Itongadol. En el marco de las entrevistas a los ex presidentes de la AMIA por su 120º aniversario, Luis Grynwald se refirió al liderazgo de la comunidad judía argentina, en diálogo con la Agencia Judía de Noticias y puntualizó: "La comunidad judía es muy rica intelectualmente, muy rica en recursos humanos".
¿Qué te surge cuando hablamos de 120 años de nuestra Kehilá?
L.G.- Yo siempre digo que me contacté con la AMIA desde hace muchísimos años y hay varias anécdotas. Primero, la AMIA lo ayudó a mi papá en el año 1950. Había unos créditos de honor que se daban en esa época, por supuesto para los recién llegados de la guerra y aparte lo ayudó también con un tema laboral. Eso quedó grabado en mi casa y en la familia. Mi presidencia fue de alguna manera devolverle a la AMIA lo que hizo por mi papá. Siempre trabajé en instituciones, nunca lo había hecho en una instancia central, hasta que en el año ’93 me invitan a trabajar en la comisión directiva de las elecciones de 1993 en las que ganó Alberto Crupnicoff como presidente. Junto con Jacobo Cohen ya fallecido lamentablemente y yo, estábamos a cargo de los festejos del centenario en 1994. Teníamos organizado un programa de eventos por los 100 años desde febrero de 1994 a febrero de 1995.
¿Se llegó a hacer alguno?
L.G.- Uno solo, el del 26 de mayo de 1994. Mike Burstein en el teatro Ópera. Fue la apertura de los festejos del centenario. Había un festejo por mes. Habíamos trabajado muchísimos meses en toda la organización del calendario de eventos culturales, deportivos, había una función en el teatro Colón. Hoy hablar del Colón es fácil pero en 1994 no era tan común. Fue todo un desafío y era para septiembre del ’94. Arrancamos con Mike Burstein que residía en Estados Unidos, hicimos una función en el Ópera colmada a full, que fue la apertura de los festejos.
Para fin de julio estaba prevista una actividad con mil adultos mayores. Por supuesto que a partir del 18 de julio cambia la historia de la comunidad, los festejos se acabaron y pasamos a tener el desastre que fue la bomba y el reacomodamiento de toda la comunidad ante semejante tragedia. Por eso era todo un honor estar justo en el periodo del centenario de la AMIA, y con lo que la AMIA significaba.
Fue creada en 1894 por una jevre kadish, a través de una oficina de cementerio a lo que era la AMIA en 1994, a través de la cantidad de voluntarios y gente que trabajó y lo logró llevarla al punto tal de ser una organización central tan importante en la comunidad, la verdad que era un honor justamente estar en esos festejos del centenario. Y se había organizado una comisión para actividades mensuales de primerísimo nivel. Lamentablemente quedó todo trunco.
¿Cómo era la AMIA de ese momento?
L.G.- Estaba en un momento muy difícil, porque cuando nosotros entramos en el ’93, la AMIA lamentablemente tenía 700 empleados y si no se transformaba la AMIA, los ingresos eran solamente para pagar sueldos. Había que hacer una transformación muy importante para que sea eficiente y vuelva a cumplir con los objetivos que siempre se planteó. Hacía falta tener fondos y todo el proyecto era cambiar esa estructura y reorganizar nuevamente toda la institución. Modernizarla. Yo en el año ’70 estudiaba en el edificio de la AMIA, hacía el seminario de la AMIA. El 2° piso que nosotros remodelamos antes de la bomba, era en el que yo estudiaba, en el edificio viejo de Pasteur donde había aulas una al lado de la otra. Uno se daba cuenta de que era un edificio que se había quedado en el tiempo, dentro de lo que eran oficinas modernas. Por un lado era un honor y un orgullo ser parte de los festejos del centenario y lamentablemente no se alcanzó.
Cuando ustedes toman la cadencia, ¿era una continuidad, más allá de los 700 empleados, de lo que había ocurrido en la cadencia anterior?
L.G.- Nosotros veníamos con un montón de proyectos innovadores. Sobre todo era innovador pasar de una planta de 700 personas a dejar una AMIA eficiente con 350 personas para que puedan cumplir las mismas tareas. Así que ya de por sí, no podía ser el mismo proyecto porque era obvio que tenía que ser diferente. Después de eso, la AMIA nunca más volvió a tener semejante cantidad de empleados. Es una institución moderna, eficiente, a la luz de lo que son las mejores organizaciones sociales del país. Era obvio que el proyecto tenía que ser diferente. Era una continuidad de lo que era la comunidad judía, los colegios, la red escolar, pero teníamos un objetivo que eran que los presupuestos sean destinados realmente a obras de bien público, no a pagar sueldos.
