Cuando estamos frente a las noticias, que nos reflejan el espejo de nuestras propias divisiones, tanto dentro de la política israelí como comunitaria, podemos caer en la angustia ante la desintegración, la esperanza ilusoria y casi utópica de un judaísmo unido y uniformado, o de la acción realista ante los hechos. Me inclino por el momento por esto último a condición de que estas acciones no estén reñidas con una ética del compromiso, la solidaridad y la honestidad.
En tanto Judaísmo, somos un conjunto internacional que incluye a Israel. En tanto comunidad, somos un conjunto que además de su identificación con lo judío, se constituye por muchas otras identificaciones.
La historia de los movimientos políticos judeo-argentinos, estuvo, desde la creación del Estado de Israel, referida a las políticas israelíes y de sus partidos. Hoy esta situación es un poco diferente. Los partidos o las fracciones que militan dentro de nuestra comunidad, no todos dependen de la autoridad o la referencia israelí.
Los lazos con el Estado de Israel son “sionistas”,” macabeos”, “religiosos”, “económicos”, etc.; algunos entran dentro de la esfera de la Embajada de Israel pero los más son privados o de instituciones locales. O sea, tenemos y mantenemos instituciones judías porque necesitamos representaciones de la diversidad que constituimos. El problema reside en las formas en que esas representaciones fueron conducidas hasta ahora, formas que llevaron a que hoy tengamos conflictos en casi todas ellas.
Estos conflictos “son de representatividad”, pues ningún hombre, por si mismo, es representante de nadie ni de nada. Quien se arrogue la representatividad se equivoca y solo logra equivocar la conducción que necesitamos a futuro.
Si no llegamos a consensos válidos y claros, si no planteamos reformas a los modos de dirigir y orientar, si no nos proponemos seriamente el problema de incluir a las nuevas generaciones en un contrato mínimo con el judaísmo y la participación, somos entonces todos responsables de nuestras contradicciones y de nuestros enfrentamientos.
Pienso que la salida, por el momento, es generar un movimiento de inclusión de “partes” y no solo de personas; de intereses comunes y no solamente de afectaciones individuales. En este proyecto no podemos dejar afuera a los grupos religiosos, pero éstos también deben tomar consciencia de las fracturas que provocan.
La idea de un judaísmo unido y uniformado es irreal; somos “tribus” con un pacto. Hoy las 12 tribus se reconocen por otros estandartes: los deportes, las artes, las creencias, la educación.
Tenemos una herencia a cuidar y a transmitir, pero ¿qué nos queda de ella? ¿Nos hemos apropiado de ella? ¿Es esta herencia la misma para todos?
Según el filósofo Derrida, somos locatarios de esa herencia y no propietarios de ella pues otros vendrán a reemplazarnos con sus ideas y sus planes.
Acuerdo plenamente con esta idea pues solo si somos conscientes de nuestro pasaje transitorio, podremos organizar instituciones con “relevos” y “sustitutos”; con “educadores” y con “representantes” inclusivos.
Las instituciones centrales se alinean hoy en un mismo conflicto: ¿a quiénes representan y que representan? Responder a estas preguntas es una cuestión de todos; fracasaremos si no hay un compromiso mayoritario, si no regresamos de la indiferencia y seguimos dejando en manos de unos pocos la representatividad de la complejidad judía en la Argentina y en el mundo.
A mi gusto tenemos un exceso de “representantes” que consideran representar a todo los intereses judíos. ¿Cuántas instituciones nacionales, latinoamericanas, internacionales funcionan y organizan congresos de representantes? Si bien por un lado esto aparenta “unidad”, no es más que la muestra de la fractura que descompone la representatividad. De esta descomposición se valen aquellos que necesitan “dividir para reinar”.
Si bien es imposible, como dije, la uniformidad y además es indeseable ya que somos “diversos” nosotros mismos, me pregunto ¿cómo llegamos a este estado de situación en el cual nadie nos representa porque todos nos representan?, o por el contrario: ¿si cada quien puede decir que representa a lo “verdadero”, desconociendo que la verdad es múltiple aún dentro del judaísmo, aún en torno a acontecimientos dolorosos, aún en los procesos eleccionarios, aún en la constitución de las fracciones y las listas, qué herencia dejaremos?
* Psicoanalista, miembro de Plural JAI y Directora de la Red de Mujeres Judías Argentinas