grandes festejos. Todo lo que nos pide es que, cada noche, al regreso de la tarea cotidiana, nos reunamos con los seres que amamos, encendamos las luminarias y entonemos melodías. Luz y melodía son símbolos del espíritu y de la energía que puede emanar del entorno que nosotros mismos debemos iluminar. Quiera Dios, en un mundo tan oscuro, que en este diciembre-dhu al hiyyah-kislev todos los argentinos podamos encontrar luz de diálogo, de comprensión y de amor.
Daniel Goldman
Rabino de la Comunidad Bet-El