La rigurosidad científica que Alejandro Grimson desplegó a lo largo de su carrera académica, lo llevó a enfrentarse cara a cara con los mitos argentinos. En su último libro, Mitomanías argentinas (Siglo XXI), este investigador del Conicet, que cuenta con una licenciatura en comunicación por la UBA, un doctorado en antropología por la Universidad de Brasilia, y actualmente ocupa el cargo de decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, analizó más de setenta mitos bien arraigados a nuestro inconsciente colectivo, para contrastarlos con hechos y resultados empíricos.
Durante la charla que mantuvo con Plural JAI, Grimson comenzó respondiendo a la posibilidad de que, debido a las diversas posturas ideológicas, políticas, y religiosas de sus miembros, la comunidad judía argentina sea también un “mito”. “Un gran historiador como Benedict Anderson escribió “Comunidades imaginadas”, el cual es un clásico de los estudios sobre las comunidades. Allí plantea que las comunidades son imaginadas y al mismo tiempo se imaginan como comunidades, ya que lo que existe es una imaginación de pertenencia a esa comunidad. Yo pienso que existe una comunidad cuando, paradójicamente, existe un conflicto en el que se disputa la ascendencia sobre ese grupo, y que de hecho donde no hay conflicto, difícilmente haya comunidad. Eso va a contrario sensu de la etimología de la palabra, porque comunidad está vinculada a comunión, pero en las sociedades complejas lo que tenemos en común es la lógica de conflicto, y eso es un desafío, porque hay lógicas de conflictos que son muy peligrosas para los principios culturales, y otras lógicas que por el contrario respetan ciertos principios. En el caso de la comunidad judía hay todo un debate muy interesante, filosófico y cultural, sobre las identidades judías, que me parece auspicioso que se pueda asumir, porque hay una enorme diversidad de forma de ser judíos, y nadie tiene el poder de decidir sobre la identidad del otro. Hay acá sectores más y menos tolerantes, que también están determinados por la época. Por ejemplo, toda la parte materna de mi familia es judía y acudía a una sinagoga en la colonia de Carlos Casares, donde recuerdo que no se aceptaban matrimonios mixtos, hasta que nadie más fue a la sinagoga, y entonces empezaron a aceptarlos”.
Un estudio del instituto Gino Germani realizado el año pasado demostró altos niveles de creencias antisemitas en la sociedad argentina. ¿Por qué razón cree que parte de la sociedad argentina continúa sosteniendo mitos antisemitas?
Ahí hay dos dimensiones que vale la pena diferenciar, ya que en la argentina no hay antisemitismo oficial e institucionalizado desde hace bastante tiempo, porque más allá del debate sobre el nivel de antisemitismo de la última dictadura, ya se llevan varias décadas sin antisemitismo oficial. Eso no significa que no haya antisemitismo o racismo social, algo que se puede ver con otras situaciones, por ejemplo cuando a los hijos de bolivianos se los sigue denominando socialmente bolivianos, pese a que son argentinos. Los datos estadísticos demuestran esta xenofobia social, con lo que queda claro que no alcanza que no haya antisemitismo desde las instituciones de Estado, sino que además deben existir políticas proactivas para desarmar esas creencias sociales basadas en la ignorancia y el desconocimiento. Y en este sentido hay todavía mucho por hacer.
Un mito asociado a la religión que intenta desterrar en su libro es el carácter católico de la Argentina ¿El boom que se generó con la designación de un Papa argentino no volvió a exhibir la hegemonía de esta religión en la Argentina?
Por supuesto que la mayoría de los argentinos se consideran católicos, y que también, en un contexto inédito e inesperado de tener un Papa argentino, eso generó un impacto cultural enorme, pero las encuestas que se hacían decían que la mayoría de los católicos no eran practicantes. Ahora sabemos que este mes más gente fue a misa, veremos si dentro de dos tres años se mantiene este crecimiento o se trató solo de un boom pasajero. De todas formas, si pensamos que la mayoría de los argentinos católicos no es practicante, y que un porcentaje impresionante de argentinos es evangelista y no católico, eso quiere decir que es fundamental discutir la idea de que la Argentina es un país católico, para que por ejemplo no se repita la actitud de tantos políticos que afirmaron que la comunidad judía es una comunidad extranjera. Si no se rebate esta idea de país católico, no se podrá dar cabida a todos los no católicos, como los judíos, chinos, evangelistas, o ateos, entre otros. Deshacer este mito de la Argentina como un país con una sola religión es además fundamental para que la democracia sea más profunda, con una mayor aceptación de la diversidad y de las minorías.
También señala que nacionalismo no siempre se escribe con z. ¿Por qué razón cree que la izquierda le confirió a este concepto un significado negativo?
