Editor de libros, socio y asesor de Jacobo Timerman en sus proyectos periodísticos, y escritor aficionado, Abrasha Rotenberg diálogo con Plural JAI | Judaísmo Amplio Innovador sobre su particular experiencia de vida y su visión del judaísmo.
Posiblemente, Abrasha Rotenberg pueda afirmar que su morada no tuvo un país, sino un tiempo: el siglo veinte. Y es que su vida podría sintetizar gran parte de la historia de esa terrible y fascinante época de la humanidad, aún cuando hoy se lo confunda entre los muchos adultos mayores que llenan las calles y las plazas del barrio porteño de Palermo. Nació en 1926 y pasó su infancia en un shtetl –aldea judía- de Ucrania, para luego trasladarse a Magnitogorsk, una ciudad industrial de los Urales, y luego a la Moscú del gobierno soviético de Stalin. Llegó a la Argentina en 1933, por lo que su adolescencia coincidió con el ascenso del peronismo y la fundación del Estado de Israel, país este último en el que residió como estudiante de economía en la Universidad de Jerusalén, poco tiempo después de su creación, para tener la oportunidad de vivenciar en sus primero tiempos. De regreso en la Argentina, contrajo matrimonio con la cantante Dina Rot, -con quien tuvo dos hijos, la actriz Cecilia Roth y el músico Ariel Rot-, y se convirtió en el asesor y socio de Jacobo Timerman para desarrollar algunos de los proyectos editoriales más polémicos e innovadores del periodismo argentino, -Las revistas Primera Plana y Confirmado, y el diario La Opinión, del cual fue director durante un período-, lo cual le valió numerosas amenazas que determinaron su exilio a España. En ese país, donde fundó una editorial, fue también un testigo privilegiado de la caída del franquismo y del “destape” democrático.
Con tanto derrotero a cuestas, Abrasha tiene la capacidad de contrastar culturas y políticas, y es por eso que señala a Plural JAI | Judaísmo Amplio e Innovador, quien lo entrevistó en su casa de Palermo, que si tendría que elegir momentos “La España de Felipe sería uno de ellos, ya que fue una experiencia muy enriquecedora, muy llena de magia en algunos momentos, ya que había pasión por la política y por el cambio. En la Argentina, rescato que durante el gobierno de Arturo Frondizi también hubo un plan y un proyecto, con el que se pudo estar de acuerdo o no, pero aquellos que no lo estuvieron, lo eliminaron sin reemplazarlo por otro. Personalmente creo que ese plan habría cambiado la estructura del país, lo cual pienso que no hizo el peronismo, ya que en sus primeras presidencias, en vez de desarrollar una industria de base, dilapidó los recursos, y en la tercera vino acompañado con dos o tres personajes siniestros que contradecían lo que supuestamente se proponía”.
¿Rescataría entonces la experiencia española con la más interesante de su vida?
Interesante es una palabra compleja, pero tengo recuerdos maravillosos de España, de haber sido testigo y levemente participe en la transformación de la España franquista a la España moderna democrática, y recuerdo que el fervor de aquellos días fue magnífico. También son gratos los de mi infancia en la Unión Soviética, porque la pobreza era vista como algo normal, con lo que no se padecía tanto. Pero si tuviera que elegir un momento, diría que la celebración, acá en la Argentina, del nacimiento del Estado de Israel, fue, como diría Stefan Zweig, uno de los momentos estelares de la humanidad.
Usted plantea que los exilios pueden ser vistos también como positivos…
Efectivamente, creo que si uno es inteligente, pueden llegar a ser una suerte dentro de la desgracia. El exilio es desarraigo, destierro, vivir fuera de tu tierra, y yo desde que nací viví en el exilio, ya que los tres años tuve que partir de mi aldea natal, luego a la Argentina, y luego a España. Pero si uno logra transformar las lágrimas, y suma esos nuevos sitios como aprendizaje, como una nueva sensibilidad, como un nuevo enfoque de la realidad, pienso que mirando hacia atrás, y más allá de los primeros tiempos, donde no se tiene el idioma, ni los hábitos, ni la concepción de ese mundo, el exilio, dentro del dolor, puede ser positivo. Y de hecho yo reprocho a gente amiga que ha viajado por el mundo con una visión de turista, sin tener la visión que más nos acerca a ese mundo, que es la de residente. Podría decir incluso que hoy, luego de 34 años de ausencia en el país, veo muchos códigos que se han modificado, y personalidades que ni siquiera se quienes son. Incluso los hábitos cotidianos han cambiado mucho, así que en cierta forma estoy de vuelta en un exilio.