¿En dónde estabas cuándo ocurrió el atentado?
L.G.- Estaba acá en la esquina de mi oficina, en un bar desayunando. Se cumplía un año de Radio Jai. A esa audición habían ido Alberto Crupnicoff, el Dr. Beraja, que era presidente de la DAIA, el Dr. Hansman, que era presidente de la OSA y el embajador Avirán. Y yo había quedado con Alberto en encontrarnos 10.30 en la AMIA, porque como se había terminado la obra de remodelación del 2° y 4° piso, íbamos a firmar un contrato con una empresa de aires acondicionados, porque el 50 por ciento del presupuesto era una donación. Habíamos invitado a las autoridades de la empresa para que a las 10.30 firmemos el contrato y hacerles los agradecimientos por la gestión y la donación que habían hecho. Cuando sucedió ellos salieron de la radio y yo traté de ubicar a Alberto, La primera impresión que tuve fue la de un choque de colectivos, ni se me cruzó por la mente que podía haber sido una bomba.
¿Cómo te enteraste?
L.G.- Estaba en la esquina. Yo escuché el ruido. Para mí era un choque de colectivos. Salí a la calle, con la polvareda y el humo que se venía, salimos corriendo, yo estaba con un teléfono, los celulares en ese tiempo eran como un zapato, salimos corriendo con eso y después nada, lo que todos conocemos. El horror, las fotos, las imágenes que uno no olvida. Llegué ahí, quedé paralizado, uno no sabe bien cómo actuar, cómo reaccionar. A los 10 minutos me encontré con Daniel Pomerantz, que salía de dar la vuelta de Uriburu, todo sangrando con traje clarito, y bueno, después lo que todos conocemos. Intentar la reorganización y la contención de lo que era eso. Al mediodía hicimos una reunión en mi oficina con los directivos de la DAIA de ese momento y el embajador. Habíamos intentado ver las primeras decisiones que teníamos que tomar. La primera decisión fue abrir Ayacucho, un edificio enorme que estaba cerrado y en el que sólo había algunas actividades culturales y de tzedaká. En 24 horas el edificio estaba abierto gracias a muchísima gente que trabajó en ese momento y empezamos a mudar oficinas. El comité de crisis fue acá durante dos horas. Cuando se decide abrir Ayacucho, pasamos todo a Ayacucho. El lunes mismo a la noche, precariamente estábamos instalados en Ayacucho y familiares, directivos, empleados, sabían que estábamos ahí. Muchos no quisieron volver a la AMIA, cada uno reacciona de distinta manera. Y a partir de ahí, todo lo que sabemos para llegar a la reconstrucción y a que la AMIA hoy esté de vuelta en pie y con la vida que tiene.
¿Qué pasó en tu presidencia? ¿Qué recuerdos te llevás?
L.G.- Nosotros hicimos una AMIA muy pujante. La verdad que siempre lo dije, Abraham Kaul siempre tuvo una presidencia muy pujante, amén de que soy amigo de Abraham desde hace 30 años atrás, hablábamos mucho. Nosotros profundizamos más ese modelo. Hicimos una AMIA de puertas abiertas, sacamos la AMIA a la calle, fuimos los primeros que firmamos, así como el INADI dejó en la historia que Abraham instaló el “Día de los desaparecidos judíos”, que hoy parece algo común, pero que en ese momento había que instalarlo, nosotros fuimos los primeros que firmamos un acuerdo de diálogo interreligioso con el Centro Islámico y la Iglesia en la Cancillería, junto con el presidente del Centro Islámico en ese momento, el presidente de la DAIA, Cáritas, el Episcopado y creo que hicimos de la AMIA una institución de puertas abiertas para todo el mundo.
Veníamos de una crisis muy profunda en el país por el 2001/2002, donde es muy difícil que alguien creyera que había 50 mil judíos debajo de la línea de pobreza y había que sostener todo eso. Pero nadie se quedó afuera del sistema, fueron atendidos como correspondía. Esa fue una de las premisas más difíciles que tenía la presidencia de Kaul. Hubo que darle de comer a esa gente, la comunidad judía tenía que hacerse cargo de esas 50 mil personas, atenderlos, contenerlos, darles educación a los chicos y la verdad que creo que hoy, a 11 o 12 años luz, que la comunidad estuvo a la altura de las circunstancias. Esa gente se reinsertó socialmente, así como hubo 10 o 15 mil personas que hicieron aliá, el resto encontró en la comunidad judía y sobre todo en la AMIA un lugar de contención, un lugar para poder explayar todos sus problemas y creo que el resultado fue más que satisfactorio.