Hay una tradición con la que me identifico culturalmente, que es la tradición cosmopolita que busca pensar en un ciudadano del mundo más allá de las fronteras, y que sueña, por lo menos utópicamente, con la igualdad de los seres humanos. En algunas acepciones esa tradición también se llamó internacionalismo, pero en realidad era un anti-nacionalismo. Sin embargo, mirando el proceso histórico, es evidente que no es lo mismo ser internacionalista en Alemania o Inglaterra que en Argentina o Paraguay, porque sobre nuestro país siempre hubo vocación de gobierno por parte de potencias extranjeras. Nosotros no tenemos vocación de gobernar el mundo, pero otros nos han gobernado, con lo que puede parecer paradójico, pero buscar la igualdad cosmopolita exige no ser menos nacionalistas de lo que son los países centrales, porque cuando se viaja a los mismos se puede observar un profundo nacionalismo. Además muchas veces, detrás de un discurso cosmopolita, se oculta mucha permisividad para que poderes muy estructurales puedan hacer y deshacer nuestro futuro, y a mi juicio es claro que si no hay una soberanía nacional democrática no militar, no puede haber soberanía popular, ya que la democracia exige por definición soberanía de ciudadanos. En relación al concepto negativo que se le confirió al nacionalismo en la Argentina, mucho tuvo que ver que en nuestro país muchos de sus movimientos tenían vínculos con el antisemitismo, aunque es cierto que no todos los nacionalistas eran antisemitas. También se puede ver en la acción explicita por parte de los militares en la última dictadura, que tuvieron como logro cultural el apropiarse del término nación. Pero sobre todo en 1945 se construyó esa idea cuando surgió la oposición Braden o Perón, en la que se buscó conferirle un significado de nacionalismo negativo al peronismo, movimiento que es en realidad polisémico, y en el que incluso los intelectuales nacionalistas vinculados al mismo, exhiben una tradición progresista y laica ligada a la izquierda, y profundamente anti nazi.
Señala también que el concepto de interculturalidad plantea que ninguna cultura es totalmente superior a otra. ¿No podría cuestionarse este concepto a la hora de tomar la decisión de intervenir un régimen como el nazi?
Está claro que la lucha por la diversidad cultural requiere de la construcción de principios básicos a partir de los cuales todas las formas culturales y morales sean aceptadas. El derecho a la vida es intocable, como a no ser torturado, mutilado, o esclavizado. Estos derechos no se pueden discutir, ya que si se lo hace no estamos discutiendo diversidad entre iguales sino diversidad para la desigualdad. El ejemplo de la Alemania nazi es un ejemplo clásico, frente a la cual la única opción era hacer la guerra. Pero cabe preguntarse que hubiéramos hecho en el siglo diecinueve cuando en los Estados Unidos estaba permitido comprar y vender personas. O si al referirnos a los países centrales, se puede hablar de superioridad cultural, cuando actualmente se bombardean a otros mediante guerras preventivas, existen cárceles con prisioneros sin procesos judiciales, o se usurpan territorios. Lo que quiero decir es que cuando comparo dos culturas, es imposible afirmar que una es integral y absolutamente superior a otra. Puedo afirmar sí que ciertos elementos son preferibles a otros. Por ejemplo, el infanticidio que en otras épocas y contexto practicaban algunos pueblos que habitaban América fue rechazado y denunciado por los españoles, que paralelamente estaban liderando un genocidio contra esos pueblos. En estos casos, se trata de rechazar ciertos elementos de ambas culturas, y entender que ninguna tiene autoridad moral para arrogarse una absoluta superioridad.
Como especialista en comunicación, relativiza en parte el poder de manipulación de los medios masivos. ¿Cuál cree que es la razón por la que todos los gobiernos progresistas de América Latina han identificado a los mismos como uno de sus principales oponentes?
Creo que uno de los problemas de varios países de América Latina es la dificultad por construir proyectos alternativos a los oficialismos actuales. Muchos de los actuales gobiernos latinoamericanos buscaron apropiarse de procesos de rentas petroleras, agrarias, gasíferas, y extractivas en general para generar mecanismos de redistribución que permitieron reducir las desigualdades económicas extremas, frente a lo cual no está claro cuál es el proyecto alternativo, por lo menos de fondo. En los años ochenta el neoliberalismo tenía si un proyecto para América Latina, pero las oposiciones hoy en día están signadas por la debilidad política y las dificultades para definir un proyecto, que en muchos casos parece ser el mismo que el proyecto neoliberal. Frente a este escenario, los medios tradicionales aparecen como la crítica más socialmente legitimada, por ejemplo mediante sus denuncias, más allá de las tergiversaciones en las que pueden incurrir. Al mismo tiempo, la derrota que sufrió el kirchnerismo en 2009 y su posterior victoria de 2011, con la misma estructura de medios, demuestra que, como planteo en el libro, las percepciones de la sociedad en relación a su experiencia real y social son muy importantes, además del mensaje mediático que reciben. Por eso creo que si bien son necesarias las regulaciones públicas sobre cualquier escenario de concentración económica en cualquier proceso constitucional, no hay tampoco que exagerar el poder de los medios.
¿Comparte la definición de algunos intelectuales que plantean que los medios hegemónicos son la nueva derecha?
Los medios de derecha son de derecha, esa sería la expresión, y es una tautología. La pregunta interesante es porque esos medios que en el plano ideológico y político expresan procesos muy distantes de los que la sociedad expresa con sus votos, tienen una mayor repercusión en términos de audiencias. Una razón puede ser que la sociedad quiere también escuchar otras voces, pero también pienso en que no se abordó el desafío de competir no solo en el plano de la información sino también de la ficción. Habría que preguntarse como se construyen los Adrián Suar, ya que si bien existieron muy buenos emprendimiento como la TV por la inclusión, o en otros segmentos el canal Encuentro, todavía no se alcanzó el nivel de masividad que se desearía. Creo que acá es importante analizar las razones por las que ciertas ficciones tienen mayor capacidad de interpelación, ya que la respuesta no puede reducirse a que el éxito tiene que ver con sostener el statu quo social en vez de cuestionarlo, porque muchos artistas exitosos buscaron y lograron cambiar estructuras culturales, como Diego Capusotto que no solo no reproduce sino que cuestiona muchos roles y estereotipos, e igualmente ha logrado una gran repercusión.