Ya no habría forma de que no lo esté…
Es posible, yo sostengo que me siento una suma de culturas pero, esencialmente, me siento un judío argentino, si es que eso se puede definir, porque tampoco creo en el judaísmo, sino en los judaísmos, ya que considero que existen muchas formas de ser judío. La principal, considerarse judío, y luego, puede ser lo mínimo, como la nostalgia gastronómica, o bien una formación sólida sobre nuestra historia y nuestras raíces. O ser un practicante, o un ateo, como yo, que soy un ateo judío, lo cual muchos no entienden, pero lo cierto es que hay muchos tipos de ateísmo, y el ateo judío es uno de ellos, y por allí pasa mi identidad. Diría además que en esta época de mi vida, a los 84 años, creo más en el Carpe Diem, en el vive el día, y me siento feliz solo por poder estar conversando, acá, de estos temas que tanto me interesan.
En relación a lo que expresó, ¿Cree que para un judío podría ser más atractivo vivir en la diáspora que en Israel?
Depende del enfoque de cada uno, aunque Israel es todavía un país de exiliados, y van a pasar varias generaciones para que conozcamos al tipo israelí. Pero en la diáspora se está dando un fenómeno que a mí me interesa mucho, que es la integración del judío a la vida del lugar en que reside, sin perder alguno de los rasgo de su propio judaísmo. Es muy interesante que en esta tercer o cuarta generación, existe una integración más intensa de los judíos como tales en la vida argentina, cuando antes era un mérito de pocos destacarse en la vida política y cultural manteniendo el judaísmo. Estaban los casos de Alberto Gerchunoff, que llega en 1887 y ya en 1910, hablando idish, escribe “Los gauchos judíos” y de Enrique Dickman, el líder socialista que aún sin divulgarlo se sentía muy judío, y era incluso acusado por la derecha reaccionaria a raíz de su condición. Pero ese fenómeno, antes aislado, hoy está muy superado, ya que los judíos están muy metidos en política como tales, incluso al punto de que un rabino se define a sí mismo como rabino y argentino en un partido político, lo cual es muy auspicioso, más allá de que yo no elegiría a ese partido. También en el gobierno nacional hay muchos judíos que juegan un rol muy importante, sin renunciar a su judaísmo. Y esto es posible porque el judaísmo tiene como rasgo una gran capacidad de mutación, lo cual me gusta mucho.
¿Qué otros cambios observa en la vida comunitaria?
Veo una comunidad que tiempo atrás parecía homogeneizada en una clase media baja, y hoy está mucho más diversificada en el plano económico. Recuerdo que de jóvenes leíamos, en los años 40 “Judíos sin dinero” del autor norteamericano Michael Gold y nos parecía raro eso fenómeno, que hoy podemos ver aquí. También noto el avance de los religiosos, que no existían en la forma en que existen hoy en día, como un poder que ya no es solo espiritual sino económico, y muy fuerte. Y me duele que prácticamente haya desparecido el idish, aunque es absolutamente lógico, porque es un fenómeno que se da en todas lados, y justamente acaba de fallecer mi gran amigo Eliahu Toker, un hombre que supo trasvasar el idioma idish para las nuevas generaciones y hacer conocer las producciones literarias de los primeros escritores residentes en la Argentina. Y paralelamente veo el afianzamiento del hebreo como una forma de conexión con un pasado, -aunque se habló más en arameo que en ese idioma-, cuyas raíces verdaderas están en hebreo.
¿En relación a lo institucional, que avances y retrocesos observa?
Lo que siento, aunque tal vez sea solo una percepción y no una realidad, es que los dirigentes no están a la altura de la evolución de la comunidad, o por lo menos no la expresan. Creo que la mentalidad guéttica aún persiste, en lugar de reemplazarla por una mentalidad integradora, que es el cuidado, el respeto, el uso, la adhesión o el sentimiento a una pertenencia que no tiene porque ser excluyente, ya que es de hecho una de las tantas formas de ser argentino. En mi opinión, no hay que tener miedo de ser distinto del otro, pero tampoco de que el otro modifique tu vida, porque de todas formas nunca vas a ser el judío que fue tu padre o tu abuelo, y eso es también la posibilidad de enriquecerse y enriquecer al otro con lo que uno es y con lo que es el otro. Pero de todas formas, menciono como novedad la apertura de algunas áreas de la AMIA, como su bolsa de trabajo que ayuda a miles de no judíos. Eso es una idea muy positiva, y está en el sentido de lo que creo que se debería hacer desde las instituciones judías.
Siendo también un continuo observador de la política y sociedad israelí, ¿Qué cambios advierte en ese país?