Me sorprendió la historia de tu papá y la de Alberto Crupnicoff, de su padre y de sus abuelos, también personas que estuvieron muy involucradas, con un gran compromiso como dirigentes, de askan. ¿Cuánto tiene que ver esto en la tarea que hicieron y cuánto tuvo que ver en los futuros dirigentes cuando esto se mama en las casas?
L.G.- Es muy diferente ahora. Yo vengo de un ejemplo que era el tema de mi papá, pero te puedo contar de mi mamá, que todo la familia de ella era una familia histórica de Avodá, mi tío, el hermano de mi mamá, el ingeniero Raijemberg fue presidente de AMIA, durante mucho tiempo fue presidente de Avodá, fue presidente de Vaad Hajinuj, una persona que estaba muy involucrada con la comunidad. Mi tío fue presidente en los años ’71 al 75’ en la AMIA. En mi casa era una corriente. Hay una tradición familiar. Todos los domingos a las cinco de la tarde se reunían todos los hermanos de mi mamá, toda la familia, a tomar el té. Por supuesto, nuestras discusiones eran en idish. En las reuniones de comisiones directivas de 1993 había gente que solamente hablaba en idish. Yo entendía todo, pero le contestaba en castellano, y volvían a responder y retrucar en idish, y yo les volvía a contestar en castellano. Pasaba lo mismo con mis padres, ellos me hablan en idish y yo en castellano. Pero al día de hoy, entiendo todo. Todo eso creo que se perdió. Una lástima total, pero creo que se perdió. Pero del lado de mi mamá también había toda una historia familiar comunitaria, otro tío mío fue presidente de Talpiot durante años. Yo escuchaba sobre la comunidad y de las mismas peleas que tenemos hoy. En el año ’60 era lo mismo, había sólo algunas diferencias. Yo siempre me acordaba de las discusiones ideológicas que había en esa época en la AMIA, me contaba mi tío y era ver quién iba a cenar al Tropezón después de la reunión directiva, en el año 70. Ahora todo se ha modificado, hay un montón de valores que se han modificado, nuestros hijos no están apegados a la comunidad como estábamos nosotros, creo que este es un tema de discusión para los futuros años y es un gran debate que nos merecemos en el futuro.
Qué pasó con la no ortodoxia que no pudo seducir, enamorar, no de tu propuesta en particular sino general?
LG.- Me parece que no es comunitario, es a nivel nacional, hay una apatía en la política, en otras comunidades, en un club de fútbol, no estamos ajenos a esto. Hubo elecciones en el centro armenio y votó el 22 % del padrón, hubo elecciones en el Centro Islámico y votó el 30 %. Participan porcentajes mínimos. Nosotros no somos ajenos a esto porque somos parte de la sociedad. Hay otro tipo de militancia en la ortodoxia, hay un crecimiento demográfico en la ortodoxia que es mayor al crecimiento demográfico nuestro. Las banderas de la ortodoxia son las mismas que hace 50, 80 ó 100 años. Nosotros vamos cambiando con el mundo. El Papa de hoy no es lo mismo que el Papa de hace 20 años, todos vamos cambiando, es otro mundo, y parece que nosotros no supimos dar todos los elementos o influenciar que a lo mejor la ortodoxia tiene vigente todo el tiempo. Cayó el muro de Berlín, cayó el Imperio Ruso. Estamos en otro mundo donde nosotros no supimos ni influir, ni influenciar ni dar los elementos que en la ortodoxia sigue vigente.
¿Qué les decimos a los futuros dirigentes? ¿Hacía donde vamos en la Keilá?
LG.- Creo que el camino de la búsqueda de la continuidad judía está en la educación en todas sus formas, porque cada colegio tiene formas diferentes de educación. Bienvenido a cada uno cómo lo aplica o lo manifiesta. Mientras seamos abiertos, plurales e integradores a todas las corrientes del judaísmo eso es algo que AMIA siempre cumplió porque si algo hizo AMIA es albergar a todos los judíos que bajaron de los barcos.
Con estos 120 años se cumplen 20 años del atentado, ¿Qué pensas sobre esto?
LG.- Estoy comprometido con el atentado desde primera hora, la verdad es que viví en carne propia desde el 18 de julio de 1994, en adelante y es mucho tiempo 20 años. Creo que la dirigencia hizo todo lo que pudo. La respuesta la tiene que dar la Justicia, nosotros podemos reclamar. Tenemos que tener paciencia porque la Justicia argentina está trabajando.
¿Qué pasa cuando te cruzas con familiares del color que fueren?
LG.- Yo me sigo cruzando porque muchos están acá en Once. El otro día me crucé con un familiar que estaba con su nieto, que tenía 19 años. Son cicatrices difíciles de superar, pero la vida continúa. Seguimos del lado de los familiares, sin importar la bandera o fracción que estén, porque todos tienen el mismo objetivo que es buscar la verdad. Una pata de la Justicia no hizo lo que corresponde. Seguimos reclamando, pero la Justicia tiene que dar el toque final para que esto llegue a buen puerto.
