Pesaj llega en momentos convulsionados. Es que en esta época moderna los conflictos se hacen más gráficos, podemos verlos instantáneamente, sentirlos, palparlos; la televisión nos los ofrece en toda su crudeza y dimensión; son más personales que nunca.
Como siempre, cuando un conflicto de esta naturaleza empeora, se agudizan nuestras diferencias; y mientras en Gaza o Hebrón, en Jerusalén o Sderot la sangre se derrama, tan roja y tan densa como siempre, tan igual la de unos como la de otros, algunos utilizan el tiempo denunciándola como ilegal, opresiva e injusta y otros la apoyan con igual vehemencia, armados de múltiples razones justificantes.
Todos, independientemente del lado en que las percepciones nos situen, y a pesar del dolor, deberíamos concienciar la realidad de estos momentos mediante la debida reflexión y no permitir que la exasperación y los impulsos nos nublen el entendimiento.
En toda tragedia hay lecciones que captar y reflexionar; todo conflicto es trágico, es derrame de sangre y de lágrimas, es drama de deshumanización, es odio, es venganza, es la antítesis de la civilización.
Aquéllos que se someten a analizar y a planificar deberían, aunque sólo sea por unos instantes, tratar de sentirse personalmente en medio de ese caos, oir mentalmente el estallido de las explosiones, ver saltar cuerpos en pedazos, oler y sentir la sangre de los caídos gritándoles el dolor de sus heridas, de los mil sueňos no culminados, de los hijos huérfanos y de los que ya no han de nacer; el dolor de las madres, de las viudas, de los amigos.
Son momentos de sentir dolor, vergüenza y compasión por los caídos y por nosotros mismos, pues los conflictos se muestran tanto en el frente como en la retaguardia, porque el dolor de los mutilados debe ser el propio, porque cada uno de los nuevos inválidos es el reflejo de los anteriores.
Nos podrán separar visiones e ideologías, mas lo que debe ser común es la total repulsión por esta situación prolongada; es imperativo, aunque sea paradójico, concienciar la propia humanidad a través de la trágica realidad de la misma, dar más valor a la compasión y a la comprensión que deben regir las relaciones humanas y hacer todo lo posible por promoverlas. Esa será la más tangible victoria que, conseguida a veces con igual o más daňo del vencedor que del vencido, se podrá extraer.
Sólo así garantizaremos colectivamente la esperanza de un mejor maňana donde el hombre sea hermano del hombre y no su opresor, su verdugo o su víctima.
La paz no se puede alcanzar si no existen los sueňos, las utopías de convertirnos en seres cada vez mejores en calidad humana, en calidad de vida para compartir y de vida para recibir, en calidad de servicio hacia la sociedad de la cual formamos parte para que ésta sea mejor y podamos disfrutarla.
Por eso en tiempos de conflicto, mientras los fusiles siguen disparando y las musas callan, hay que dejar espacio para soňar.
Por eso esta noche debe ser diferente de todas las noches.
¡Jag Sameaj!