Es preocupante, que la prensa no pueda publicar ciertos asuntos. Es entendible, sin embargo – y quien no lo entienda, tiene un problema de comprensión básica acerca de la realidad política y geográfica de Israel – que el único Estado Judío del mundo, no pueda darse el lujo de "revelar" ciertos secretos.
Desde su creación en 1948 como estado independiente, ante la ONU, ha habido – y aun los hay hoy – quienes no están de acuerdo con la existencia de un país democrático erigido, construido y regido por judíos. Muchos de ellos viven dentro de los límites que preferirían no reconocer, o que quisieran cambiar.
¿Cómo puede hacer un país democrático para convencer a todos sus ciudadanos de que "a la patria hay que defenderla"?
El problema se divide en tres:
El 10 del corriente se aprobó para su publicación una noticia censurada sobre la encarcelación de dos activistas del sector árabe-israelí, el escritor y dirigente social Amir Makhoul, y el activista del partido árabe Balad, Omar Said. Ambos se encuentran detenidos, acusados de espionaje y contacto con agentes extranjeros.
Makhoul lidera la organización que agrupa a las asociaciones comunitarias árabes en Israel, Ittijah, y también es jefe de la subdelegación de los comités para la defensa de las libertades políticas del Comité Árabe Superior de Seguimiento. Es un conocido activista dentro de la comunidad árabe y en reiteradas ocasiones se ha expresado en contra del gobierno, y de las políticas israelíes en general.
Todas estas son, desde ya, actividades realizadas enteramente dentro del marco de la libertad de expresión y libre albedrío de los cuales, suponemos, no gozaría en Irán o en alguno de nuestros países vecinos.
Pero, como dice la vieja frase, "la libertad de uno termina donde comienza la del otro". Si considerara Israel que las actividades de uno de sus ciudadanos ponen en peligro la seguridad del Estado, es decir, atentan contra el mismísimo concepto que le permite a tal individuo el expresarse en su contra, ¿no tiene el derecho de hacer algo al respecto? ¿No tiene el deber de hacer algo al respecto?
Esta es tan solo la punta del iceberg de un problema que se esconde – a veces no tanto - bajo la superficie, el problema de un país en donde mandan las divisiones étnicas. El problema de un país en el cual muchos integrantes del sector árabe, casi un cuarto de la población, no reconoce a Israel como su país.
Aproximadamente un mes atrás, la prensa israelí daba primeras planas a otro asunto de seguridad nacional. Nuevamente un asunto censurado, en este caso se trató de una ciudadana judía acusada de "espionaje grave", era permitido para su publicación.
Anat Kam, ex colaboradora del portal de internet Walla, proveyó a un periodista del periódico Haaretz con copias de documentos clasificados pertenecientes al Ejército, que obtuvo de manera ilegal mientras prestaba el servicio militar en la oficina del jefe del Comando Central.
El caso, de gran revuelo mediático fuera de los limites de Israel, puso en el ojo del huracán internacional el tema de la libertad de prensa y el respeto de los derechos humanos por parte de las autoridades israelíes. A ese respecto, cabe hacerse la pregunta: en un mundo globalizado como el de hoy, donde todo se encuentra a la distancia de tan solo un "click-" del mouse - ¿sirve de algo censurar la publicación de un daño que ya fue realizado?
A veces el Estado pareciera, también, atentar contra la democracia que tanto sudó para poder avanzar, a pesar de muchos, y por la que tanto lucha, haciendo bandera de ser la única verdadera democracia de Oriente Medio.
Esta es la segunda parte del problema: dejando de lado aquello que Kam "descubrió", el caso es índice de que hay otro sector de la población, un sector judío-laico (acaso un porcentaje muy alto de la juventud israelí), que sí reconoce a Israel como su país, pero que no esta de acuerdo con sus políticas. Y lo más alarmante del asunto, es que esa porción de la ciudadanía no comprende el grado de gravedad que algunos actos pueden tener; la grave injerencia que puede acarrear, por ejemplo, el poner sobre la cornisa la integridad de los organismos de Defensa israelíes.
Nos es fácil juzgar a Anat Kam y acusarla de "traición a la patria", sin saber en verdad qué encontró, pero hay que entender que el núcleo de esta cuestión pasa por un juicio interno: la lealtad a la nación o la lealtad a la moral propia.
La tercer parte del problema, es de todos, pero de unos pocos para decidir. ¿Qué hacemos entonces? ¿Qué hace Israel en estos casos? Si defender la libertad del país y la integridad de sus Fuerzas de Defensa requiere de un acto antidemocrático: ¿Dónde comienza y dónde termina la libertad de Israel?
¿Quién defiende a Israel, de Israel?