Así es, estuve justamente en Israel hace menos de un mes, y sigo viendo el continuo crecimiento que experimenta. Pero también observo que a esta altura, quedó claro que el ideal de un Estado judío nuevo para un judío nuevo es absolutamente falso, y la realidad lo ha demostrado. Es un Estado en primer lugar muy fragmentado ideológicamente, cuyas leyes electorales no ayudan, ya que con el objetivo de reflejar una democracia absoluta, su sistema político hace que el menor determine el rumbo de la mayoría, pues un diputado puede definir el gobierno. Los enfrentamientos internos también son muy violentos, y siendo yo muy anticlerical, observo el riesgo de que Israel se convierta en un Estado teocrático. Esa fragmentación me asusta mucho, aunque ya en los años cincuenta se escuchaba en los cafés a los israelíes decir “no me hinchen con el sionismo”, porque los inmigrantes tenían más privilegios que los que vivían allí. Creo que de hecho existen enormes contradicciones en la sociedad israelí, que tiene por un lado un nivel de investigación, desarrollo y conexión de sus universidades con la realidad y la producción que se encuentran entre los mayores del mundo, así como en inteligencia y creatividad, pero conviviendo con prejuicios raciales, incluso inter-judíos, altos niveles de pobreza, crisis educativa, y la improductividad y el peso de los ultra religiosos, que consumen gran parte del presupuesto israelí y no aportan más que la relación con Dios, para lo que yo no los necesito, porque si voy a hablar con Dios lo hago personalmente, aunque hasta ahora no me haya atendido porque seguramente está muy ocupado. Esa corriente religiosa, que mayormente proviene de Estados Unidos, sumada a la inmigración soviética, que es en gran parte tremendamente anti socialista, aunque en la Unión Soviética no había socialismo, conforma una derecha muy reaccionaria, con rasgos de autoritarismo e intolerancia, que no admiten la posibilidad de frenar las colonias. Por crecimiento vegetativo, posiblemente los religiosos van a ser mayoría en Israel, y yo no quiero volver a los tiempos de los griegos, porque va a haber pocos macabeos. Ese es el Israel de hoy, con mucha crispación, mucha tensión en su vida cotidiana, pero donde perduran focos de gente extraordinaria e imposible de hallar en otro lado, que sigue creyendo en la utopía.
Yendo a su faceta personal ¿Cómo y cuando nace su veta de escritor?
Yo escribí desde muy chico, y siempre fantasee con algo parecido a ser un escritor, pero no por el sólo hecho de serlo, sino porque en mi época la imagen que parte de mi generación quería alcanzar, era la de alguien que aportara su talento y capacidad para mejorar el estado de la humanidad, sea como escritor, científico, o político. Muchos de los libros que leía eran de hecho biografías de personas que habían contribuido a la humanidad, pero hoy en día los jóvenes quieren ser Messi o Nadal, y el escritor no tiene importancia ni influye. Tenía sin embargo un único problema, que era que no sabía escribir (risas). Y por eso digo que en realidad no soy un escritor, soy alguien que escribió varios libros, y creo que lo definió muy bien en “Cartas a un joven poeta”, el escritor Rainer María Rilke, quien decía que “si puedes vivir sin escribir, no escribas, pero si no puedes pasar un día y te mueres si no escribes algo, entonces dedícate a eso, y vas a ser escritor”. A mí me encanta leer, pero puedo vivir tranquilamente sin escribir, y es más, mis lectores pueden vivir muy bien sin leerme (risas).
¿Cuál de sus cuatro libros tuvo para usted el significado más profundo?
Fue “Última Carta de Moscú”, porqué significó una especie de rendición de cuentas de mi pasado, de los exilios, de una relación con un padre desconocido que fue muy dura, y de un reencuentro que me dejo en paz y que fue medicinal. Siempre viví obsesionando con ese último dialogo que tendría con mi padre, y que finalmente me liberó.
Se puede observar que el judaísmo ha incidido fuertemente en su vida y su obra ¿A qué piensa que obedece esto?
Siento que el judaísmo me ha dado mucha alegría, desde el placer de leer la Biblia, aunque sólo para descubrirle cosas y no por otra cuestión, hasta leer en idish las obras de Isaac Bashevis Singer o Scholem Aleijem. Y veo fundamentalmente en el judaísmo los valores éticos, pero no me refiero a los diez mandamientos, sino a una forma de comportarse. Hay un chiste que escribí en uno de mis libros que no hace reír, pero que es toda una definición. Ocurre en la primer Guerra Mundial, donde hay un soldado judío en una trinchera, que dispara hacia arriba mientras los demás apuntan al frente. Llega el sargento y le pregunta si es idiota, si no se da cuenta de que tenía que tirar hacia adelante, y el soldado le responde, “No, es que ahí hay gente”. Esa es la ética judía, es entender que el otro existe, y que tiene exactamente los mismos derechos que uno.
Buenos Aires, Noviembre de 2010