Por Guido Maisuls
Ser un judío hoy no es una tarea para nada fácil pues no es producto de haberlo estudiado en alguna universidad cara y prestigiosa ni de haber leído algún promocionado y erudito manual de procedimientos tampoco es producto de haber adherido a alguna moda extravagante traída de París o a alguna extraña filosofía importada de algún país remoto y exótico.
¿Qué es ser un judío? Es algo que se lleva dentro pero, ¿Es formar parte de una raza?, ¿Es tener una nacionalidad determinada?, ¿Es una religión?
Si fuera una raza no tendría sentido la conversión, no existirían judíos negros, morenos, amarillos y blancos. Entonces no es una raza.
Si fuera una nacionalidad, alguien que nació fuera de Israel o que posee otra ciudadanía no es judío pero todos conocemos judíos franceses, judíos canadienses, judíos rusos, judíos argentinos, judíos uruguayos. Entonces no es una nacionalidad.
Si fuera sólo una religión, los judíos no religiosos no serían judíos y esto no es así. Entonces no es sólo una religión.
¿Entonces qué es ser un judío?
Creo que ser un judío hoy, es una opción de vida, es ser un irremediable rebelde que nada eternamente contra la corriente del conformismo, de la mediocridad, de la corrupción y de la maldad de los hombres.
Es oponerse activamente a las injusticias que percibimos en nuestra rutina cotidiana, es trabajar incansablemente desde nuestras imperfecciones y debilidades para ser una luz entre las naciones, es atreverse desde nuestros humildes lugares a hacer de este mundo un lugar realmente digno de ser vivido.
Comencé a tener plena conciencia de mi judaísmo cuando desde mi más temprana y tierna infancia escuchaba de mis queridos abuelos hablarme en yidish para halagarme con un dulce “a scheine inguele” (un lindo muchachito).
Hoy me siento orgullo de ser un judío, de pertenecer al ancestral pueblo judío y de ser por mi propia elección parte de ese pueblo judío.
Opino como Jean-Paul Sartre que el judío auténtico se auto elije a sí mismo judío y no se identifica en la caricatura grotesca que el antisemita pretende mostrarle ya que no se avergüenza ni tiene motivo alguno para avergonzarse de su propia esencia.
Soy judío porque nací en un hogar judío mientras un tango de aquellos me acunaba con “adiós muchachos” y “yira yira” cuando mi padre cada noche escuchaba a Marianito Mores y a Julio Sosa en aquella vieja radio gris.
Crecí en un hogar donde se encontraban las melodías del arrabal y “la comparsita” con el “a visale mazl” y el dulce idish que brotaban de las bocas de mis queridos abuelos rusos ashkenazis.
Compartí una mesa donde se amalgamaban el vino tinto con los vareniques, el mate amargo con el leicaj de miel y además el tierno churrasquito con los knishes mágicos de mi idishe mame.
Aprendí de mis mayores que en la vida hay que ser un hombre derecho y valiente, que hay que ponerle el pecho a la vida pero también hay que estudiar una carrera, aprender un oficio y ser un idishe mench.
Jugué al “fulbo” en un potrero, a la “payanca” en la vereda y al dreidl en el shule. Leí “Billiken”, “Corto Maltes” y “Rico Tipo” junto a las Historias de mi Pueblo y “El Estado Judío” de Teodoro Herzl.
Festejé con sidra y pan dulce el Año Nuevo, con asado y empanadas los 25 de Mayo pero en Rosh Hashana era manzana y miel y en Pesaj el vishnik de mi bobe Sara y su exquisito guefilte fish.
Me emocionaba la marchita de San Lorenzo los 9 de julio y el HaTikva me hacia lagrimear en los Iom Hatzmaut y se me confundían los alegres Purim con ese loco y fascinante Carnaval.
Me despertaba mucha pasión mi equipo de Boca Juniors, la cupe Ford de Juancito Gálvez y la voz de oro del morocho Gardel pero también los jalutzim de lejanos kibutzim y el glorioso ejercito de defensa de Eretz Israel.
Se mezclaban en mi fantasía las imágenes de los gauchos del Martín Fierro, los malevos del noveciento y los rebes, cuenteniks y linyeras de las historias encantadas de la lejana Rusia que me contaba mi abuelo José.
Me decía mi inolvidable abuela Sara: “puedes estudiar, trabajar, viajar, amar, vivir y soñar, puedes hacer todo lo que desees y lo que sientas pero al final deberás ser una persona, un ser humano íntegro y derecho”.
Pero realmente: ¿Qué llegué a ser? ¿Quién soy?
A veces soy como ese pueblo errante que ha sido obligado a dispersarse, a vagar interminablemente por todos los confines del orbe, rechazado y humillado, sin derechos a retornar a su mundo.
Algunas veces me siento como Teseo, quien en su desafío de vencer al Minotauro y salir ileso del peligro solo contaba con la ayuda del ovillo de hilo de su amada Ariadna para hallar el camino de salida del sombrío Laberinto.
Otras veces soy como Ajashverus, el eterno judío errante, que solo desea poder descansar algún día en su Tierra Prometida tan distante.
Otras como el legendario patriarca Jacob, a quien sus hijos llevaron de muy anciano a Egipto para después retornar con el próximo éxodo a su amada Tierra.
Pero también soy un sueño, soy un azar, soy un destino, cuando no se hacía adonde ir y me encuentro perdido, temo no poder encontrar mi verdadero camino.
Hoy ya sé quién soy y el saberlo me hace sentir feliz y orgulloso, soy lo que siempre pretendí ser e indudablemente fui capaz de lograr.
Ser como tú, como él y como todos.
Ser simplemente un ser humano.
Dr. Guido Maisuls
Periodismo de opinión e información