El robado a la muerte
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Cuando el primer ministro israelí Menahem Beguin estaba en Nueva York, de camino a firmar la paz con Anwar el Sadat en Camp David, mostró interés en conocer a Isaac Bashevis Singer. El encuentro (que, curiosamente, tuvo lugar pocas semanas antes de que ambos ganaran el Premio Nobel, uno el de la Paz y el otro el de Literatura) fue un auténtico desastre: Beguin le reprochó a Singer que no escribiera en hebreo, la “verdadera” lengua de los judíos, y le preguntó con desdén cómo se podía hacer funcionar un ejército en iddish. Ofendidísimo, Singer abandonó la reunión después de contestar que una de las razones por las que amaba el iddish era precisamente por tratarse de un idioma que no tenía palabra para “arma” ni para “ejército”. El hijo de Singer, responsable de traducir al hebreo todos los libros de su padre, cuenta que Singer despotricaba en cambio por la escasez de palabras que ofrecía el hebreo para aludir a la lujuria, a diferencia de la casi infinita variedad que le daba el iddish.
Uno de los desafíos cruciales que está enfrentando Israel en las negociaciones en curso con los palestinos es recordar que no solamente estamos negociando con los palestinos sino también con nosotros mismos.
Pero si ese porteño es además Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, miembro de la Academia Nacional del Tango, de la Academia Porteña del Lunfardo, de la Asociación Amigos de la Calle Corrientes, del Instituto Cultural Argentino-Israelita, Presidente Honorario de la Asociación Gardeliana Argentina y de la Biblioteca Juan Bautista Alberdi, y fue homenajeado con una placa de la calle Corrientes, entonces, dan ganas de conocer su sorprendente historia. A poco de cumplir 95 años, Moisés Smolarchik Brenner, - Ben Molar para todos los argentinos-, recibió a Plural JAI una soleada tarde de sábado de San Telmo, en una sala de la Academia Porteña del Lunfardo, donde asiste con regularidad una vez al mes.
Estamos ansiosos por terminar y volver a casa, y finalmente llega triunfal el Aleinu Leshabeaj, con música festiva y profundas posternaciones. En medio del alivio, el texto nos toma por asalto. ¿Qué estamos diciendo? ¿Queremos decirlo? En lo que sigue, la traducción no es literal pero intenta apegarse al texto:
Hay judíos que conectamos con las festividades porque nos permite sentirnos parte de una historia. Una historia que nos toca escribir desde nuestro presente, resignificando lo judío en cada nueva pregunta, en cada nueva apertura, en cada nueva mixtura. Casi reescribiéndola, casi recreándola, casi representándola, en ese juego ambiguo en el cual el prefijo “re” nos habla tanto de repetición diferenciada, como de intensidad desbordada: escribir de otro modo lo mismo, pero con tal compromiso que lo escrito crea un mundo nuevo. Del mismo modo como pensaba Schleiermacher, cuando sostenía que los textos sagrados no debían ser interpretados al pie de la letra, sino que todo espíritu religioso debería ser capaz de escribir la suya propia. Es que una historia es siempre un texto, y un espíritu religioso puede ser entendido como la libertad de conectar con la letra desde nuestra propia subjetividad. De hecho, según la interpretación etimológica proveniente de Cicerón, el mismo término “religión” es asociable a la idea de “relectura”: se trata de volver a leer los mismos textos, la misma historia, la misma identidad, pero de modo diferente. Como aquel río de Heráclito, donde nadie puede bañarse dos veces, cada nueva lectura es otra, cada nuevo relato es una respuesta a relatos anteriores. Así, lo judío es ese devenir incesante de relecturas, donde la tradición que se transmite no es algo estanco y anquilosado, sino por el contrario, un impulso a la libertad interpretativa, algo espiritual. Una espiritualidad no metafísica, que se va conformando en ese punto de cruce entre los sentidos heredados y las interpretaciones que los transforman.