¿El Memorándum puede haber sembrado alguna esperanza en algún momento?
L.G.- No resiste ningún análisis. El Estado iraní ha demostrado a través del tiempo su falta de cooperación, su falta de ayuda ya sea con Ahmadineyad o con el presidente actual. Está a la luz, burlarse de la justicia argentina cuando un ministro de defensa como Vahidi estuvo paseando por Bolivia. Es una falta de respeto a la ciudadanía argentina, a la justicia argentina, a los familiares. Es un ejemplo de la burla o de la falta de interés en ayudar a la justicia argentina
¿Cuál fue el momento más difícil que te tocó en toda tu vida a través de tu paso por la AMIA? ¿Cuál es tu mensaje a las futuras generaciones y a los futuros dirigentes?
L.G.- Como dirigente de la AMIA es obvio que el momento más difícil fue 1994. Fue muy difícil. Yo tengo fotos muy difíciles de borrar de la mente. Tengo fotos muy difíciles de digerir inolvidables por haber estado segundos después de que ocurriera el atentado.
¿Cómo se convive con eso?
LG.- Tuve épocas muy malas. Hay que estar ahí con los familiares, con las listas de heridos. ¿Quién está preparado para eso? Cada uno vivió de manera diferente el atentado. Las diferencias que vivimos con la gente no la viví nunca más. Nadie puede estar preparado para estar con la gente y las listas de desaparecidos y víctimas.
¿Sintieron que hicieron todo lo que debían hacer?
L.G.- Sí, a mí entender. Seguramente habría varios métodos. Había que estar, había que ir, había que parase cómo lo hizo Alberto, el 21 de julio la plaza de los paraguas y dar un discurso. Ya teníamos el tema de la bomba en la Embajada que no se había podido superar y ahora habían herido el corazón de la comunidad. Fue un discurso consensuado, compartido el de Alberto, estaba el doctor Liziky, estaba yo. Éramos varios. Yo lo vi muy pocas veces quebrarse. Se quebró en la reunión interna era terrible, había que estar. Fue muy difícil. Sin saber que iba a llover, sin saber, se la llamó la reunión de los paraguas, sin saber que iba a haber 200 mil personas. Ese fue un momento muy difícil. Después hay fotos que a uno le quedan. Nosotros fuimos 95 a Israel para no un intercambio con el Ministerio de Educación y allí nos recibió el ministro de Educación y habíamos pedido si nos podían mandar a alguien para ayudar y fortalecer la educación en Argentina. Eso fue el 3 de noviembre, a la mañana de 1995. El 3 de noviembre a la tarde nos recibe el primer ministro Itzjak Rabin. se interiorizó del tema y dio la orden de que en los próximos 15 días vaya una delegación de ministerio de educación de Israel a Argentina para ayudar a fortalecer la red escolar. Mucha gente estaba con miedo, la bomba, todas las historias que conocemos. Nos volvimos, cuando llegamos a Ezeiza nos esperaban policías y nos enteramos que Rabin había muerto. Lo que hoy cuento después de 18 años que parece historia, en ese momento había que vivirlo y nos avisaron de la muerte de Rabin. Fueron momentos muy fuertes en la vida personal y comunitaria. Tengo una imagen, la última, una anciana de Ayacucho en la semana de la bomba, con una señora que para graficarla es la viejita que hace el personaje de Gasalla y me dijo: “Vengo a donar todo lo que tengo porque quiero ayudar a la reconstrucción de la AMIA”. Si no tenía 90 años le pego en el palo. Abrió la cartera y comenzó sacar la plata y empieza a sacar los billetes de un peso. Saca 72 pesos. Era todo lo que la señora tenía. Ahora, cómo se presentó, cómo lloraba con la donación que estaba haciendo!!. Estaba dejando su vida. ¡¡¡Se estaba despojando de su “fortuna!!!”. Son impactos muy fuertes.
¿Cuál tu mensaje a las futuras generaciones y a los futuros dirigentes?
L.G.- Yo creo que siempre va a haber dirigentes, siempre va a haber gente con buena voluntad, de buena intención, con corazón para manejar la comunidad y llevarla adelante y que Estén a la altura de la circunstancias, no tengo dudas. La comunidad judía es muy rica intelectualmente, muy rica en recursos humanos. No tengo dudas de que tenemos un semillero de gente que seguro va a tomar la posta y va a poder enaltecer las banderas de la comunidad a su máxima expresión.
Ver video AQUI.