Este mes, Polonia aprobó una ley que prohíbe cualquier mención de complicidad polaca en el Holocausto. El movimiento ha sido ampliamente condenado en todo el mundo, y con toda la razón. Pero por motivos comprensibles, ningún país ha respondido con tanto enojo como Israel, el Estado judío y el guardián de los intereses judíos.
“La ley no tiene fundamento; me opongo firmemente a ella”, dijo el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. “Uno no puede cambiar la historia”. La oposición, que rara vez está de acuerdo con Netanyahu, se unió a él en la condena. Tzipi Livni, ex ministra de Asuntos Exteriores, dijo que la ley es como “escupir en el rostro de Israel”. Yair Lapid, miembro de la Knesset e hijo de un sobreviviente del Holocausto, escribió que “cientos de miles de judíos fueron asesinados sin haber conocido a un soldado alemán”.
La retórica justa de los líderes políticos lejanos no impresionó a los polacos. Para aclarar este punto, Varsovia incluso canceló una visita planeada del ministro israelí de Educación, Naftali Bennett, quien había sido especialmente crítico de la nueva ley. (“Me siento honrado”, dijo en respuesta. “La sangre de los judíos polacos llora desde el suelo, y ninguna ley la silenciará”). Las relaciones entre ambos países, que recientemente habían sido cálidas, ahora están en crisis.
Pero con la crisis viene la oportunidad. Obviamente, Israel debe seguir tratando de convencer a Polonia de que la ley hace más daño que bien. Pero lo que es más importante, debe aprovechar esta oportunidad para cambiar su relación no con Polonia sino con el Holocausto. El debate sobre la ley polaca y el papel de Polonia en el Holocausto centran la atención en cómo se recuerda hoy en Israel el asesinato masivo de judíos en el siglo XX.
Cada año, decenas de miles de jóvenes israelíes (principalmente alumnos de preparatoria y soldados) visitan Polonia en lo que parece ser la culminación de su educación sobre el Holocausto. En estos viajes, estimulados por el Ministerio de Educación con la participación de cerca de un tercio de los alumnos judíos de Israel, los adolescentes recorren los sitios de los guetos, los cementerios y los campos de exterminio. Visitan lo que una vez fue el gran centro judío y aprenden sobre la máquina de exterminio que acabó con él. Frecuentemente se envuelven en banderas israelíes; lloran. ¿Cómo puede alguien visitar Auschwitz y no llorar?
Esta visita, casi un rito de iniciación en el Israel de hoy, es una herramienta poderosa que ofrece una “educación de primera clase”, como dijo Bennett, con el fin de inculcar a los participantes la necesidad de recordar lo que sucedió a los judíos de Europa. Sin embargo, es hora de suspender estos viajes. Y también puede ser hora de poner fin a la participación de Israel en la Marcha de la Vida, un proyecto anual en el que judíos de todo el mundo se reúnen en Auschwitz y luego caminan hacia Birkenau. Israel no debe poner fin a estos programas para rescatar su relación con Polonia, sino para salvar a los israelíes.
No cabe duda que estos viajes tienen mérito. Ciertamente, hacen que los alumnos israelíes conozcan el alcance y la gravedad de los horrores del Holocausto. Estos viajes también obligan a los jóvenes israelíes a ver con sus propios ojos lo que le puede suceder a un pueblo cuando es odiado e indefenso, una lección que es importante hoy y siempre.
Entonces, ¿por qué poner fin a estos viajes? Primero, porque contribuyen a la percepción errónea de muchos judíos de que recordar el Holocausto es una característica esencial del judaísmo. Segundo, porque perpetúan el mito de que Israel sólo nace de las cenizas de Europa.
La noción de que el recuerdo del Holocausto se ha convertido de alguna manera en la principal manifestación del compromiso con el judaísmo está bien documentada. Según una encuesta del Centro de Investigación Pew, el 73 por ciento de los judíos estadounidenses cree que “recordar el Holocausto” es esencial para ser judío: un mayor porcentaje considera que seguir la ley judía o preocuparse por Israel es esencial para su identidad judía.
El 65 por ciento de los judíos israelíes afirma que recordar el Holocausto es una parte esencial de su identidad judía, más que vivir en Israel o trabajar por la justicia y la igualdad. El hecho de que los adolescentes israelíes pasen una buena parte de su educación preparándose para un viaje a los campos de exterminio en Polonia garantiza que la próxima generación sienta lo mismo.
Una sociedad sana no puede definirse por el recuerdo de una tragedia. Una cultura sana no hace un viaje al sitio en el que casi se eliminó su principal punto de peregrinación. Una mejor opción es que los jóvenes judíos centren sus energías en la ciudad a la que todas las generaciones de judíos han querido peregrinar: Jerusalén. Auschwitz no debe ser sagrado.
La alteración de la educación histórica de Israel también ayudará a cambiar la percepción en el país de que el Estado judío existe debido a los horrores del nazismo. La existencia de Israel no debe verse como una compensación por el exterminio de los judíos en Europa. Pero las peregrinaciones que conectan a Polonia e Israel, o las que usan a Polonia como una herramienta para reforzar el compromiso de los jóvenes israelíes con su propio país, envían exactamente este mensaje. Existe una tragedia y luego un renacimiento.
Pero no hay resurrección. Los muertos siguen muertos. La cultura judía que fue destruida en Polonia y en toda Europa nunca volverá a emerger. Israel no es una compensación de Auschwitz, y sus adolescentes que marchan con sus banderas y sus canciones, con su espíritu de “nosotros seguimos aquí”, molestan sólo a los fantasmas.
En mi adolescencia, durante la década de 1970, no había viajes a Polonia. Mi educación sobre el Holocausto no incluyó una visita desgarradora a Auschwitz. Sin embargo, recuerdo muy bien que los nazis exterminaron a los judíos de Europa. Lo pienso, como muchos israelíes, casi a diario. Cuando digo que debemos poner fin al turismo de adolescentes dedicado al Holocausto en Polonia, no llamo a que se olvide. No quiero trivializar o marginar esa historia ni decirles a los judíos que deben “superarlo”.
Creo que los israelíes necesitamos un reajuste. Necesitamos recordar a los muertos sin olvidarlos o perdonar a los que los exterminaron. Debemos aprender las lecciones adecuadas del Holocausto. Una de ellas es que no hay mérito en la muerte y debemos ser proactivos en nuestra búsqueda para seguir viviendo. Así que no nos confundamos haciendo de Auschwitz el eje de nuestra cultura y la culminación de nuestra religión cívica. Mantengamos nuestra Marcha de la Vida donde pertenece: aquí, en Israel.