El de Buchenwald fue el primero en ser liberado por las tropas de los Estados Unidos. Los alemanes de Weimar fueron a ver qué había pasado frente a sus narices.
Fueron millones quienes murieron bajo la macabra maquinaria asesina del régimen nazi. Adolf Hitler buscaba la "solución final" exterminando a los judíos de Alemania, primero, de Europa, después, y, finalmente, del mundo. Y para eso su gobierno diseñó campos de concentración donde se los aniquilaba. A ellos y a los enemigos del dictador.
Pero al finalizar la Segunda Guerra Mundial, muchos alemanes que adherían al partido nacional socialista aseguraban ignorar las atrocidades que cometía el régimen. Otros —un inmenso número— comulgaban con sus ideas y acciones, y todo justificaba lo que ordenaba Hitler.
Es así que para que esa atroz historia no se repitiera, las tropas norteamericanas ordenaron a miles de alemanes visitar campos de concentración mientras sus prisioneros eran liberados y asistidos en condiciones inhumanas. Uno de esos centros de exterminio fue Buchenwald, en Weimar.
Días después de su liberación, en una larga fila, los habitantes de los pueblos más cercanos debieron acercarse para ver el horror. Las pilas de cadáveres en transportes para recibir sepultura, los rehenes del régimen en estado de malnutrición y al borde de la muerte.
El video muestra cómo quienes asistieron a ese triste espectáculo estallan en lágrimas de vergüenza. Pocos pueden tolerar las imágenes que circulan a su alrededor. Fueron cómplices silenciosos de una maquinaria salvaje dedicada a la muerte.
Buchenwald fue uno de los mayores centros de detención en Alemania y el primero en ser liberado por las tropas de los Estados Unidos. Levantado en 1937, alojó judíos, pero también gitanos y personas con discapacidades, homosexuales y prisioneros de guerra soviéticos. El 11 de abril de 1945, a las 3:15 p. m., el Ejército norteamericano tomó el control del lugar y comenzó con la asistencia y la liberación de los detenidos.
Según los documentos de las SS, unas 35 mil personas fueron ejecutadas o murieron allí producto del hambre o el trabajo forzado. Sin embargo, los especialistas en la historia del Holocausto creen que la cifra es mucho mayor y que la Alemania nazi ocultó muchos de los crímenes que allí se cometieron.
Las tropas aliadas tomaron a grupos de hasta 100 habitantes alemanes para que observen cómo había sido la historia reciente de su país, a pocos kilómetros de donde vivían tranquilamente.
El periodista Edward R. Murrow estuvo allí durante las dramáticas primeras horas y narró los hechos a una radio: "A mi alrededor surgió un hedor maloliente, hombres y niños se acercaron para tocarme. Estaban en harapos y vestigios de uniformes. La muerte ya había marcado a muchos de ellos, pero estaban sonriendo con sus ojos. Miré a la masa de hombres hacia los verdes campos más allá, donde los alemanes bien alimentados estaban arando. Fuimos al hospital. Estaba lleno. El doctor me dijo que 200 habían muerto el día anterior. Pregunté la causa de la muerte. Se encogió de hombros y dijo: 'Tuberculosis, inanición, fatiga y hay muchos que no desean vivir. Es muy difícil'. Retiró la manta de los pies de un hombre para mostrarme lo hinchados que estaban. El hombre estaba muerto. La mayoría de los pacientes no podían moverse. Pedí ver la cocina. Estaba limpia. El alemán a cargo me mostró la ración diaria. Una pieza de pan integral tan gruesa como el pulgar, encima un trozo de margarina del tamaño de tres barras de chicle. Eso, y un poco de estofado, fue lo que recibieron cada 24 horas. Tenía una tabla en la pared. Fue muy complicado. Había pequeñas pestañas rojas esparcidas a través de él. Dijo que era para indicar cada 10 hombres que murieran. Tuvo que dar cuenta de las raciones, y agregó: 'Aquí somos muy eficientes'".