Constituyen algo menos del 10% de la ciudadanía de Israel, aunque son más de la quinta parte de la capital, Jerusalén. Se consideran los preservadores del pueblo, por su dedicación durante siglos al estudio de las Sagradas Escrituras. Pero no pocos de sus conciudadanos los ven como un serio problema social.
Los «haredim», palabra del hebreo que significa "temerosos" (en relación a Dios), son los ultraortodoxos de Israel, un sector heterogéneo con variados matices, pero claramente diferenciado de la población secular, que es mayoría, y por cierto también de los religiosos, considerados menos estrictos, por más que sean plenamente observantes de los preceptos judaicos.
Los dilemas con los que se debate la sociedad israelí al respecto se refieren más que nada a tres temas clave: el rol de los «haredim» en el aporte al Estado (tanto por el servicio militar obligatorio, que en su enorme mayoría no cumplen, como por el pago de impuestos, que hacen en menor escala que otros ciudadanos), su lugar en la fuerza de trabajo y su modo de vivir. En una sociedad moderna y desarrollada como la israelí, son varias las preguntas que surgen alrededor de los ultraortodoxos.
Y las evaluaciones sobre la incidencia de todo esto en el país van acompañadas de una luz de alerta sobre el futuro de la sociedad, si no se modifica parte de la relación con los «haredim», algo especialmente importante dado que, sus familias son numerosas y, al traer muchos hijos al mundo, su porcentaje en la población israelí va en aumento.
Es oportuno, antes de entrar en detalles al respecto, señalar que el tema de los «haredim» y las polémicas que despierta en la sociedad israelí - aunque nada tienen de nuevo - estallaron últimamente con especial fuerza, debido a incidentes protagonizados por ultraortodoxos fanáticos.
En un caso, Tania Rosenblit tuvo que mantenerse muy firme para resistir las exigencias de un hombre que no permitió que un autobús arrancara, al ver que ella estaba sentada en las primeras filas, asegurando que la joven debía ir a los asientos de atrás, ya que adelante sólo van los hombres. Ella se negó rotundamente, dijo que respetaba a los religiosos al vestirse decorosa y modestamente en sus barrios, pero que no estaba dispuesta a hacer algo así, contra la ley.
En otro caso, una niña de 8 años, de una familia religiosa, tuvo que lidiar con gritos e insultos de un así llamado «sicario», que le escupió porque no iba vestida «de acuerdo a las normas». La niña va a una escuela religiosa ubicada en un barrio de ultraortodoxos en Beit Shemesh, donde exigen otros códigos.
La ira popular por lo sucedido sacó a miles de personas a las calles a protestar contra los intentos de imposición como los aquí mencionados. Estos ejemplos son extremos y no representan, por cierto, a todos los ultraortodoxos. Basta con caminar por las calles de Gueula y Mea Shearim, barrios muy «haredim» de Jerusalén, en la ciudad de Bnei Brak o en otros sitios muy conservadores del país, para ver que hombres y mujeres van por las mismas aceras. Pero los casos extremos también existen.
Estudiosos de los textos sagrados
Sea como sea, la problemática relacionada con este sector de la población es seria, inclusive sin considerar los ejemplos aquí mencionados.
Aproximadamente el 60% de los hombres en este sector no trabajan, sino que se dedican a estudiar los textos sagrados judíos, convencidos de que esa es la base de la vida.
El problema que ello representa es que estos ultraortodoxos no sólo no producen ni aportan algo creativo a la sociedad, sino que hunden a sus familias en una pobreza que deriva de la falta de trabajo y en una vida dependiente de subsidios nacionales.
Esta situación en lo laboral, sumada al hecho de que los «haredim» no se integran, en términos generales, al servicio militar obligatorio (salvo unos dos mil que se hallan hoy en un servicio especial y muy exitoso), lleva al concepto enraizado en la sociedad israelí de que «otros cargan con el peso de los desafíos de la vida en Israel».
Al agudizarse la polémica, en los medios israelíes han salido entrevistas y artículos de ultraortodoxos que cuentan sobre sus trabajos, los impuestos que pagan y el servicio de reserva en el que sirven anualmente. Pero los números hablan por si solos.
El tema del estudio es otro de los grandes símbolos de la problemática situación, dado que en general, desde los 14 años, estudian en las «yeshivot», institutos de estudios superiores judaicos, donde ya no hay atisbo de materias básicas como inglés, matemática o computación, sólo para dar un ejemplo.
«Hay dos Estados de Israel en uno», explicó el economista Dan Ben-David, jefe del Centro Taub de Investigación de Política Social. «Uno es el Estado de la alta tecnología, las universidades y la medicina a la vanguardia del conocimiento humano. Y está todo el resto, que constituye una parte importante y creciente de Israel y que no recibe instrucción ni tiene condiciones para trabajar en una economía moderna», añadió.
El economista advierte que esto puede llevar «al fin de Israel».