Los antiguos hebreos no usaban números y empleaban como tales las letras del alefato. Recién en el siglo IX comienzan a emplearse los números arábigos, pero las letras han seguido usándose y en muchos casos hasta la actualidad.
Diversos investigadores se sintieron tentados a buscar coincidencias entre letras y números y encontraron cosas notables, algunas inquietantes. Por ejemplo, en el primer párrafo del Génesis –“En el principio creó Elohim (Dios) los cielos y la tierra”– hay una concordancia substancial: el valor numérico de Elohim –86– es exactamente igual al de “la naturaleza”.
Un viejo rabino hizo un cálculo sorprendente: la cifra que suman las letras hebreas de las palabras “se levantará un estado judío soberano” da como resultado 1948, año de la proclamación de la independencia de Israel.
En una nota sobre judíos religiosos, de hace poco más de diez años, decía la periodista Leila Guerreiro: “Las coincidencias de letras hebreas y números crispan la sangre. Si se suman los valores de las letras de la palabra “embarazo” en hebreo, se obtiene 273, o sea la cantidad de días que necesita el ser humano para gestarse”.
Los estudios de la Cábala hebrea han despertado siempre gran interés, pero han sufrido en muchos casos desviaciones y aberraciones. Hay muchas predicciones sobre la creación de un estado judío, que se concretó en 1948, pero mientras casi a último momento no se decidía su nombre (a fines de 1947 se llegó a anunciar que el nuevo estado se llamaría Judea), y hasta los primeros sellos postales que, tengo entendido fueron impresos en la clandestinidad y puestos en circulación dos días después de la proclamación, llevan, en vez del nombre del país, las palabras Doar Ivrí (correo hebreo), muchas profecías hablan del nuevo Estado con el nombre de Israel. Profetas y adivinos, antiguos y modernos, entre ellos el famoso norteamericano Edgar Cayce (1877-1945) predijeron el establecimiento del Estado de Israel.
El célebre adivino británico conde Louis Hamon (1866-1936), conocido profesionalmente con el nombre de Cheiro y de impresionante capacidad para predecir el futuro, dijo que los judíos regresarían a Palestina y establecerían el nuevo estado que se llamaría Israel.
El padre del sionismo político, Teodoro Herzl (1860-1904) dijo en 1897 una frase que resultó profética: –Indefectiblemente surgirá un Estado Judío; si no dentro de cinco años, seguramente dentro de cincuenta. Y en 1947 las Naciones Unidas resolvieron la partición de Palestina.
Juan de Heidenberg (1462-1516), llamado el abad Tritemo, que reunió en el monasterio de San Martín la biblioteca más rica de Alemania, fue un notable investigador que estudió lingüística, matemáticas, Cábala, parapsicología, etc., y escribió una obra en ocho volúmenes que reunía el resultado de sus estudios y se titulaba “Esteganografía”.
El conde palatino Felipe II, que había encontrado el manuscrito en la biblioteca de su padre, lo leyó y se sintió aterrorizado y lo destruyó por el fuego. Lo que aquí nos interesa es que el abad Tritemo predijo, fijando las fechas exactas, la Declaración Balfour relativa a la creación de un estado judío. Lo asombroso es que esta predicción se hizo casi quinientos años antes de que se produjera.
En un libro de 1969 Robert Charroux decía: “Incluso entre las inteligencias cultivadas, el conocimiento a menudo se borra ante la superstición”; y relata la historia del collar-talismán que era propiedad del general israelí Moshé Dayan (1915-1981). Ese collar perteneció a Napoleón. Se lo habían mandado unos sacerdotes egipcios la víspera de la Batalla de las Pirámides. Lo protegió en todas sus campañas, incluso durante su invasión a Rusia; pero en Moscú lo dejó olvidado dentro de un cajón y la suerte se volvió contra él desde ese momento. El collar pasó luego a manos de una familia judía que, durante la revolución de 1917, emigró a Francia.
En 1956 el “glorioso tuerto” conoció en Niza a aquella familia y en su homenaje le fue regalado el talismán; como se sabe–sigue Charroux– Moshé Dayan goza de una suerte extraordinaria. Para terminar, una curiosa anécdota. Se cuenta de un emperador de Austria, que tenía un capellán muy inteligente y estudioso.
Solía ponerlo en aprietos haciéndole preguntas difíciles de responder.
Un día le dice: –Quiero que en una sola palabra me demuestre la existencia de Dios.
Y el hombre contesta rápidamente: –Muy sencillo, Majestad: los judíos.
Pablo Schvartzman
Concepción del Uruguay, 6 de abril de 2010.
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